La iglesia actual bajo la lupa de las Cartas a las 7 iglesias

Mensaje a las 7 Iglesias

Al principio de la revelación de Juan o el Apocalipsis nos encontramos ante un mensaje a diferentes congregaciones que parece describir a todo tipo de iglesias el día de hoy. El mensaje a las iglesias de Asia Menor es visto por muchos grupos como los “siete grandes períodos de la Iglesia”.  No obstante, lo más probable es que Juan no habla de etapas en el tiempo, el contexto inmediato refleja a iglesias acomodadas en el territorio de Asia Menor, donde tuvo gran prominencia como apóstol. Parece más plausible entender que las diferentes condiciones de cada grupo de creyentes pueden repetirse en cualquier momento de la historia. 

El mensaje es manifestado a los “siervos” (Ap. 1:1) a saber, a todos los creyentes de todas las épocas, pero en el contexto, a las iglesias de Asia Menor. Su tema es sobre las cosas “que deben suceder pronto”. Las siete iglesias (Ap. 1:4) debía prepararse para aquel que viene en las nubes, al que todo ojo verá (Ap. 1:7). Por lo tanto, este “Apocalipsis” pretende llevar al cuerpo de Cristo a la constancia vigilancia de su actuar, y a la perseverancia en su camino. No hay mensaje tan relevante como éste para nuestra generación. 

La descripción de Las Siete Iglesias y sus ángeles

La iglesia le pertenece a Cristo. Se revela que él habita entre los siete candeleros de oro como el Hijo del Hombre Daniélico que recibe el reino del Anciano de Días (1:13ª; Cf. Dn 7:13; 10:5), sin embargo, el Mesías se presenta de la misma manera que el otorgador de la potestad en Daniel 10:5 (1:14), lo que presenta igualdad de Jesús con el Padre, o como dice G. K. Beale, “Dios y Cristo pueden ser considerados en los mismos términos”. Jesús es retratado como un sacerdote, su vestimenta con el cinto de oro tiene toda la intención de connotarse como intermediario (1:13). Los sacerdotes eran cuidadores de la Menorá en el templo;  Cristo es el guardián de los candeleros como sumo sacerdote del pueblo de Dios escatológico. 

Aunque el Mesías se pasea entre los candeleros también tiene siete estrellas a su diestra (1:20), representando a los ángeles de las siete iglesias. Cuando leemos normalmente la palabra angelos, imaginamos seres celestiales que hacen la obra de Dios y entregan sus mensajes. Esta interpretación es posible, en el judaísmo del primer siglo era común la creencia de que cada persona pudiera tener un ángel guardián asignado por Dios (Mt. 18:10; Hch. 12:15). De igual forma la Septuaginta describe a la nación de Israel como posesión de YHWH y los demás pueblos repartidos según el número de los ángeles (Dt. 32:8-9). Esta lectura es sugerida de forma parecida por la comunidad del Qumram (4Q37) y el libro de los jubileos (Jub. 15:31-32; 10-22-23) quienes aludían al Deuteronomio 32 interpretando las naciones entregadas a “hijos de Dios” o seres celestiales. 

No obstante, aunque es verdad la posibilidad de que las naciones hayan sido entregadas a los poderes (Ef. 6:12), existe poca evidencia de que la Iglesia también lo sea. Pareciera ser todo lo contrario, Pablo dice que los creyentes juzgarán a los ángeles en la era porvenir (1 Co. 6:3); de la misma manera también critica toda confianza en los rudimentos (gr. Stoichea) del mundo a los que antes los gentiles estaban atados, refiriéndose muy probablemente a los hijos de Dios celestiales (Ga. 4:3), y es plausible que justo esta perspectiva haya creado superstición en el pueblo cristiano primitivo del culto a los ángeles que tanto el apóstol rechaza (Col. 2:18-19). Por lo contrario, no hay ya intermediario celeste entre los humanos y Dios, sino Cristo que está por encima de toda potestad y principado (Ef. 12:21-23; Col. 2:10).

Lo más probable es que estos “mensajeros” sean profetas, o quizá obispos (pastores) de cada congregación que debían leer el mensaje en voz alta ante toda la asamblea. Jesús habita entre su pueblo y cuida a su Iglesia de caer en el error además que la elogia cuando hace lo bueno. Por medio de su Espíritu profético habla para que su pueblo escuche (Ap. 2:17). Este Espíritu empodera a sus mensajeros para hablar el correcto mensaje a los creyentes. 

