“La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa” (Proverbios 19:11)
“Dime cuáles son las reprensiones que más marcadamente salpican las páginas de la Biblia, y te diré los pecados específicos que más fácilmente acosan a la humanidad. En ese espejo podemos observar nuestras contaminaciones y peligros. Si un vicio es reprendido con frecuencia en la Palabra de Dios, puedes estar seguro de que brota prolíficamente en la vida del hombre.
“En este libro de principios morales, la ira es un tema recurrente. La repetición no es en vano. Si el mal no abundara en la tierra, la reprensión no vendría del cielo tan a menudo. Hay mucha ira brotando en secreto en los corazones humanos, y sus arrebatos amargan grandemente las relaciones de la vida. Perturba el espíritu en el que habita, y hiere en su salida a todo el que se encuentra a su alcance. Es algo excesivamente malo y amargo” (Arnot, Studies in Proverbs, p.396).
Una vez más Proverbios nos muestra el contraste entre el dominio propio y la impaciencia. La manera en que una persona reacciona ante las críticas y los ataques es una buena medida acerca de su carácter. La sabiduría de Dios lleva al hombre a practicar la paciencia cuando normalmente manifestaría intolerancia, y a pasar por alto la ofensa cuando naturalmente dejaría ver su intransigencia y oposición.
¿Qué ayudaría al hombre a tener dominio sobre la pasión del enojo? Nos dice Salomón que la cordura es el remedio. ¿Y cómo actúa la cordura o prudencia? Detiene el avance del furor en el corazón. Sin tal freno, la ira es una pasión tan impetuosa que nos conduciría a los extremos. La prudencia nos hará la misma pregunta que le hizo el Señor a Jonás después que se enojó ante el arrepentimiento de Nínive. Recuerden que Jonás estaban tan enojado que llegó a decir que la muerte le era mejor que la vida. El Señor le dijo: “¿Haces tú bien en enojarte tanto?”
La cordura moderará nuestras reacciones. Nos contendrá de expresar un rostro de dragón, con humo y fuego, por nimiedades por las que no vale la pena protestar así. ¿Es correcto enojarme por esto? ¿Es correcto que me enoje de esa manera?
La ira es como un fuego. El fuego no es malo en sí mismo, pero si no se maneja apropiadamente puede causar daños incalculables e irreparables. Lo mismo sucede con la ira. Dios demanda de nosotros la ira piadosa cuando corresponda; pero si no es moderada por la prudencia y la cordura, su fuerza puede escapar de nuestras manos. Los niños no siempre se queman cuando tratan con el fuego; pero lo mejor es evitar, y es preferible que ni siquiera jueguen con él para evitar problemas. Nosotros somos como niños con respecto a la ira, fácilmente salimos chamuscados. Es un instrumento demasiado afilado, y es difícil utilizarlo sin cortar a nadie.
“¿Qué es la ira sino una locura temporal? Por tanto, ceder a su paroxismo, actuar bajo su impulso sin deliberación, es hacer lo que ni siquiera sabemos, lo que ciertamente demandará arrepentimiento. Es muy importante que haya un intervalo entre el origen interno y la manifestación externa de la ira. La cordura del hombre detiene su furor. Pendiente de su debilidad, se guardará de las manifestaciones indecentes de la ira, tomando tiempo para sopesar y siendo cuidadoso de no sobrecargar la ofensa. La afrenta, por ende, es la prueba de que tiene cordura o de que se es un esclavo de sus propias pasiones” (Charles Bridges, Proverbs, p.314).
El pasaje nos está diciendo algo más que dejar de airarnos ante las ofensas. Dios nos requiere que aprendamos a pasarlas por alto.
El hombre airado está sediento de venganza y quiere saciar esa sed a como dé lugar. No puede permanecer tranquilo y mantener su compostura. Piensa que tiene que hacer algo; no puede quedarse callado. Pero no es así. Está equivocado. En muchas circunstancias (quizás en más de las que nos imaginamos) lo mejor y lo más correcto es pasar por alto la ofensa.
¿Cómo nos enseñó el Señor a orar? “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores… Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mat.6:12, 14-15).
El espíritu perdonador del que se habla aquí abarca aquellas cosas que deben ser cubiertas con un manto de amor. ¿Cuántas cosas no cometemos nosotros contra otros que son toleradas, perdonadas y pasadas por alto? ¿Cuántas cosas no cometemos contra Dios? Y sin embargo nos perdona. ¿Por qué, entonces, esa malvada actitud tan inmisericorde de nuestros corazones? No tiene sentido.
Enfurecernos y aplastar a todo el que hace algo contra nosotros contradice directamente las palabras de Mateo 5:44: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.”
También debemos prestar atención a Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”; y a las palabras también de Pablo en Colosenses: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Col.3:13).
Una evaluación personal correcta nos ayudará a no ofendernos por cada pequeño insulto. El espíritu intolerante y no perdonador no se corresponde con la realidad de criaturas que han sido perdonadas.
He aquí un área en la que podemos saber si somos sabios o insensatos, o cuánta sabiduría e insensatez habita en nuestro corazón. Si eres un insensato, seguirás las máximas de los insensatos; entre las cuales se encuentra el principio de que un hombre que se da a respetar no permite ningún tipo de afrenta. Si eres sabio, las pasiones no van a gobernar tu corazón; y aun cuando sean fuertes las insurrecciones de la ira, éstas serán mantenidas bajo control.
El hombre verdaderamente sabio exhibe paciencia y la disposición a pasar por alto las ofensas.