Cualquier mecánico automotriz te dirá que es un milagro que tu auto siga andando sin aceite. En realidad se escandalizará si sabe que no le has puesto aceite desde hace semanas y que tu motor ha estado a punto de desbielarse. Los motores de autos necesitan aceite para poder funcionar adecuadamente y, para prevenir desastres, los fabricantes ponen un aviso en el tablero del auto que le permite al conductor saber que le hace falta el lubricante.
Como cristianos comenzamos a caminar en los pasos de nuestro Señor y el Espíritu Santo de Dios nos capacita y habilita para vivir la nueva vida que Dios nos ha dado. Así como con el auto, el Espíritu trae convicción de pecado a nuestras vidas y nos avisa cuando algo anda mal. ¡Lo que es más! Nos ayuda a corregir lo que anda mal y nos enseña por dónde caminar. El problema es que al igual que el ejemplo del carro, muchas veces nos acostumbramos a ver la lucesita encendida y no hacemos nada al respecto. Me he subido en autos de amigos que tienen la luz del aceite, del “Engine Check”, del agua del parabrisas… parece árbol de navidad el tablero de su coche y siguen conduciendo durante meses como si nada ocurriera.
Tristemente en ocasiones somos iguales con nuestra vida. Condonamos el pecado en nuestra vida y lo catalogamos en niveles teniendo los pecados “impensables” como la infidelidad sexual, el homicidio, idolatría… pero tenemos también los pecados “aceptables” como la mentira, violar las leyes de los hombres como la piratería, las leyes de tránsito, etc. Si bien sostenemos que robar está mal y es uno de esos pecados “impensables”, muchos cristianos se roban las plumas de la oficina, la grapadora, la calculadora…
¡Qué exageración! me dicen quienes se ven bajo el reflector de estas acusaciones. Quizás sea prudente recordar las palabras de Hebreos 12:14 que dice que sin santidad nadie verá al Señor. O a lo mejor el mandamiento de 1 Pedro 1:16 “Sean santos porque Yo Soy santo”. O las mismas palabras de Jesús quien nos explicó en el sermón del monte que debemos vivir en santidad para ser hijos de nuestro padre que está en los cielos.
Cuando ignoramos al Espíritu Santo corremos el riesgo de contristarle (Efesios 4:30) y si seguimos sin poner atención a su advertencia podemos incluso cauterizar nuestra consciencia. Palabras como “todo el mundo lo hace, no creo que esté mal”, “¿que tiene, es solo una vez?”, “Ni que fuera para tanto, no creo que a Dios le importe” revelan que aún tenemos nuestros ojos en nosotros mismos y no en la santidad de Dios. Debemos detenernos y honestamente hacernos las preguntas: ¿Estoy buscando las cosas de arriba o las de la tierra? ¿Estoy asombrado y maravillado por la santidad de Dios? ¿Mi manera de vivir refleja que soy hijo de Dios? ¿Estoy dispuesto a privarme de gustos y privilegios que van en contra de la Palabra de Dios?
“puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado;” (Hebreos 12:2-3)
Publicado originalmente en Estudia la Palabra el 23 de