La Biblia es el libro menos aburrido que puede existir en toda la literatura de la historia de la humanidad. Más bien yo diría que es el libro más incomprendido.
Ciertamente, la Biblia es una biblioteca riquísima en géneros literarios, la cual se ha mantenido por más de diez mil años. Es increíble darse cuenta que cuando la abrimos nos acercamos no sólo a la Palabra de Dios sino a una cultura totalmente diferente a la nuestra, que tuvo a bien registrar eventos sucedidos hace miles de años atrás con el fin de abrir una ventana para nosotros a los hechos, muchas veces, vividos en carne propia por el escritor.
Sin embargo, esta misma característica evidentemente nos separa de manera abismal de las culturas antiguas y hace muy difícil en nuestros días poder tener una lectura clara. Esto suele desembocar en la creencia de la existencia de textos inútiles para edificar nuestra fe mediante la Escritura o textos aburridos, cuya vigencia ha terminado para nosotros y no merecen la pena ser estudiados.
La relevancia de las “partes aburridas” de la Biblia
En mis primeros acercamientos a la Escritura como nuevo creyente, había libros y secciones que leía con poca atención y a gran velocidad porque tenía la creencia de que eran inútiles para mi estudio o mi entendimiento de Dios. Libros como Levítico donde se habla de la ley, y secciones como las genealogías.
El reto al cual se enfrenta un nuevo creyente al encontrarse con este tipo de secciones es el mismo al que nos enfrentamos como pastores, predicadores o maestros de Biblia: entender su importancia y relevancia para nosotros como cristianos. La cuestión para aquellos que enseñamos a la iglesia local es ¿cómo enseñamos estas porciones de manera que podamos comunicar su importancia para nuestra fe?
Lo primero y más obvio que me gustaría recalcar es la actitud que tomamos como predicadores o maestros de Biblia al acercarnos a estos textos, es decir, necesitamos preguntarnos: ¿yo también creo que son aburridos o inútiles? En caso de que sea así, es necesario revisar nuestra percepción al respecto.
Ningún escritor plasma historias o ideas que considere inútiles para la comunicación de su mensaje. Es decir, el propósito no es escribir palabras para llenar un espacio, sino transmitir un mensaje claro y para eso es necesario ser intencional con las palabras a utilizar. De la misma manera, los escritores bíblicos han plasmado información considerada de utilidad conforme a lo que deseaban comunicar o transmitir, además de la inspiración divina.
El asunto es ¿qué es “eso” que querían hacernos saber? Para este fin son las herramientas actuales a nuestra disposición, tales como las herramientas de Logos por ejemplo, cuya función es ayudarnos a entender mejor la mente de aquellos escritores.
Es necesario deshacernos de ciertas formas de pensar que probablemente hemos heredado de generaciones pasadas; por ejemplo, el pensamiento sobre el Antiguo Testamento al cual se le considera la antesala de la llegada del Mesías, y esto le hace perder su relevancia en el momento en que Jesús pone un pie sobre esta tierra.
Uno de mis profesores del seminario una vez dijo respecto a este tema “si algo importa, todo importa”. No podemos pretender enseñar a otros sobre la Biblia si sólo nos enfocamos en el Nuevo Testamento y restamos importancia al Antiguo Testamento. Si hemos de tomar en serio la Biblia, no será sólo por porciones, secciones, pasajes o sólo algunos libros, en cambio deberá ser considerada como un todo, puesto que toda ella ha sido inspirada y es útil (2 Ti 3:16-17).
El propósito divino revelado en las “partes aburridas” de la Biblia
Por ejemplo, lo que conocemos como “ley” en la Escritura es un tema preferentemente evitado en muchas ocasiones, no se quiere discutir sobre él entre los círculos cristianos por dos razones: falta de conocimiento o la famosa idea de “ya no estamos bajo la ley sino bajo la gracia” entonces ¿para qué hablar de ello? Quienes apelan a esta frase consideran que dado que no estamos bajo la ley, no es necesario conocer su significado o incluso lo que implica, ¿cómo podemos experimentar la gracia si no entendemos las implicaciones de la ley?
La ley de Dios
En su carta a los romanos, Pablo explica magistralmente las implicaciones de la ley. Habla de lo que algunos teólogos categorizan como “ley moral” y en términos más simples, la base de la ley moral es lo hoy conocido como los “Diez mandamientos”, los cuales son la ley de Dios. En el capítulo siete, menciona que la ley despierta las pasiones pecaminosas.