Implicaciones de las Cartas a las 7 iglesias para la Iglesia contemporánea

El odio a la falsa enseñanza

Jesús elogió a Éfeso por su perseverancia en conservar la pureza doctrinal y desenmascarar a los falsos maestros y apóstoles (2:2). Una parte de la sanidad de una iglesia se puede comprobar por  la fiel exposición del evangelio. En el mensaje a Éfeso notamos que Jesús aborrece la falsa enseñanza. Da la razón a la congregación por no abrazar la doctrina nicolaíta (2:6). Nadie sabe hasta el día de hoy que es lo que verdaderamente enseñaba este grupo herético. Ireneo de Lyon (130-202 d.C) comentó que se trataban de personajes libertinos que usaban la gracia como libertinaje procurando toda clase de inmoralidad sexual (Contra las herejías, Libro, I, 26.3).  

Encontramos más enseñanzas inmorales. En Pérgamo se describe a algunos que conservan la doctrina de Balaam, que según relato de Números 25:1-3; 31:16 llevó a los israelitas a pecar y a fornicar (2:14), y se hace una nueva referencia a los nicolaítas además de la reiteración por el desagrado divino a esta doctrina (2:15). En la exhortación a Tiatira se alude a otro personaje del Antiguo Testamento y enemigo del pueblo de Dios: Jezabel. La mujer que llevó la religión sidonia y el culto a Baal en el reinado de Acab a Israel, tenía su sucesora en la asamblea de Cristo, que así mismo se consideraba “profetisa” pero seducía a los creyentes para fornicar e incitaba a la idolatría (Ap. 2:20.) No eran todos quienes le habían seguido. Jesús considera a los que no han abrazado la herejía y no les impone más carga (Ap. 2:24). 

Pese a que en muchos púlpitos se ha predicado una y otra vez que antes del fin llegaría una inmoralidad sexual como nunca se había visto en la Iglesia, la verdad es que Juan ya había conocido eso en el Siglo I. Las enseñanzas destructoras estarán presentes en la era de la Iglesia pues ya se encuentra activo el ministerio de la iniquidad que desembocará en el enemigo escatológico del pueblo de Dios (2 Ts. 2:7; 1 Jn. 2:18). Las olas de la herejía pueden menguar, pero en otra generación venir con más fuerza. Los pastores, maestros, y servidores deben estar bien preparados y ejercer un discernimiento importante para saber detectar la mentira y el error.

El amor nunca debe dejar de tener su lugar

Toda buena enseñanza carece de sentido sin el primer amor. El Señor reprende la apatía de Éfeso por abandonarlo (Ap. 2:4-5). Se ha predicado que los efesios habían dejado su relación personal con Dios y en su lugar habían caído en una hipocresía religiosa. Sin embargo, también es probable que se trate del amor corporativo de prójimo a prójimo, tal como comenta Craig. S. Keener“se tiene en mente [esto], dado el categórico contraste entre el aborrecimiento de las obras de los nicolaítas… y la falta de amor”.[2]

No solo basta con aborrecer la falsa enseñanza. Ese mismo celo debe ser dirigido por el amor. El deseo genuino de llevar a alguien que camina en el error a la verdad del evangelio, con paciencia y mansedumbre (Ga. 6:1; Stg. 5:19-20; Jud. 22). Matthew Bates dice que los no creyentes actualmente se desentienden del evangelio debido a que la imagen pública de los cristianos a nivel “denominacional” actualmente los pinta como 1) hipócritas, y 2) demasiado políticos. Cuando el amor por la iglesia llega y la comunidad es vista como una que se preocupa los unos por los otros, está lista para combatir el error, y reflejar en la vida pública la ética de Jesús.

Necesitamos ser leales para vencer

Si Jesús elogia algo en las cartas a las Siete Iglesias es la paciencia y la perseverancia. No existe excusa para el creyente suficiente para dejar de ser leal a su fe. Filadelfia a pesar de su poca fuerza guardó la palabra y no negó a su redentor (Ap. 3:9a). La respuesta divina es la recompensa de demostrar ante los que le oprimían el gran amor y aprobación de Dios hacia ella (3:9b). El Mesías llama a los lectores a que miren el testimonio de esta iglesia perseguida y revela que la recompensa por aguantar con fidelidad la maldad del mundo, tiene implicaciones eternas, a saber, permanecer para siempre en la Nueva Jerusalén que desciende del cielo (3:12).

