La adoración es un acto peligroso. Muchos han perdido su vida en el mismo. Tres mil de los hijos de Israel fueron muertos por adorar “al Dios que los sacó de Egipto” a través del becerro de oro. Dos de los hijos de Aarón, sacerdotes autorizados, fueron fulminados por ofrecer fuego extraño. Uza, por tocar el arca del pacto mientras se transportaba cayó muerto. Los hijos de Elí perdieron la vida al profanar el sacerdocio con su conducta nefanda. El rey Uzías quedó leproso hasta el día de su muerte por adorar en una forma que no le correspondía.
Consecuencias aparentemente excesivas, humanamente difíciles de explicar. Cuando el mundo se atrabanca a toda actividad trivial pero se rehúsa a adorar a Dios, pensaría que el creyente en cambio debería recibir bendición automática por preferir la adoración sobre toda otra actividad. En cambio, dentro del templo pareciere haber una zona de alta tensión que advierte: peligro, acércate con cuidado.
El problema no es uno de severidad divina, sino de miopía humana. La dignidad, majestad, eminencia y santidad de Dios es tan infinitamente elevada que todo intento del pecador de acercarse a Él resulta en una fulminante repelencia. Dios se lo explicó a Moisés: no hay hombre que pueda mirar a Dios y vivir. Tanto Moisés, como Isaías, Juan y Ezequiel tuvieron experiencias aterradoras al enfrentarse a su gloria. Si es que habremos de acercarnos a adorarle, Dios es el único que puede dictar los términos de cómo hacerlo.
Dios principalmente ha dictado dos mandamientos al respecto. El primero es el de adorar únicamente al Dios vivo y verdadero (no a dioses ajenos). Pero este, es seguido del segundo: adorarlo sin imágenes. Para el Dios de la Biblia igualmente importante que la adoración, es la forma en que adoramos. No basta que le adoremos, es importante cómo le adoremos. Dios no ha dejado el protocolo de adoración a ser determinado por nuestra discreción.
De ahí que pocas instrucciones han sido tan minuciosas en el AT como este tema. Además de las instrucciones acerca de altares, el sacerdocio, el tabernáculo, está el libro completo de Levítico con un elaborado reglamento de ofrendas y sacrificios. Dios nunca se conformó con improvisaciones humanas cuán bien intencionadas que estas hayan sido.
¿Ha cambiado Dios de la época del AT al nuevo?. ¡Incorrecto! A la mujer Samaritana Jesús le explicó que Dios anda en búsqueda, pero no solo de adoradores (primer mandamiento), de adoradores que le adoren tanto en espíritu, como en verdad (segundo mandamiento). Y aquellos que no le adoran así en la iglesia también se encuentran expuestos a la muerte. En el caso de los Corintios, varios hermanos fallecieron por su crasa irreverencia al celebrar la cena del Señor.
Hay muchas consideraciones sobre una adoración en espíritu y en verdad, pero existen 3 verdades esenciales que deben regular la adoración pública:
La adoración pública debe ser teocéntrica, no antropocéntrica.
Es decir, debe centrarse en torno de Dios, no de los hombres. La adoración bíblica no comienza cuando los líderes se preguntan ¿qué debemos incluir en el servicio para una adoración de impacto?, Sino: ¿qué es lo que Dios ha dictado se incluya en su adoración? No se trata de improvisar “500 ideas” para un servicio, se trata de escudriñar las Escrituras para descubrir lo que Dios ha dispuesto.
Por ejemplo algunas iglesias en el tiempo navideño incluyen en su servicio de adoración el rito de las 4 velas: la vela de la profecía, del advenimiento, de Cristo y de la paz. Un ritual acogedor e inspirador que se encuentra: en ningún lugar de la Biblia. De lo que algunos nombran la ley ceremonial, Cristo dictó dos únicamente: El bautismo y la cena del Señor. Si sobre estos encimamos más en base a ser inspiradores, no tendría fin el asunto. Podríamos ingeniar una ceremonia para la trinidad. Tres velas que después de prender una tras otra prenden una más grande para simbolizar la diversidad y unidad de la trinidad. También otra para Cristo con tres velas: como sacerdote, como profeta y como rey. Otra secuencia de velas celebrando cada etapa de su existencia: preexistencia, nacimiento, vida, muerte, resurrección, ascensión, y entronamiento a la diestra del trono de Dios. No se diga también ritos en torno a la persona del Espíritu. Uno para simbolizar los frutos del Espíritu, otro para celebrar los dones del Espíritu santo. También en torno al creyente, no solo su bautismo, pero también su adopción, su santificación, y otro para su futura glorificación. Todos estas podrían resultar inspiracionales. PERO LO QUE DIOS QUIERE, es que celebremos lo que la Biblia especifica con tinta negra, y esto es solamente el bautismo y la cena del Señor.
