Entre los datos y el discernimiento: Por qué la IA no puede sustituir al desarrollo de la sabiduría

Entre los datos y el discernimiento: por qué la IA no puede sustituir al desarrollo de la sabiduría

Los recientes avances de las tecnologías generativas de IA, tan sofisticadas, nos han dado grandes noticias y han despertado muchas opiniones al respecto. No obstante, estas noticias y opiniones –sobre la novedad del ChatGPT, los deepfakes generados por IA, y demás– nos parecerán anticuados en cuestión de unos cuantos años. Dentro de poco tiempo, la IA estará presente en la vida diaria del mismo modo en que el internet lo está hoy en día.

Para los cristianos, la pregunta no es si acaso llegaremos a utilizar la IA en el futuro, sino la manera en que deberíamos utilizarla. Ante esta pregunta, es crucial tener claridad sobre lo que es y lo que no es la IA; sobre lo que la IA puede resolver –en muchos casos, mejor que los humanos–, y sobre lo que la IA no puede resolver –aquello que seguirá siendo el dominio exclusivo de la humanidad.

Haré un primer intento por responder a la pregunta: la IA sintetiza, organiza, y condensa vastas cantidades de conocimiento de manera altamente eficiente e impresionantemente veloz cuando se le plantea una pregunta, un problema o una indicación. Eso lo puede hacer muy bien. Pero la IA no genera conocimiento nuevo, y tampoco puede plantear interrogantes o teorías generales a la manera en que lo hace un teólogo, un filósofo o un poeta en profunda contemplación. Un algoritmo de IA puede resolver problemas de maneras creativas y adaptativas. Pero no puede identificar por qué un problema es un problema, o por qué un problema debe resolverse antes que otro. No cuenta con el juicio para clasificar cuestiones de mayor o de menor importancia. No puede evaluar moralmente los problemas para proponer soluciones. Es utilitaria, regida por datos, y eficiente. Hace cálculos con una velocidad y precisión impresionantes, pero no puede contemplar. Rápidamente obtiene una respuesta “correcta”, incluso para las preguntas complejas. Pero no puede decirnos cómo vivir con rectitud.

Dicho en otras palabras, la IA es muy buena para el conocimiento, pero es incapaz de mostrar sabiduría.

Podemos usar la IA para completar el conocimiento, pero debemos buscar la sabiduría en otra parte

No tenemos por qué temerle a la capacidad de la IA para complementar nuestro conocimiento. Si la empleamos con cuidado en el momento apropiado, la IA puede ser muy útil como una herramienta sintetizadora de información que tiene una amplia aplicación. Podemos pensar en la IA como un asistente de exploración digital. Por ejemplo, si usted es un pastor o estudiante de seminario, la IA nunca debería tomar el lugar de su cercanía y amor por la Escritura. Pero ciertamente puede potencializar su estudio de manera similar al modo en que algunas herramientas de estudio en Logos ya lo facilitan. Analizar lenguajes bíblicos, navegar a través de complicadas redes de referencias cruzadas, e identificar tópicos bíblicos a lo largo de toda la Escritura puede ser un trabajo extenuante.

Nunca deberíamos asignar esas tareas por completo a la IA, pero apoyarnos en la ayuda de la IA será beneficioso –no solo para optimizar el tiempo, sino para descubrir detalles que de otro modo pasaríamos por alto. Nuestras mentes finitas pueden almacenar solo cierta cantidad de nombres, detalles, cifras, patrones, y demás. La IA no tiene esa limitante. En la medida en que utilicemos la IA para las tareas más tediosas, en lugar de tareas que requieren un razonamiento de alto grado –como por ejemplo, hacer una evaluación moral, hilar un argumento, o identificar el bien más importante entre otros–, descubriremos que es una maravillosa herramienta.



Conforme la IA se vuelva atemorizantemente avanzada en los años siguientes, ciertamente superará a los humanos en su habilidad para adquirir y almacenar conocimiento, si es que no lo ha hecho ya. Pero no podrá superarnos en cuanto a la sabiduría, porque la sabiduría es algo que la IA no puede tener. La sabiduría es una aptitud única de los seres humanos, quienes portan de manera única la imagen de Dios, la sabiduría encarnada (léase Proverbios 8; 1 Corintios 1:24). Como consecuencia, poseemos una intuición moral otorgada por Dios, una intuición que los robots no pueden tener.

