Dios, el Padre perfecto que todos necesitamos

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Nuestro entendimiento de Dios suele marcar fuertemente el tipo de relación que tenemos con Él y la manera en que vivimos nuestra vida cristiana. Lamentablemente, el pecado también es capaz de afectar nuestra percepción de Él en una de las perspectivas más hermosas que podemos tener: Dios como padre. 

Muchos creyentes a menudo comparan la personalidad de un padre humano con la paternidad divina. Esto no refleja la verdadera naturaleza del Creador. Él ama a aquellos que ha llamado Sus hijos (Jn 3:1).

La relevancia de conocer al Señor como nuestro Padre se fundamenta principalmente en que Jesús, a pesar de ser poco convencional en su época, se dirigió a Él como “Padre”. Esto no solo se debe a su condición de ser su Hijo (Mateo 16:16), sino que también Jesús compartió esta noción de paternidad con nosotros al contrastar la oración de los fariseos con una oración más personal y privada.

Esta cercanía se refleja en la forma en que nos enseñó a orar, comenzando con “Padre nuestro”, lo que fortalece significativamente nuestra conexión con Él.

Así, Jesús transforma la visión de un Dios como juez legal y se establece como el Señor de Señores ante diversas naciones. Ahora, nos muestra la perspectiva del mismo Ser supremo como Padre. No como una interpretación teológica, sino como revelación de Su personalidad de manera mucho más completa.

Amor incondicional

Lo primero que me gustaría resaltar sobre la paternidad de Dios es aquello que le da forma a la perspectiva del Padre perfecto: Su amor incondicional. De nuevo, no podemos considerar el amor de Dios de la misma manera en que lo concibe el mundo. La sociedad actual considera el amor como una emoción o sentimiento que sostiene las relaciones amorosas, por lo que cuando el amor “se acaba” la relación también. 

Sin embargo, la Biblia habla de una clase de amor que no funciona de ese modo. El ágape es la clase de amor a la cual la Escritura constantemente nos llama a practicar dado que es la clase de amor que Dios nos brinda, incondicional y desinteresado. 

Amor ágape

El amor, según el mundo, necesita el estímulo correcto para existir. Pero, ¿qué tipo de estímulo le dimos a Dios para que nos ame? ¡Ninguno! Dios nos ama no porque nosotros hayamos hecho algo para ser amados, sino que decidió amarnos por Sí mismo. Eso nos revela que el amor ágape es una decisión.

Dios decidió amarnos de esta manera, y la primer muestra de ello la encontramos en el famoso pasaje de Juan 3:16:

“De tal manera amó Dios al mundo que entregó a Su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree no se pierda sino que tenga vida eterna”.

Este tipo de amor es el amor paternal de Dios. Él se ocupó de nuestro pecado, aunque no lo merecíamos. Pablo lo dice en Romanos 5:8: 

“Pero Dios demuestra su amor por nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. 

Esta gran noticia es capaz de cambiar la percepción sobre nuestra identidad, en la cual , como hijos de Dios, podemos descansar en los amorosos brazos del Padre, aún cuando no merecemos tanto amor.

Proveedor fiel

El amor de Dios es la base y fundamento de muchas de las bondades y bendiciones que Dios derrama sobre nosotros como la fidelidad que tiene para proveer. Personalmente soy testimonio de la manera en que Dios provee cuando para nosotros es casi imposible.

En el sermón del Monte, Jesús expresa la ternura amorosa de Dios en la forma en que cuida y provee. La medida de su cuidado va más allá del cuidado que tiene para con Su creación. Jesús habla de la confianza que podemos tener en el Padre en cuanto a Su provisión. 

Dios cuida de las aves y las alimenta del fruto de la tierra, viste a los lirios del campo con ropajes más hermosos que los que Salomón usó alguna vez; si Dios cuida de Su creación con tanta ternura, cuánto más no cuidará y proveerá para Sus hijos.

Pablo les dice a los Filipenses que Dios cuidará de ellos. Esto es gracias a su generosidad y a la bondad de Dios. El amor de Dios como Padre se hace visible en su provisión.

Filipenses 4:3

Cabe mencionar que la provisión de Dios va más allá del plano material. ¿Acaso podríamos limitar a Dios a proveer únicamente en lo material? Aquí un par de ejemplos. Dios es capaz de proveer paz como Pablo le dice a los Filipenses.

Es un tipo de paz tan especial que es incomprensible para cualquier persona ya que emerge aún cuando parece no tener sentido estar en paz, una paz que sobrepasa todo entendimiento. También es capaz de proveer sabiduría. 

