¿Por qué es importante conocer la opinión de Dios acerca de los gobiernos y sus gobernantes? Porque Dios es soberano. Y eso no sólo significa que Dios controla todos los seres y cosas, sino también que posee derecho pleno sobre todas ellas, incluyendo las autoridades civiles.
Es por eso que Dios se presenta a Sí mismo en las Sagradas Escrituras como Rey de reyes y Señor de señores. El es el Rey de los reyes y es el Señor de los señores. Los gobernantes de las naciones están bajo Su autoridad y derivan de Él su autoridad, aun cuando ellos no lo reconozcan así.
Esa es la enseñanza de Pablo en Rom. 13: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridades sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste” (Rom. 13:1-2). Los gobernantes terrenales poseen autoridad porque Dios los invistió de ella. En Jn. 19:11 el Señor Jesucristo dice a Pilato: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba”. La autoridad de Pilato, en última instancia, no se derivaba del César, sino de Dios mismo. Esta verdad escritural posee repercusiones de muy amplio alcance.
En primer lugar, implica que sólo Dios tiene derecho a definir las funciones de los gobernantes y delimitar su autoridad.
¿Qué se supone que deben hacer los gobiernos humanos? ¿Hasta dónde se extiende su autoridad? ¿Cuál es la base de la justicia que deben hacer prevalecer? ¿Cómo se supone que deben actuar los gobernantes? El único que puede responder esa pregunta es Dios mismo, porque Él fue quien instituyó el poder civil.
En segundo lugar, eso significa que los gobernantes de las naciones no poseen un poder absoluto, porque su autoridad es delegada, supeditada a la autoridad de Dios.
Uno de los reyes más poderosos de la antigüedad fue Nabucodonosor, el gran rey de Babilonia; pero cuando este rey comenzó a ser dominado por su soberbia, Daniel tuvo que recordarle esta verdad de las Escrituras: “Tú, oh rey, eres rey de reyes, porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad” (Dn. 2:37). La autoridad de los gobernantes es una autoridad delegada.
Pero eso implica también que los gobernantes de las naciones son responsables ante Dios por el ejercicio de su autoridad y algún día tendrán que responder ante Él por la mayordomía que se les confió. En Rom. 13 Pablo se refiere a los magistrados como “servidores de Dios”. Aunque ellos mismos no se reconozcan como tales, eso es lo que son, siervos del Dios Altísimo, llamados a realizar una labor específica para el bien común.
Por eso es que el primer deber de un gobernante es someterse a la autoridad de Dios. En el Sal. 2:10-11 dice David: “Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes (actúen con discreción, es la idea – en vez de oponerse a Dios sométanse a Él); admitid amonestación, jueces de la tierra (déjense enseñar). Servid a Jehová con temor y alegraos con temblor”.
El Dios de las Escrituras es soberano; Él posee derecho pleno sobre todo lo creado, incluyendo los gobiernos humanos. Su soberanía alcanza también a los reyes de la tierra. Y nosotros como Sus ministros tenemos la responsabilidad de proclamar lo que Él ha revelado en Su Palabra al respecto.
En nuestro próximo artículo veremos la gracia común de Dios y los gobiernos humanos; para luego pasar a considerar el perfil de un gobernante, según los principios generales de la Palabra de Dios.
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