Y parece que la IA está de acuerdo. Hace poco le pregunté a ChatGPT si la IA puede ser sabia, a lo que me respondió, en no más de tres segundos:

Una razón crucial por la que la IA no puede tener sabiduría es que ésta se adquiere a través de la intimidad con Dios en oración (Santiago 1:5; 3:13-18). El concepto fundamental en Proverbios es que la sabiduría se encuentra en relación con Dios y en referencia a Él.

La sabiduría no consiste solamente en tener conocimiento de Dios. La IA puede conocer datos sobre Dios. Podríamos preguntarle al ChatGPT: “¿Cuáles son diez cosas verdaderas sobre Dios?”, y me imagino que enlistará diez cosas verdaderas. Pero la sabiduría consiste en mucho más que solo tener conocimiento sobre Dios. La sabiduría proviene de conocer a Dios, de amarlo, y de adorarlo con reverencia y asombro. Los robots no son seres relacionales que adoran.

En medio de un mundo tecnológico que nos tienta a pensar en nosotros mismos cada vez más como dioses –una idolatría exacerbada por las capacidades de la IA que parecen alcanzar la omnisciencia–, la sabiduría proviene de una sana sumisión a la autoridad de Dios y de una humilde aceptación de nuestras limitaciones. Nosotros somos creaturas y Él es el Creador. Su verdad siempre será infinitamente más confiable que “nuestra verdad”.



En la era de la IA, debemos buscar aún más este tipo de sabiduría. Necesitamos la sabiduría no solamente porque es una de las únicas capacidades humanas que la IA no podrá replicar, sino porque nos ayudará a emplear la IA de manera cuidadosa y moralmente crítica. La IA nos puede brindar toda la información que requerimos antes de tomar una decisión. Pero solamente la sabiduría nos puede ayudar a tomar la mejor decisión. La IA nos informa. La sabiduría examina.

3 formas de cultivar la sabiduría

El mundo del futuro necesitará a personas verdaderamente sabias para liderarlo. Los cristianos podemos ser esas personas, pero necesitamos establecer hábitos ahora para que nos ayuden a cultivar la sabiduría para los días que se acercan. Con ese propósito, quiero hacer tres sugerencias:

1. Bajar el ritmo

La IA ha acelerado la velocidad con la que podemos acceder a la información y adquirir conocimiento. Lo que antes solía tomar horas de investigación laboriosa en una biblioteca, ahora solo toma unos cuantos segundos. Pero la rapidez tan eficiente de la información en el mundo de la IA se vuelve peligrosa si nos condiciona a que pensemos más rápido de lo que nos conviene, pues nos moldea como máquinas procesadoras de información, y no como humanos contempladores que hacemos nuestro mejor trabajo cuando valoramos el intelecto minucioso en vez de la cruda eficiencia.

La rapidez de la era de la información es una de las más grandes razones por las que se nos dificulta ser sabios. Nuestro modo de vida hiperactivo, frenético, que optimiza cada momento, simplemente no conduce a la sabiduría. Necesitamos espacio, silencio, y tiempo suficiente si pretendemos ser sabios. Pero vivimos inundados por un entorno mediático que busca llenar cada momento libre de nuestras vidas con estímulos. La rapidez nos puede brindar más conocimiento acumulado e información. Pero la calma nos brinda sabiduría.



El proceso de aprendizaje sí influye en la sabiduría. No solo requerimos llegar de la pregunta a la respuesta –del punto A al punto B– tan rápido como sea posible. El camino que tomamos para llegar, a menudo sinuoso de manera estimable, es abundante en lecciones valiosas. Este es un punto crucial que los estudiantes, los maestros, y todos deberíamos recordar en esta era de la IA. Leer un resumen de Crimen y Castigo nos puede ayudar a recordar la trama y los temas principales. Pero eso nunca podrá reemplazar a la lectura propia de la novela de Dostoyevski. El propósito de una novela no son solo los puntos más importantes que la IA puede resumirnos hábilmente. El propósito de una novela abarca al acto mismo de leerla, de dedicarle tiempo a su mundo, de perderse en lugares imaginados, de sentir las emociones que evocan sus palabras, y de contemplar el modo en que resuena en nuestra alma.

