Un 31 de Octubre de 1517, un monje agustino llamado Martín Lutero, clavó 95 tesis en la puerta principal de la iglesia del castillo de Wittemberg sobre el valor de las indulgencias, con el propósito de ser discutida por los teólogos. Aunque Lutero no lo sabía, en ese momento se estaba iniciando un movimiento extraordinario que luego sería conocido como La Reforma Protestante. Sin embargo, como hemos visto en los artículos anteriores, este movimiento no surgió en un vacío. Varios factores se conjugaron, en la soberanía de Dios, para que un documento como este tuviera en toda Europa el impacto que tuvo. Son esos factores los que queremos considerar en este artículo.
La decadencia del feudalismo:
El feudalismo fue el sistema social y político característico de Europa, que alcanzó su máximo apogeo en Occidente entre los siglos IX y XI: Un propietario, o señor feudal, concede a sus vasallos una parcela de tierra o feudo que él debe trabajar a cambio de protección. El vasallo le debe al señor feudal servicio y fidelidad y está obligado a pagarle una renta. El señor feudal a su vez, aparte de defender a sus vasallos, ejerce sobre ellos todos o parte de los poderes reales.
Este sistema funcionó bajo la bendición de la Iglesia Católica Romana, sancionando con graves penas a los que violaran ese esquema de autoridad establecido. Se le enseñaba al pueblo que “cada cual ocupa en el mundo un puesto querido por Dios”, para cumplir una de tres funciones: rezar, combatir o trabajar.
En palabras sencillas, podemos decir que en este sistema el mundo estaba dividido en dos grandes grupos: los privilegiados y los no privilegiados. Los privilegiados eran los señores, los eclesiásticos y los caballeros, teniendo en la cúspide al rey y al alto clero integrado por los arzobispos, los obispos y los abades. Los no privilegiados eran la burguesía, los artesanos, los sirvientes y los campesinos.
Este sistema alcanzó su punto culminante en el siglo XIII, pero a partir de entonces comenzó a decaer debido, en parte, al mejoramiento de las técnicas agrícolas, lo que provocó un incremento en el comercio que favoreció a la burguesía. Ese proceso de decaimiento se aceleró aún más en los siglos XIV y XV debido a una serie de factores que no podemos enumerar aquí.
Ahora, el punto que nos interesa resaltar es que el feudalismo encajaba muy bien con el dominio que la Iglesia católica ejercía sobre la sociedad medieval; pero el desarrollo de esta nueva burguesía que surgió por el florecimiento del comercio, habría de traer consigo algunos cambios en la sociedad europea que afectaría profundamente a la iglesia que sustentaba el sistema feudal.
Las monarquías en desarrollo:
Por otra parte, las diversas monarquías europeas comenzaron a desarrollar y a resentir cada vez más la dominación de la Iglesia. Los reyes no veían con buenos ojos como la Iglesia Católica formaba un estado aparte del Estado, no reconociendo otra autoridad que la del Papa. De igual manera comenzaron a insistir en el derecho de designar cargos eclesiásticos. Un caso típico es el de España, donde Fernando e Isabel hicieron caso omiso a las objeciones del Papa y llenaron muchas vacantes eclesiásticas.
Cambios intelectuales y filosóficos:
Pero estos cambios no sólo sucedieron en el mundo político y social, sino también en el ámbito intelectual y filosófico. La fe ciega del Medioevo estaba siendo fuertemente amenazada por un gran despertar intelectual y una creciente duda religiosa que se extendió por toda Europa a partir del siglo XIV.
El fracaso de las Cruzadas, al final del siglo XIII, y la captura de Constantinopla (29 de Mayo de 1453), llevaron a muchos a preguntarse por qué el Dios de los cristianos había permitido la victoria del Islam. De igual manera, el descubrimiento de América en 1492 mostró a los europeos que centenares de naciones ignoraban o rechazaban a Jesucristo con aparente impunidad, y en algunos casos su moral parecía ser más elevada que la de muchas naciones “cristianas”. Por otra parte, algunos pensadores como Guillermo de Occam (1280 – 1349) y Marsillo de Padua (1275 – 1343), negaron la supremacía e infalibilidad del Papa, a la vez que cuestionaban la intromisión de la Iglesia en los asuntos del Estado.
Otro personaje importante de este período fue el poeta y humanista italiano Francesco Petrarca (1304 – 1374). Petrarca fue uno de los más grandes estudiosos de la literatura clásica. Él llegó a convencerse de que la historia consistía básicamente en dos períodos: el período glorioso de la civilización clásica y la era tenebrosa de ignorancia y barbarismo que se había iniciado con la caída del Imperio Romano en el siglo V y había continuado hasta sus días.
Pero Petrarca vislumbraba la llegada de un tercer período en el que habría de ocurrir un renacer de la civilización clásica. Animados por la esperanza de ese renacimiento de la gloria antigua, Petrarca y sus seguidores (conocidos como “humanistas”), creían que la era de oscurantismo en que vivían podía ser concluida si se despejaba la ignorancia usando como armas la literatura y la cultura de la civilización clásica. Su grito de guerra fue: “Volvamos a las fuentes”.