Integrar componente bíblicos en la adoración es de mayor importancia que las ocurrencias santificadas que no parecen prohibirse en las Escrituras. De lo contrario terminaremos como la iglesia medieval cargada de rituales y supersticiones de innovación humana y no de prescripción divina.
La adoración pública debe ser reverente
Como hijos adoptivos tenemos intimidad con Dios que nos permite llamarlo Abba Padre “Papito”, y asimismo, acceso a la zona más sagrada del templo (el naos del templo) reservada anteriormente para los sacerdotes únicamente. Pero estas libertades no debe fomentar en nosotros un espíritu de “irreverencia casual”.
Comprendamos que la familiaridad no significa liviandad. Jamás nadie tuvo tal intimidad con Dios Padre como Cristo. Pero la razón por la que era escuchado por el Padre es porque se dirigía a él con “temor reverente” Heb. 5:6. De entre los apóstoles Juan tenía la relación más íntima con Jesús, se recostaba sobre su seno. Pero cuando se enfrentó al Cristo glorificado cayó como muerto al suelo. Le reverencia y la familiaridad son compatibles. No es lo mismo intimar a tutearse. Dios es nuestros Padre, pero no nuestro igual. De hecho cuando intimamos conscientes de la inmensa distancia que existe entre su posición y la nuestra, de mayor satisfacción es recibir su inmerecida atención.
La reverencia presupone preparación. En el libro de Hebreos después de remarcar la libertad que tenemos bajo el nuevo pacto de entrar al templo, la acompaña con una recomendación de como hacerlo: “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Heb. 10:22) Es decir, el hecho de que las puertas del templo esten abiertas de par en par no significa que debemos de entrar distraídos, conscientes de todo y todos menos de la presencia de Dios.
Lamentablemente en muchas iglesiasd antes del servicio se levanta el bullicio de plática y risas, que impide la reflexión solitaria y solidaria de estar por adorar al rey del universo y monarca de nuestro corazón. Delegamos a los profesionales el descongelar nuestras almas con 20 mil watts de música para ver si así despertarnos de la modorra espiritual y se despejan la trivialidad social.
Ah, sí. No puede faltar hablar de la música…
La música en el servicio debe ser un medio y no el fin de la adoración
Vivimos musificados. Si en un día laboral desconectáramos todos los audífonos del mundo, se desataría una histeria mundial. Las masas trastornadas ambularían como ancianos sin su medicamento diario. Hace tan solo un siglo esto no era así. La reproducción de música en disco era un lujo de la Aristocracia. Hoy día, la mayoría lleva bocinas engrapadas a las orejas. El bienestar de su día depende de poder escuchar música en todo lugar y momento. Por esto, la cultura de la iglesia ha cambiado. Abundan iglesias que han sustituído la Escritura por la partitura. Los servicios son grandes producciones musicales, y el día que calle la música en sus servicios se dará el éxodo de muchos.
No es como que el NT no hable de música. Pero el enfoque no es la megaproducción. De hecho a diferencia de la adoración del AT, la nuevo testamentaria es de sensilla coreografía. Se centra en el canto de los redimidos que reverberan la palabra de Cristo que mora en ellos en abundancia. El tenor de su uso es:
Tener música adecuada al festejado. Parece obvio, pero es obvio que la obviedad no es percibida por muchos. Cuando una festejado en cumpleaños u otra ocasión de honores ponen la música del gusto del festejado y no imponen la música de los festejantes. Pero pocos de los músico en la iglesia se preguntan qué estilo de música corresponde a la gloria del Dios santo, que es un rey, y majestad. Parece más bien que se adopta la última rola y se le pegan letra cristiana para consagrarse. Como si solo la letra afectase los corazones de los congregantes.
Con esto no sugiero música totalmente ajena a la cultura del pueblo que adora, pues debe de conectar con humanos de cierta cultura como Cristo, el Dios hombre, lo hizo en su enseñanza, al utilizar parábolas de la vida cotidiana. Pero dentro de la cultura existe un espectro de música que destaca por ser reverente y otra que destaca por ser estridente.
Tener música que sea el sostén de las palabras de Cristo y no que las palabras de Cristo sean el pretexto para poder tocar la música de moda. En el momento que la música inunda y ahoga las voces de los santos, pierde su propósito y se convierte en un címbalo que retiñe.
La adoración en espíritu y en verdad no se establece sin dificultad. Como a lo largo de los siglos ha existido resistencia a una adoración conforme a la voluntad de Dios, en esta época continuará, particularmente de aquellos que aunque se miran como ovejas en realidad son cabritos con disfraz de oveja: nunca faltan en la congregación. Sin embargo la iglesia no puede aclimatarse a ellos, pues tal como dijo Spurgeon: “La iglesia existe para alimentar a las ovejas, no para entretener a los cabritos.