Lo mismo es cierto sobre la lectura de la Biblia. Podemos pedirle a la IA que haga un resumen de un salmo, o del libro de Job. Pero estos son libros de poesía. Sus propósitos no son solamente las ideas que nos transmiten, sino el modo en que son transmitidas mediante un lenguaje poético. Pero la IA no tienen ningún gusto o resonancia por la forma poética del conocimiento; solamente le importa el contenido eficiente del conocimiento.Para ser sabios, debemos desarrollar un gusto por la poesía de la vida –la belleza de la vida más allá de los meros sucesos. Byung Chul-Han, en su Vita Contemplativa, argumenta que “la información es la forma activa del lenguaje”, mientras que, en la poesía “el lenguaje entra en un estado contemplativo”. En un mundo hiperactivo y obsesionado con la información, rara vez nos detenemos lo suficiente para apreciar la poesía:

Debemos bajar el ritmo. Leer más poesía. Contemplar la hermosura del lenguaje y los misterios del mundo. Buscar la calma. Reposar. No somos máquinas. A diferencia de la IA, el propósito de nuestra vida no es la eficiencia o las respuestas. Es la adoración. Es el asombro.

2. Crecer en amor y en adoración

El mejor camino hacia la sabiduría no es la acumulación de más información. Es el cultivo de más amor –por nuestro Creador y por nuestro prójimo.

Esto también nos distingue de la IA. A diferencia de máquinas adiestradas, que están hechas para hacer cálculos, nosotros fuimos hechos para amar. Estamos diseñados para adorar. Crecemos en sabiduría no cuando nuestros cerebros están trabajando a máxima potencia, sino cuando nuestros corazones están encendidos con amores correctamente ordenados.

Si Dios es el origen y el estándar de toda sabiduría, tiene sentido que nos volvamos más sabios conforme más intimidad tengamos con Él: estando en comunión con Él mediante Su Palabra, en adoración, en oración, y en agradecida apreciación de las abundantes bendiciones de Su creación. El Catecismo Menor de Westminster lo transmite de manera correcta: “El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios, y gozar de Él para siempre”. Como humanos, prosperamos más en la medida en que hacemos aquello para lo que fuimos hechos: amar a Dios y gozar de Él. Alcanzar la sabiduría es alinearnos con ese propósito creacional.

El fin principal de la IA, en cambio, es solo calcular rápidamente y sintetizar con eficiencia. El propósito existencial de la IA es fundamentalmente distinto al de los humanos. La adoración no es para lo que la IA fue creada.



Lo mejor que podemos hacer para cultivar la sabiduría es amar más a Dios. Debemos entrenar nuestros afectos hacia Él. Podemos pensar en cada momento –cada encuentro con la belleza, cada sorbo de delicioso café, cada aroma de jazmín o de fogata en el campo– como una oportunidad para amar más a Dios. Podemos ir a la iglesia todas las semanas y escuchar alabanzas en el carro. Podemos hacer caminatas en la naturaleza y orar con tanto gozo en nuestras almas como el de las aves que cantan en los árboles.

Debemos amar al Señor con toda nuestra vida y con todo nuestro ser. Debemos amar a los demás, tal como Jesús lo ordenó (Marcos 12:30-31): a nuestra familia, a nuestra iglesia, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros vecinos, al barista que nos prepara el café. Debemos amar gratuitamente, más allá de la utilidad y de la reciprocidad contractual. Así es como Dios nos ama. Si amamos de esa manera, seremos más como Él. Nos volveremos más sabios. Las personas que deciden no amar, y las tecnologías de IA que son incapaces de amar, no pueden ser sabias. El amor es un ingrediente fundamental de la sabiduría.

