Vanidad de vanidades, todo es vanidad

Uno de los libros de la Biblia que más perplejidad suele causar a sus lectores es el de Eclesiastés. Una lectura superficial de este libro puede llevar a algunos a concluir erróneamente que fue escrito por un filósofo fatalista y no por un hombre inspirado por el Espíritu de Dios. Su autor plantea las grandes interrogantes que han inquietado al hombre por siglos: ¿Vale la pena vivir? ¿Hay algún propósito y significado para la existencia humana en un mundo como este en el que tenemos que enfrentar tantas dificultades, injusticias e incertidumbres? ¿De qué sirven nuestros logros o nuestro buen obrar si a final de cuentas todos moriremos igualmente, no importa como hayamos vivido?

La respuesta de Eclesiastés es que si nos limitamos a contemplar la existencia humana desde la perspectiva del aquí y el ahora, no tenemos otra alternativa que asumir una postura totalmente pesimista y fatalista: “Vanidad de vanidades… todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?” (Eclesiastés 1:2-3). Su análisis de la vida se circunscribe a lo que ocurre “debajo del sol”, en nuestro tiempo presente, sin ninguna referencia a la eternidad. Visto de ese modo, aunque podamos disfrutar un buen momento aquí y otro allá, la vida en su conjunto es vana, frustrante y fatigosa (Eclesiastés 1:4-10). Por eso alguien decía que antes de preguntar si hay vida después de la vida, habría que preguntarse más bien si hay vida ahora.

Pero el libro de Eclesiastés no contiene un mensaje fatalista. La vida sí tiene sentido y puede ser realmente disfrutada, siempre y cuando la contemplemos desde la perspectiva de la eternidad: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:13-14).

La vida no es una desgracia que debemos sobrellevar hasta que llegue el delicioso momento de la muerte. De hecho, en todo el libro el autor nos alienta a deleitarnos en las cosas legítimas que Dios nos da, pero siempre recordando que esta vida es el preámbulo de la venidera. Y lo único que importará a final de cuentas es lo que hagamos con Aquel que dijo de Sí mismo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Para disfrutar la verdadera vida debemos venir a El en arrepentimiento y fe.

© Por Sugel Michelén.