¡Juan de Patmos nos habla hoy, bien claramente!
Ya que el libro del Apocalipsis era un mensaje claro y muy práctico para sus primeros oyentes, nosotros hoy debemos buscar “el mensaje del mensaje”, o sea, el mensaje actual que ese mensaje antiguo dirige a nuestra realidad contemporánea. En vez de quedarnos con supuestas explicaciones de detalles aislados, debemos buscar el sentido central de cada pasaje y después reinterpretar ese sentido para nuestro propio contexto actual. Así podremos encontrar “el mensaje (para hoy) del mensaje (de ayer)”.[1]
¿Qué nos quiere comunicar Dios hoy, a finales del siglo XX, por medio de lo que le comunicó a Juan al fin del primer siglo? Quizá nuestras circunstancias parecen muy diferentes a las de ellos, pero de hecho en las últimas décadas América Latina ha vivido muchas situaciones parecidas a las luchas de la iglesia en los tiempos de Juan. Basta pensar en los gobiernos militares del Cono Sur y Brasil, de la masacre sistemática de cristianos en El Salvador y Guatemala, y otras situaciones apocalípticas dentro de nuestro continente.
Estamos seguros de que las Escrituras son la Palabra de Dios para nuestros tiempos. El Dios que habló ayer, también habla hoy. Por eso es necesario reflexionar cuidadosamente sobre el significado actual del mensaje de cada libro de nuestra Biblia, y específicamente sobre la manera fiel y acertada de interpretar y obedecer el mensaje del Apocalipsis para nuestros tiempos.
Dios tiene abundantes medios y mensajeros para comunicarnos su palabra viva, como se la hizo llegar a Juan de Patmos. Pero nosotros, como Juan, tenemos que tener el oído abierto para escuchar la voz del Señor y los ojos despabilados para ver sus señales. El vidente Juan, además de ver visiones apocalípticas, también era un agudo y astuto observador de su mundo. Aunque hoy también la revelación podría ser por visiones, sueños, y audiciones como las que recibió Juan, estaríamos muy equivocados si sólo esperáramos tales manifestaciones y nos quedáramos ciegos a las “señales de los tiempos” que nos rodean por todos lados. Por medio de muchas señales, coyunturas y voces proféticas a nuestro alrededor, Dios nos quiere hablar hoy.
Apocalipsis nos enseña, también, que tenemos que interpretar los procesos históricos, incluso los nuestros hoy, desde la revelación del Señor. En el centro de la respuesta divina a la crisis histórica del tiempo de Juan está toda una teología de la historia basada en el señorío de Jesucristo, crucificado y resucitado. Apocalipsis nos enseña por un lado que es imposible entender la revelación de Dios aparte de la historia, de la cual es Señor y dentro de la cual se revela. Por otra parte, nos enseña que como cristianos debemos siempre interpretar nuestro momento histórico a la luz del reino de Dios y su justicia, como tan magistralmente hizo Juan ante la realidad de su propio tiempo.[2] Eso precisamente es la perspectiva del Apocalipsis: la fidelidad histórica es la única manera de “guardar las cosas escritas en esta profecía” (1.3).
Si Dios habla en tiempos de crisis, ¿qué palabra profética nos habrá querido proporcionar sobre los 500 años de conquista y opresión de nuestros pueblos indígenas? ¿Qué palabra profética nos daría sobre la larga cadena de dictaduras que han azotado a América Latina durante casi todo el siglo XX, mayormente con apoyo extranjero? ¿Qué juicio nos daría sobre los fracasos del desarrollismo y contrainsurgencia de los 60, de la llamada “década perdida” de los 80, y del neoliberalismo, desempleo galopante y pobreza programada de los 90? Sobre todas esas preguntas Juan de Patmos se hubiera declarado proféticamente, igual que lo hizo sobre los problemas candentes de su propia época. Sin duda, su palabra iconoclasta sorprendería a muchos, como suelen hacer los mensajes verdaderamente proféticos.
La Palabra de Dios pertenece a los que la obedecen (Jn. 7.17). Hoy también, la bendición feliz de la palabra profética va para los que guardan las cosas en ella escritas (1.3). El Apocalipsis no es esencialmente un libro de historia futura escrita por anticipado, ni un frívolo crucigrama de símbolos misteriosos para entretener nuestra curiosidad. Es un mensaje profético que tiene que ser obedecido hasta las últimas consecuencias. Cualquier interpretación del Apocalipsis que no sea profundamente ética, o que no tenga exigencias de una práctica radical, es seguramente una interpretación errada. Lamentablemente, gran parte del apocalipticismo de hoy cae en esa última categoría. A través de nuestro comentario trataremos de marcar una senda que sea fiel al texto y a la vez fiel a nuestra realidad histórica actual, único lugar posible para nuestra obediencia a la palabra profética hoy.