Ese estudio directo de las fuentes fue una verdadera amenaza para una Iglesia que se había beneficiado en gran manera de la ignorancia del pueblo. Por ejemplo, uno de los documentos más importantes de la iglesia medieval fue una supuesta carta que el emperador Constantino le había enviado al Papa en el siglo IV, conocida precisamente como La Donación de Constantino. Cuando este emperador fundó la ciudad de Constantinopla en la parte oriental del Imperio, según este documento él le legó al Papa autoridad y señorío sobre la parte Occidental. Fue sobre esta base que los papas clamaron estar por encima toda autoridad política en Europa. Los papas eran superiores a los reyes.
Pero cuando el humanista Lorenzo Valla, experto en latín, examinó el documento, probó sin lugar a dudas que era falso. Su lenguaje no correspondía con el latín del siglo IV, sino del siglo VIII. Valla publicó sus conclusiones en 1440, con lo que no sólo echó por tierra las pretensiones papales de autoridad, sino que puso en duda todas las demás afirmaciones de los papas.
Pero la mayor contribución de Valla fue sus Anotaciones al Nuevo Testamento, una colección de notas que fue publicada después de su muerte. En estas notas, Valla hace uso de su conocimiento del idioma griego para probar que La Vulgata Latina, la versión de la Biblia al latín en la que se basaba la iglesia, tenía muchos errores de traducción.
Unos años más tarde, Erasmo de Rotterdam publicaría las notas de Valla, a la vez que las usaría para publicar en 1516 una de las más armas más poderosas contra el catolicismo medieval: una edición griega del Nuevo Testamento, con su propia traducción al latín al lado del texto griego. Erasmo no tenía la intención de atacar a la Iglesia Católica, sino de ayudar a producir en ella una reforma moral. De hecho, el libro fue dedicado al Papa León X, quién le escribió a su vez una carta de gratitud y recomendó la obra. Pero esta edición del NT griego iba a tener sus consecuencias, sobre todo al hacer más notorio los errores de traducción de la Vulgata Latina y las consecuencias teológicas de esos errores. Por ejemplo, en Mt. 4:17 la Vulgata ponía en boca de Jesús la expresión: “Haced penitencia”, mientras que Erasmo la tradujo como “sed penitentes”, y luego como “cambien sus mentes” (el texto griego contiene la palabra metanoeo). Si la traducción de Erasmo era la correcta, entonces Jesús no está hablando de practicar el sacramento de la penitencia, sino del cambio interno del pecador que se vuelve de sus pecados a Dios. Ahora bien, si Roma se había equivocado en la lectura e interpretación de este texto, ¿cuántos otros errores similares habrá cometido?
Todas estas controversias levantadas por los humanistas no hubieran tenido el impacto que tuvieron si se hubieran quedado entre los eruditos y teólogos. Pero unas décadas antes, a mediados del siglo XV, Johannes Gutenberg había inventado la imprenta, poniendo la literatura al alcance de todos.
Y a todo esto se sumaba un desencanto general, sobre todo entre las personas educadas, por la decadencia moral de la iglesia.
La decadencia moral de la iglesia:
Aunque el catolicismo fue muy poderoso durante la Edad Media, muchos tenían la percepción de que la Iglesia de Roma necesitaba una reforma moral. Ya para principios del siglo XIV en La Divina Comedia Dante Alighieri colocó en el octavo círculo del infierno a los papas Bonifacio VIII y Nicolás III.
Unos cuatro años antes de que Lutero clavara sus 95 tesis, Maquiavelo decía que no puede haber mayor prueba de la decadencia del cristianismo “que el hecho de que cuanto más próxima está la gente a la Iglesia romana, cabeza de su religión, tanto menos religiosa es. Y quienquiera que examine los principios en que esa religión se fundó, y vea cuán distintas de tales principios son su práctica y aplicación actuales, juzgará que su ruina o castigo está al llegar”.
Según el sacerdote y teólogo humanista Erasmo de Rotterdam (contemporáneo de Lutero), la rapiña e inmoralidad del clero habían alcanzado un nivel tal que llamarle “clérigo” a una persona era un insulto. “Millares de sacerdotes tenían concubinas; en Alemania casi todos.”
A esto debemos añadir el descontento general de las naciones por la extraordinaria acumulación de riquezas por parte de la Iglesia. No sólo percibían grandes cantidades de dinero por concepto de impuestos y tributos, sino también por la venta de cargos eclesiásticos. Cuando los cargos no eran suficientes entonces se creaban otros, como fue el caso de Alejandro VI, el cual creó 89 nuevos cargos y recibió 760 ducados (unos 20,000 dólares) de cada uno de los nombrados.
Conclusión:
En esta breve introducción hemos podido ver algunas causas humanas que finalmente desembocaron en la Reforma. Pero no podemos olvidar que Dios es el dueño de la Historia, que Él es soberano y, por lo tanto, que no debemos ver el movimiento reformador como el resultado de una serie de eventos casuales. Nuestro Señor Jesucristo prometió que las puertas del hades no prevalecerían contra Su Iglesia; la Reforma es un hito visible del cumplimiento de esa promesa divina.