En el ambiente moral en el que nos encontramos, es muy fácil para los cristianos sentirse bien porque no están tan mal. Recordemos que el estándar de la justicia y de la santidad no son los demás, sino el carácter de Jesús y de su santa Palabra.
La insensibilización ha surtido su efecto cuando no vemos pornografía triple X, pero sí del tipo de pornografía “suave” que aparece en las películas clasificadas R. Si justificas con tranquilidad el ser testigo de tales imágenes bajo el argumento de que “esa es la realidad que se vive en el mundo”, significa que el agua ya comenzó a hervir y ni siquiera te habías dado cuenta.
¡Qué diferente es la reacción de Lot! Este hombre vio esas cosas en otra pantalla a su alrededor. Como si hubiera podido entrar en su corazón, el apóstol Pedro nos describe lo que Lot sentía al ser testigo de las obras abominables a su alrededor. Se sentía “abrumado por la conducta sensual de hombres libertinos” (2 Pedro 2:7), y “sentía su alma justa atormentada por sus hechos inicuos” (v. 8).
¿Has sentido tú algo de eso en estos días de tanta corrupción? Pero Pedro nos dice que eso no es lo único que perturba al cristiano. Conocer el destino de los injustos no es una carga menos pesada en el alma del creyente. El apóstol nos dice que están reservados bajo castigo para el día del juicio (v. 9).
Lo que es abominación para Dios debe también ser abominación para nosotros. Con razón Pablo exhortó a los efesios “que la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se mencionen entre vosotros, como corresponde a los santos; ni obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas” (Ef. 5:3-4). Esas cosas no se corresponden con la obra de gracia que Dios ha llevado a cabo en su pueblo al darles una vida nueva en Cristo y al santificarles cada día para hacerles más semejantes a Él. Sencillamente hay cosas que no son apropiadas. Debería entristecernos sobremanera ver el lenguaje de los impíos en los labios de los que profesan ser hijos de Dios. A veces utilizan un lenguaje corrompido como para congraciarse con los que están a su alrededor, en lugar de buscar hacer la diferencia.
Cuidémonos de la insensibilización, porque siempre será bienaventurado “el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores” (Sal. 1:1).
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