Pastor: Planea lo inesperado

¿Cómo luce tu semana? Si eres pastor, quizá tienes que preparar un par de sermones, dirigir cuatro sesiones de consejería, oficiar una boda, predicar en un funeral, presentar un reporte financiero, sentarte en tres reuniones ministeriales y hacer unas 27 llamadas a los miembros de tu iglesia local. Agreguemos también el tiempo devocional, tus responsabilidades como esposo y padre, la lectura, el sueño, el ejercicio y todos esos buenos hábitos que te recomiendan para no ser víctima del «burnout». Tu agenda no está «algo apretada»… más bien, está a punto de reventar. 

¿Qué puedes hacer al respecto? A veces parece que nada. Aunque algunas de tus tareas como pastor pueden ser estructuradas y predecibles (como la predicación), muchas otras responsabilidades son inesperadas y urgentes. Nunca sabes cuándo serás requerido para una sesión de consejería matrimonial de emergencia ni cuánto durará la (tercera) llamada con ese hermano lleno de dudas acerca de la Trinidad.

Planear es necesario

Quizá las abundantes urgencias del día a día te llevan a pensar que planear es inútil. Tal vez incluso has intentado planear, pero siempre resulta que para el martes tienes que arrojar tu agenda por la borda. ¿Para qué desperdiciar una o dos horas de tu vida en organizar la agenda cuando todo acaba en la basura en un santiamén? Parece que lo mejor es improvisar. 

Por tentadora que sea la idea, pasar la vida meramente respondiendo a las emergencias no es algo sabio. Dios nos llama a ser mayordomos responsables de los recursos que tenemos, incluyendo nuestro tiempo. Tus responsabilidades como pastor no se cumplirán solas en tiempo y forma, por buenas que sean tus intenciones. Si no tienes espacios definidos para el estudio y la preparación del sermón, pasarás muchos sábados por la noche (o peor aún, domingos en la mañana) desesperado, intentando terminar. 

Planear, entonces, es importante. Pero no solo para las tareas estructuradas y predecibles, sino también para lo inesperado. Suena paradójico, pero no es imposible… aunque el proceso sea todo menos divertido.

1. Pide sabiduría a Dios y recuerda que no eres Dios

Dios te ha llamado y quiere usarte. Espero que lo sepas. El problema, sin embargo, es que quizá se te ha olvidado que Dios quiere utilizarte para esas buenas obras que Él preparó para ti (Ef 2:10), no para todas las buenas obras que existen en el universo. 

No puedes hacerlo todo, pero no tienes que hacerlo todo. No eres Dios. 

Decirlo es fácil, pero vivirlo es otra cosa. Una manera en que puedes encarnar esta verdad en tu vida es decir «gracias, pero no puedo comprometerme con eso ahora mismo» más seguido, especialmente en aquellas cosas que «podrías hacer» pero no encajan con la tarea que Dios ha puesto delante de ti ahora mismo. 

Tomar este tipo de decisiones —determinar cuál es exactamente la tarea que Dios ha preparado para ti hoy—no es fácil. La buena noticia es que Dios promete darte la sabiduría que necesitas para hacerlo (Stg 1:5). Recuerda que no solo somos obedientes al dar un paso al frente («heme aquí, envíame a mí»), sino también al dar un paso atrás («es necesario que él crezca, pero que yo mengüe»).

Si te cuesta ver con claridad cuáles son las responsabilidades precisas que Dios te ha llamado a cumplir como pastor, habla con un hermano maduro en la fe (alguien que tenga completa libertad de ser honesto contigo) para que te ayude a evaluar cuáles tareas en tu lista no te corresponde hacer.

2. Coloca en tu agenda los «no negociables»

Una vez que hayas clamado a Dios por sabiduría y pedido consejo sabio, abre tu agenda o calendario semanal y determina exactamente cuándo harás las cosas que sí te corresponde hacer. 

Incluye tiempo para el devocional personal, para preparar el sermón y para disfrutar con tu familia. Si tienes un trabajo adicional al ministerio, aparta esas horas en tu calendario también. Es importante que no improvises cuándo llevarás a cabo tus responsabilidades regulares. Si surge un imprevisto, puedes ser flexible, pero esa flexibilidad debe ser la excepción y no la regla.

3. Deja amplios espacios abiertos

Pastor: tu agenda jamás debe estar completamente llena. Si, después de llenar tu calendario como indica el punto anterior, esta idea te parece ridícula, tengo noticias para ti: estás haciendo demasiadas cosas. Necesitas pedir sabiduría una vez más y empezar a soltar. Sigue el ejemplo de los apóstoles en Hechos 6, quienes pidieron diáconos para poder dedicarse a la oración y el ministerio de la Palabra. 

Además de delegar, también puedes eliminar. ¿Qué tareas innecesarias estás cumpliendo por costumbre o para tener el control sobre todo? Evalúa: ¿La iglesia de verdad necesita cinco servicios a la semana? ¿Es vital que participes en todas las reuniones de todos los ministerios? ¿Eres tú quien debe dar el visto bueno de cada detalle que se publica en la página web? 

Otra cosa que debes considerar: quizá te estás exigiendo demasiado. Si eres pastor bivocacional, por ejemplo, no puedes esperar estar disponible al instante para cualquiera que te llame durante tu horario laboral. Necesitas a otros que trabajen junto a ti y te ayuden a llevar ese tipo de responsabilidades cuando no estés disponible. 

Una vez que hayas delegado, eliminado y pedido ayuda, te enfrentarás con la tentación de llenar con otras tareas el espacio que ha quedado libre. Resiste. El espacio libre en tu agenda es crucial… es la manera en que estarás listo para lo inesperado. Es lo que te permitirá atender las consejerías de emergencia, visitar a los enfermos y prepararte para un funeral sin que el resto de tu calendario se derrumbe. 

Lo inesperado es parte de tu trabajo, así que tienes que ponerlo en tu agenda, aunque al principio se vea solo como espacios en blanco. Cuando alguien te llame para charlar, podrás decirle algo como «¡Me encantaría platicar! ¿Nos vemos a las tres?». Poco a poco, los espacios vacíos en tu agenda se irán llenando. Si una verdadera urgencia aparece, podrás atenderla inmediatamente y ser capaz de mover las cosas que tenías planeadas para una de las áreas libres que están disponibles en la semana.

¿Y si uno de tus espacios en blanco no se utiliza? ¡Maravilloso! Puedes aprovechar ese tiempo para adelantar algunas tareas, leer un libro o tomar un café con alguien de la oficina.

Prepárate para lo inesperado 

No necesitas ver el futuro para estar preparado para el futuro. Ya sabes que vendrán tareas inesperadas; son parte de tu trabajo. Por tanto, ser un mayordomo fiel implica dejar espacio en tu agenda para atender estas responsabilidades, aunque todavía no sepas exactamente cuáles son. Que Dios sea glorificado en aquello que esperas y aquello que te sorprende. ¡Deléitate en el Señor en ambas circunstancias!

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