Algunas personas brillantes en este mundo son cascarrabias sin amor. Muchas personas brillantes con múltiples doctorados están enojadas y ensimismadas. Pueden tener abundancia de conocimiento, pero tienen escasez de sabiduría. Recordemos las palabras de Pablo: 

Y si… entendiera todos los misterios y todo conocimiento… pero no tengo amor, nada soy (1 Corintios 13:2 LBLA)

3. Aceptar la realidad física

Otra manera de alcanzar la sabiduría es aceptando nuestra corporeidad y el mundo actual, tangible y físico en el que existimos. Esto será cada vez más importante en la medida en que nuestra era digital suceda cada vez más en las pantallas y se vuelva incorpórea –y por ende, inhumana.

Cuando vivimos la vida de una manera cada vez más alejada de la realidad, cada vez más fascinados con los espacios virtuales y las ilusiones engañosas de la vida digital, más ingenuos nos volvemos. Adquirimos sabiduría en la medida en que nos mantengamos ubicados en la realidad, conscientes de nuestras limitaciones, en paz con nuestras imperfecciones, y exhaustivamente comprometidos con la verdad y no con cualquier fantasía tentadora que el algoritmo nos sugiera. Aquellos que dedican cantidades desmedidas de tiempo al internet gradualmente se entregan a la ingenuidad. Pero aquellos que restringen sus actividades digitales, y en cambio priorizan el tiempo sin interrupciones –afuera, en la naturaleza, o en actividad cara a car con sus comunidades– tienden a crecer en sabiduría.

La vida en línea nos arrastra a una espiral de distracciones efímeras y pseudo-vivencias, a menudo provocando una fuerte respuesta emocional ante cosas tan lejanas que no conoceríamos si no fuera por el internet. La hiperconectividad de la era digital tuerce nuestra percepción al tirar de nuestra atención en cientos de direcciones diferentes todos los días. Pero fuimos creados para algo más modesto, más ubicado, más tangible: “el llevar una vida tranquila, y se ocupen en sus propios asuntos y trabajen con sus manos” (1 Tesalonicenses 4:11 NBLA).

Prosperamos en la vida, y nos volvemos sabios, cuando aceptamos los límites con los que fuimos creados. No somos Dios. No podemos estar en todas partes. Podemos conocer muchas cosas –y la IA nos puede ayudar, como especie, a conocer más de lo que jamás hemos conocido y a hacer cosas de un modo más eficiente del que jamás ha sido posible. Pero no podemos conocerlo todo o hacerlo todo. Somos mortales. La duración de nuestra vida es el más breve de los instantes, y ocupamos no más que el espacio más pequeño en el universo.



Lejos de una sombría realidad, esto debería llevarnos hacia la gratitud y la adoración. Sin importar cuán pequeños, cuán breves, el hecho es que estamos aquí, y no somos algo necesario. ¡Cuánta sabiduría se requiere para reconocer esa gracia y responder a ella con gratitud en adoración!

Conclusión

La era de la IA ya llegó. El modo en que nuestro mundo será drásticamente reestructurado por esta tecnología apenas se puede vislumbrar. Aun así, los cristianos no deben temer. Si aprovechamos esta herramienta con cuidado, especialmente para el tipo de tareas orientadas a la información y a las búsquedas asistidas, podemos beneficiarnos sin volvernos demasiado dependientes y sin ser deshumanizados.

La clave para reivindicar nuestra humanidad ante las tecnologías que imitan a la humanidad es la sabiduría. Debemos poner mucho énfasis en este distintivo humano. Debemos bajar el ritmo y elegir la contemplación antes de la resolución. Debemos practicar los hábitos del corazón que nos permitan crecer en amor, en pasión y en adoración –que nos distinguen del indiferente procesamiento de datos de la IA. Debemos aceptar el orden tangible de la creación de Dios, que también incluye a los bellos límites que tenemos como creaturas.

No olvidemos que sin importar cuán inteligente se vuelva la IA, nunca adquirirá sabiduría. Eso es algo que solo los humanos pueden adquirir, pues fuimos hechos a la imagen de Dios, y fuimos creados para adorarlo.


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