En la carta de Santiago menciona que si a alguno le falta sabiduría se la puede pedir a Dios, quien da abundantemente. Una provisión profunda, no sólo al cuerpo terrenal sino al espíritu, la mente y el corazón.

Protector fuerte

Otro aspecto paternal de Dios me recuerda al reflejo instintivo de un niño cuando busca protección o seguridad. El Salmo 91 es un hermoso reflejo de esta verdad, dice “El que habita al amparo del Altísimo morará a la sombra del Omnipotente. Diré yo al Señor: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío”. 

El Salmo es muy explícito en la capacidad de Dios para ofrecer protección a aquellos que habitan en Él. A esto, surge una pregunta obvia, si Dios protege a los que habitan en Él ¿por qué aún nos pasan cosas malas? Tenemos que indagar un poco más profundo en qué tipo de protección nos ofrece Dios. 

El Dr. Samuel Pagán escribe en El Comentario de los Salmos que este Salmo se pone de manifiesto un sentido de profundo alivio emocional y seguridad espiritual (Pagán, 2007), el lenguaje que este Salmo expresa denota angustia que se alivia en la confianza plena en nuestro Padre.

Comentario de los Salmos - Samuel Pagán

La paternidad de Dios nos protege también de manera espiritual. La salvación que nos dio y la nueva vida que tenemos dependen de Él. Como dice Pablo en Colosenses 3:3: 

“Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios”. Nos protege de la condenación eterna y nos coloca en una posición de seguridad con Él, junto a Él.

¿Por qué haría esto? ¿Será acaso que Dios gana algo por salvarnos o sostener nuestra vida? La respuesta es: sólo por amor. Dios no tenía la responsabilidad ni la obligación de hacerlo. Lo hizo simplemente por amor. 

En este punto podemos darnos cuenta que muchas de las cosas que Dios hace por y para nosotros comienzan y terminan en amor. Nos muestra lo que es la verdadera paternidad. Es un amor que nos impulsa. Este amor nos da lo bueno en su medida justa. Nos da sin esperar nada a cambio. También se preocupa por nuestro crecimiento espiritual.

De hecho, podríamos decir que Su amor paternal nos estimula al crecimiento íntegro en cada aspecto de nuestra vida mientras disfrutamos de Su presencia y de estar en una relación íntima y cercana con quien es amor, no la expresión más pura de amor, sino quien es amor en Sí mismo.

Relación de confianza con el Padre

Al entender un poco más el corazón paternal de Dios, podemos estar mucho más abiertos a explorar nuestra relación con el Señor desde esta perspectiva. Cuando conocemos a Dios desde Su paternidad, nuestro concepto de paternidad cambia por completo. No todos hemos tenido la experiencia de tener padres terrenales ejemplares en nuestra vida y lamentablemente eso ha moldeado nuestra idea de lo que es un padre.

Pero cuando conocemos a Dios verdaderamente, sanamos, somos restaurados y nos reconciliamos profundamente con el concepto de “papá”. Mi esposo, después de predicar o dar una clase pregunta “Ahora que sabemos esto, ¿cómo hemos de vivir?”, y esta es la pregunta que debemos hacernos al conocer a nuestro Padre celestial.

Al vivir en un mundo lleno de luchas y retos, a menudo rechazamos a Dios. Como niños pequeños, podemos correr a los brazos de nuestro Padre. Allí encontramos seguridad, consuelo y protección. También recibimos provisión y sanidad. Todo lo que necesitamos para enfrentar las dificultades de la vida en un mundo caído. 

Pero esto no desde una perspectiva egoísta, sino que todo aquello que Dios provee para mí y lo que hace por mí, yo debo ser capaz de extender Su bondad paternal para con aquellos que están en necesidad, no sólo material sino espiritual. Esa es una gran motivación para cumplir con la Gran Comisión, ya que lo mejor que podemos hacer por alguien es presentarle al Padre perfecto y guiarlo hacia Él.


Así es como la Iglesia se vuelve luz en medio de la oscuridad, siendo un reflejo del amor paternal de Dios, un extensión de los brazos amorosos del Padre tanto de manera individual como colectiva. 

El amor que el Padre me da, quiero reflejarlo en los que me rodean. La provisión que Dios me ofrece, quiero compartirla con los que necesitan. La forma en que Dios me protege y cuida mi vida, quiero ayudar a otros a recordar. En el Señor, tenemos un refugio seguro, fuerte y confiable. 

Dios, como nuestro Padre, es la mayor bendición que pudimos haber recibido, por lo mismo, compartir esta bendición con los demás es una forma de amar y reflejar el amor del Padre.