Evangelización Violenta — La Conquista de América

Evangelización Violenta- La Conquista de América
Evangelización Violenta- La Conquista de América

Aun el ambicioso Cortés, en sus reseñas y crónicas, insiste en la cristianización como el propósito principal de la conquista de México (“para les amonestar y atraer para que viniesen en conocimiento de nuestra santa fe católica”).

En sus ordenanzas militares de Tlaxcala, pronunciadas antes de dirigirse a sitiar la capital azteca, declara que el motivo principal de la guerra es el beneficio espiritual y religioso de los nativos:

Por cuanto… los naturales de estas partes tienen cultura e veneración de sus ídolos, de que a Dios Nuestro Señor se hace gran desservicio, y el demonio por la ceguedad y engaño que los trae, es de ellos muy venerado, y en los apartar de tanto error e idolatría e reducimiento al conocimiento de Nuestra Santa Fe Católica, Nuestro Señor será muy servido… Al presente vamos… [a] apartar e desarraigar de las dichas idolatrías a todos los naturales destas partes, e reducirlos, o a lo menos desear su salvación e que sean reducidos al conocimiento de Dios e de su Santa Fe Católica, porque si con otra intención se hiciese la dicha guerra… todo lo que en ella se hubiese… obligado a restitución… e desde ahora, por esto, en nombre de Su Católica Majestad, que mi principal intento e motivo es hacer esta guerra… por traer y reducir a los dichos naturales al dicho conocimiento de Nuestra Santa Fe e creencia.

D. I. A., Vol. 26, 21–22. So pena de castigo severo, y para evitar la ira de Dios, en ocasión en la que se requiere su especial socorro, Cortés prohíbe a sus tropas emitir “blasfemias” (los dichos españoles populares con sentido sacrílego). También proscribe los juegos de naipes, que dan base frecuente a tales maldiciones (con una excepción: solo se pueden jugar “en el aposento doinde yo estobiere” —Cortés tenía fama de jugador empedernido—). Véase Silvio A. Zavala, “Hernán Cortés y la teoría escolástica de la justa guerra”, en, del mismo autor, La ‘Utopía’ de Tomás Moro en la Nueva España y otros estudios. México, D. F.: Porrúa, 1937, 45–54; y, sobre todo, del mismo autor, “Hernán Cortés ante la justificación de la conquista”, Revista de historia de América, No. 92, julio-diciembre de 1981, 49–69. La evolución del pensamiento político y el concepto imperial de Cortés se discuten en el sugestivo ensayo de Víctor Frankl, “Imperio particular e imperio universal en las cartas de relación de Hernán Cortés”, Cuadernos hispanoamericanos, Vol. 55, No. 165, 1963, 443–482.

Luego de su victoria sobre el imperio azteca, al establecer las ordenanzas normativas de la rebautizada Nueva España, reitera el mismo objetivo evangelizador. “Como católicos y cristianos, nuestra principal intención ha de ser enderezada al servicio e honra de Dios Nuestro Señor, e la causa porque el Santo Padre concedió que el emperador Nuestro Señor tuviese dominio sobre estas gentes… fue, que estas gentes fuesen convertidas a nuestra Santa Fe Católica”. No es mera coincidencia que Hernán Cortés tuviese en su estandarte una cruz acompañada de la siguiente inscripción latina Amici, sequamur crucem: si nos fidem habuerimus, in hoc signo vincemus (“Amigos, sigamos la cruz; y nos, si fe tuviéremos en esta señal, venceremos”).

Su crítico, Bartolomé de las Casas, también legitima el dominio de la corona española teniendo en mente “el fin principal… la salvación de aquellos indios, la cual ha de haber efecto, mediante la doctrina cristiana”. A pesar de su continua y severa crítica a la conducta de sus compatriotas, las Casas mantendrá incólume su creencia en la licitud de la donación papal de las tierras descubiertas a los Reyes Católicos para que estos propiciaran la predicación del cristianismo. En un tratado, escrito casi cuatro décadas después del que se acaba de citar, asevera: “Los reyes de España, a favor de la fe, recibieron de la Sede Apostólica el cuidado y el cargo de procurar la predicación y la difusión, por todo este dilatado orbe de las Indias, de la fe católica y de la religión cristiana, lo cual ha de hacerse necesariamente por la conversión de estas gentes a Cristo”.

La colonización de América tiene lugar al final de la Reconquista española, un largo período de guerra santa contra el islam y de expulsión de los judíos ibéricos. Esta ligazón fue reconocida por los protagonistas mismos del “descubrimiento”. En su primera entrada a su diario del primer viaje, Cristóbal Colón une el “presente año de 1492”, en que “Vuestras Altezas haber dado fin a la guerra de los moros” y “después de haber echado fuera todos los judíos de todos vuestros reinos y señoríos”, con el inicio de su viaje “para convertir al Gran Khan”. En otra ocasión, esboza la idea de un imperio mundial cristiano, libre de infieles y herejes, como la gran contribución a la iglesia y la historia de los Reyes Católicos.

Sabiendo la lengua dispuesta suya personas devotas, religiosas, que luego se tornarían todos [los indígenas] cristianos, y así espero en Nuestro Señor que Vuestras Altezas se determinarán a ello con mucha diligencia, para tornar a la Iglesia tan grandes pueblos, y los convertirán, así como han destruido aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo [moros y judíos]; y después de sus días (que todos somos mortales), dejarán sus reinos en muy tranquilo estado y limpios de la herejía y la maldad… para acrecentar la sancta religión cristiana.

Las Casas, H. I., l. 1, c. 46, t. 1, 232.

