Lamentablemente, la predicación de la Palabra de Dios está de capa caída en muchas iglesias. Hace muchos años leí esta porción del libro The Power of the Pulpit (El Poder del Púlpito) de Gardiner Spring que hoy comparto con Uds. Aunque este libro fue publicado originalmente en 1848, su relevancia permanece en el día de hoy. Espero que el impacto que produjo en mí alrededor de 20 años atrás impacte con la misma o mayor fuerza a los lectores de este blog.
Ese púlpito, ¡con cuánta amargura será recordado por millones de perdidos! Muchos reprobados en sus prisiones de desesperación exclamarán: “Ese santuario y ese hombre de Dios, me advirtieron de esta terrible inmortalidad, pero no hice caso de su advertencia. Ese sagrado púlpito me habló de la redención a través de la sangre de Jesús; pero me burlé del mensaje, y pisoteé la sangre del pacto bajo mis pies. Podría haber sido feliz en los mismos términos de gracia y condescendencia de aquellos que ahora contemplan a Dios a su diestra; pero yo no vine a Cristo para tener vida. ¡Y ahora estoy perdido, perdido, perdido! ¡Oh, cuán terribles es este infierno eterno! ¡Ese púlpito, oh ese púlpito, cómo agrava mis miserias! ¡Para qué me habló, si sólo fue para añadir combustibles a esta llama!”
Pero por el otro lado, también estarán aquellos, “una gran multitud que ningún hombre puede contar”, que recordarán la influencia de ese púlpito con gratitud y alabanza de adoración a Aquel, que a través de “la locura de la predicación salva a los que creen”. Esa casa de Dios, ¡cuántos la recordarán en el cielo! “Ese púlpito, que me miró cuando era un niño, que me enseñó cuando era un ignorante, que me reclamó cuando era un extraviado; que me recordó mi iniquidad, y me señaló todas las cosas que había hecho; que me habló de mi inmortalidad, y me hizo temblar y llorar, nunca podrá ser borrado de la memoria. Ese púlpito, que me habló del amor del Salvador, de cómo sangró y murió, y me esperó pacientemente para que aceptara su misericordia salvadora; que me confortó cuando estaba deprimido, que me alentó en mis fatigas, que disipó mis desilusiones, y me ayudó a escapar del lazo del cazador; que me dispensó el pan de vida cuando estuve hambriento, y cuando estuve sediento me dio a beber de las aguas de la salvación; que trajo sus mensajes de paz a mi cama cuando languidecía, y alivió ni adolorida cabeza, y cuando estaba muriendo, me dijo que no le permitiera a mi corazón que me angustiara”. Digan ahora millones que están en gloria: “Ese púlpito que me advirtió de aquellas prisiones ardientes, y me dirigió a esta mansión en la casa de mi Padre” (Gardiner Spring; The Power of the Pulpit; pg. 35).
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