Aunque existe un debate de largos siglos, entre los que creen que un creyente genuino no puede perderse y los que sostienen esa posibilidad, Juan nos advierte de las consecuencias por abandonar el llamado y persistir en una mala condición. Se advierte que sin arrepentimiento y lealtad el candelero de la iglesia puede ser quitado (Ap. 2:5). Esto parece indicar la pérdida del “ser” iglesia, o pueblo de Dios, dado que el candelero representa a una congregación. En Sardis se les advierte a aquellos que desobedezcan y manchen sus vestiduras tendrán sus nombres borrados del libro de la vida (Ap. 3:4-5). 

La iglesia Laodicea (Ap. 3:14) era incongruente.  Mantenía delante de los hombres su posición como “ricos y prósperos” cuando eran en realidad miserables y ciegos (3:17). En cambio, quien les salvó y llamó es todo lo contrario. Cristo es el Amén, el testigo del y verdadero (3:14). El contraste es intencional, ¿cómo alguien puede llamarse cuerpo de Cristo si es todo lo contrario a la cabeza?

Laodicea es representada como una asamblea tibia (3:15-16). Gran parte de la tradición cristiana ha interpretado que se trata de una vida espiritual ambigua, ni muy pecadores, pero tampoco santos. Lo que resultaría en una actitud hipócrita. Sin embargo, también encomiable la alusión a algunos ríos de Asia Menor. Heriápolis y Colosas, tenían aguas calientes y frías, conocidas por su aporte medicinal en aquella época. Laodicea, su vecina, no corría con la misma suerte. Contaba con tuberías que hacían llegar agua tibia a la ciudad, que como comenta Beale, “estaba sucia y solo apta para ser escupida.”[4]  En lugar de fungir como una comunidad de donde saliera el agua que salta para vida eterna, en cambio, por su interés en la posición y riquezas, habían perdido su propósito y cambiado sus lealtades. 

A pesar de esta desventura, Jesús seguá amando a Laodicea, razón por la cual la disciplina, refina, prueba y exige cambio (Ap. 3:19). Un famoso pasaje surge de esta exhortación… “He aquí yo estoy a la puerta y llamo…” (3:20). Pese a que se ha usado en el evangelismo persona a persona, el contexto tiene una intención sobre el abandono de Laodicea a su Mesías. Este mensaje sería escuchado por todos al mismo tiempo, y la contradicción sería, que tienen al Maestro fuera de su reunión. Como dice el Dr. Justo L González: Mientras esa Iglesia se reúne para celebrar la Cena del Señor, ¡El Señor mismo está a la puerta, esperando que le abran! ¡El llamado a que le abran la puerta indica que se ha excluido al Señor de la Cena que se celebra en su nombre![5]

En una época donde se predica que los hijos de Dios pueden ejercer fe en Jesús, pero no renunciar al mundo, tal oráculo profético retumbará en sus oídos. Existe el peligro de no llegar a vencer, y por lo tanto, que el candelero sea removido. Un gran número de personas ha preferido seguir a las ideologías deshumanizadoras, políticas y sexuales que corrompen la santidad del cuerpo de Cristo. 

Si nos pidieran negar nuestras convicciones, ¿estaríamos dispuestos a morir por Jesús? Tal como Antipas, el testigo fiel que no renunció a su fe (Ap. 2:13). Esmirna era acechada por Satanás para encarcelar a sus miembros pero surge un mensaje penetrador: Se fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida (2:10).  Es mejor parecer pobres para esta generación secularizada y poscristiana, pero ricos para Jesús (2:9). 

Conclusión

Este mensaje funciona cuando, como Iglesia, somos demasiado débiles recordándonos que el Señor tiene el control para sostenernos en medio del sufrimiento, y también, cuando en la prosperidad podemos perder el piso y olvidar a quien nos ha redimido. Se pueden hacer tantos análisis interpretativos de estos pasajes cuanto se pueda, pero es imprescindible no olvidar que este mensaje sigue siendo apropiado para nuestros días y los llamados al arrepentimiento y al autoexamen siguen siendo importantes para nuestra generación, las pasadas y las venideras. Perder el contenido profético de las Siete Iglesias, es perder una brújula segura para nuestra fortaleza en tiempos de tribulación y nuestra corrección en la sequedad espiritual. Dios nos ayude para no olvidar que ésta es Palabra del Señor: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias”.