Por ello, insiste el Almirante, hay que supervisar con cuidado la ortodoxia de los que pasen a las tierras descubiertas. “Vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni haga pie ningún extranjero, salvo católicos cristianos, pues esto fue el fin y el comienzo del propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión cristiana ni venir a estas partes ninguno que no sea buen cristiano”. Es una época cuando hispanismo y catolicidad ortodoxa parecen sinónimos, en la que se observa una profunda “identificación entre confesión y nacionalidad, patria y religión”, según la cual: “La fuerza central dominadora de la voluntad de España era una trascendental idea, un ideal, una concepción religiosa de la vida, encarnada en la Iglesia Católica… Fernando e Isabel concibieron la idea de hacer de España una nación homogénea con la unificación de la fe”.

Esa “identificación entre confesión y nacionalidad, patria y religión” se expresa de innumerables maneras en el hacer y el decir misionero— político de los castellanos en América. Probablemente recogería amplio consenso la opinión del franciscano, evangelizador en Nueva España, fray Francisco de Vitoria [no debe confundirse con el teólogo dominico de igual nombre], cuando escribe a Carlos V: “Están tan reunidos en aquellas partes el patrimonio de nuestro maestro y redentor Jesucristo y el de la Corona Real de España”.

El dominio español del Nuevo Mundo se da también al inicio de la escisión del cristianismo occidental. Esto marcó profundamente su carácter: una cristiandad católica hispana furiosamente antagónica a los “infieles”, “apóstatas” y “herejes”, y restrictiva al respecto de posibilidades alternas de interpretar la experiencia religiosa. Domingo Bañez, renombrado teólogo castellano del siglo de oro, se hace eco de esta simbiosis entre estado e iglesia al defender la ejecución de los herejes: “El rey castiga a los herejes como a enemigos, como a rebeldes extremadamente malvados, que ponen en peligro la paz del reino, la cual no puede mantenerse sin la unidad de la fe. Por eso se les quema en España”.

Fernando de los Ríos hace atinado diagnóstico de la unidad entre estado y religión en la España de la época en cuestión y su consecuente intolerancia: “En un Estado concebido como órgano para un fin religioso y con un contenido dogmático preciso, en un Estado que… no deja fuera de sí nada que represente desacuerdo con el dogma, que es la razón de ser de él, en un Estado tal no hay lugar para las minorías, para la heterodoxia, para las posiciones discrepantes, porque es un Estado-Iglesia: tal es el Estado español del siglo XVI”. Esa unidad entre estado e iglesia, tan peculiar a la historia española, se forjó por siglos.

Característico es que la “primera partida” de Alfonso X se dedique íntegramente a la legislación religiosa: “Del estado eclesiástico, e Christiana Religion, que face al ome conoscer a Dios por creencia”. El carácter confesional oficial del estado castellano se nutrió y desarrolló a lo largo de la multisecular lucha contra el islamismo moro. Esto implica que hay que tener mucha cautela, en el contexto de la conquista de América, al hablar de “racismo hispano”, a semejanza del que imperó posteriormente en los imperios anglosajones.

Cuando un español del siglo quince o dieciséis se jactaba de su “sangre no contaminada” o de “su pureza de sangre”, no se refería principalmente a características raciales, sino a poseer una ascendencia íntegramente cristiana, sin mezclas judías o moras/islámicas. Los certificados de “pureza de sangre” no eran análogos al ideal anglosajón o nórdico de uniformidad étnica. Eso era imposible en la España de la época. Aludían más bien a una imagen de indisoluble unidad entre nación y ortodoxia católica. Por eso los descendientes de judíos y moros hasta la cuarta generación se excluían de las órdenes religiosas. De aquí también la ferocidad conque la Inquisición española persiguió a los disidentes en materias doctrinales.

Lo que es evidente en los textos del siglo dieciséis es un arraigado sentido de superioridad religiosa nacional. España se concibe a sí misma como la preservadora providencial de la devoción católica. Ese sentimiento, que se dirige inicialmente contra los moros y sarracenos, luego se desborda en la contrarreforma y en la expansión del catolicismo en el emergente imperio de ultramar.

¿Las consecuencias para quienes —erasmistas, reformados, heterodoxos, ateos— planteaban visiones alternas de la relación entre humanidad y divinidad? “Actitud inquisitiva respecto a las conciencias, terror de las personas discrepantes”. El espíritu de cruzada perdura, identificándose la nación española con el ideal del imperio cristiano. La pasión católica nutrida de siglos de lucha contra los moros no cesa en 1492, con la toma de Granada y el destierro de los judíos.

Se precipita, guerrera y misionera, dogmática y perseguidora de la heterodoxia, en el Nuevo Mundo. Como asevera el historiador jesuita Pedro de Leturia: “La cruzada de Granada se prolonga en las Indias”. O, como se ha afirmado repetidas veces, el “apóstol Santiago… de matamoros se convierte en mataindios”.

Acerca del libro “Historia de la Conquista de América – Evangelización Violenta”

En su libro Historia de la conquista de América: Evangelización y violencia, Luis Rivera Pagán nos describe cómo este libro se concibió en medio de los intensos debates sobre el quinto centenario del “descubrimiento de América”. Esos debates estimularon y fertilizaron la investigación histórica sobre los pueblos americanos. También propició la publicación de grandes textos relativos al descubrimiento y la conquista, algunos inéditos durante varios siglos.

Luis N. Rivera-Pagán es profesor emérito en Ecumenismo del Seminario Teológico de Princeton. Es también autor de varios libros, entre ellos: 

Teología descolonizadora: Voz profética, solidaridad y liberación y Entre el oro y la fe: El dilema de América.