La cuestión es ¿en qué sentido hace esto? Si lo leemos sin entendimiento, diríamos que la ley en sí misma es mala, pero incluso Pablo mismo se adelanta a esta mala interpretación de sus propias palabras y señala que no es que la ley sea mala, en cambio, la ley misma nos instruye en aquello que es pecaminoso.
La razón de esto es que lo encontrado en pasajes como Éxodo 20:1-17 o Deuteronomio 5:1-22, los mandatos de Dios al pueblo de Israel, no son una ley que Dios simplemente se sacó de la manga o la exigencia de un dictador. Lo que conocemos como ley de Dios es una revelación de la naturaleza de la realidad de la existencia. Es decir, lo determinado por Dios como “ley” es porque es “bueno”, no es bueno por un criterio desconocido, independiente o ajeno a nosotros, es objetivamente bueno en todo sentido.
Cuando Dios dice “no tendrás otros dioses delante de Mí”, objetivamente eso es bueno para nosotros. El ser humano ha experimentado la autodestrucción al entregar sus vidas a ídolos que fallan y no al Dios verdadero que no falla.
Cuando esta ley se hace presente, evidencia que en nuestra condición caída no nos es posible cumplir con dicha ley, en otros términos, nos es imposible hacer lo que es bueno delante de Dios en nuestras fuerzas.
Es ahí donde podemos gozarnos; en la omnisciencia e infinita sabiduría de Dios sabía que sería imposible para nosotros cumplirla, por eso la ley nos aplasta, porque nos muestra nuestra incapacidad, es ahí donde nos damos cuenta que Dios no nos pide ser santos, nos hace despertar a la realidad de que sin Cristo no podemos ser santos como Él es santo.
Bajo este criterio, si observamos el resto de las leyes que encontramos en la Escritura y puestas por Dios, nuestra lectura puede cambiar porque nos impulsa a buscar la sabiduría de Dios mediante Su ley.
Quiero invitarte a usar la herramienta interactiva de Logos “Panorama de las Escrituras” para explorar la manera en que la ley está plasmada en el Antiguo Testamento y cómo la vemos reflejada en la narrativa del Nuevo Testamento.
Cuando vemos la ley en cuanto a su fondo y prácticas entendemos más del contexto cultural histórico, y esto nos ayuda a asimilar tanto la vida en el entorno de Jesús, como el peso teológico de la ley. Así podemos experimentar verdaderamente la gracia enfatizada en el Nuevo Testamento en la obra de Jesús. De otro modo, sería incomprensible para el creyente la razón por la cual la obra de Jesús es una buena noticia.
Por eso los maestros de Biblia necesitan abrirle la puerta a la iglesia al entendimiento de la ley, hacer a un lado la enseñanza de la ley es ser bíblicamente negligentes y culpables de transmitir un mensaje incompleto.
Las genealogías en la Biblia
De la misma manera, las genealogías encontradas en la Escritura, cuentan con un propósito. J. W. Wright señala a las genealogías como un listado de relevancia privada más que pública, por eso nos cuesta trabajo entender la razón de su aparición. Parecen ser listas aburridas con nada que aportarnos. Pero la realidad es que dicen mucho. Las genealogías nos señalan la relevancia de cierto personaje al conectarlo con sus ancestros, su cultura y su pueblo.
Esto no es una característica única del pueblo judío, sino del mundo antiguo. Incluso los romanos del primer siglo solían tener la genealogía de su familia en la pared de la entrada de su casa. Eso los conectaba con ciertos linajes. Es una forma de identificación social.
G. N. Knoppers en su obra The Journal of Biblical Literature escribe que tanto en Israel como en otras culturas, las genealogías son declaraciones que nos hablan de la identidad, el territorio y las relaciones. Conocer el nombre de los antepasados, pueblos y grupos tenía una importancia especial para los escritos antiguos ya que éstas definían la posición del ancestro, el pueblo o el grupo en relación con los demás. Un ejemplo de esto es la genealogía de Jesús.
Wright distingue distintos tipos de genealogías, las lineales y las segmentadas.
Las lineales conectan a un individuo con un pariente concreto de una generación anterior, las segmentadas buscan tener amplitud generacional. Eso lo observamos en Mateo 1:1 donde hay una conexión segmentada entre Jesús, David y Abraham. Esta genealogía denota la relevancia profética de Jesús, el mesías, como linaje de David.
El interés en las genealogías se hizo más fuerte precisamente por las profecías mesiánicas, según la cual dicho Salvador vendría de la simiente de la mujer (Gn 3:15), de Abraham (Gn 22:18), de la tribu de Judá (Gn 49:10) y de David (2 S 7:112, 3).
Posterior a esto, tenemos una genealogía lineal más detallada donde podemos apreciar los antepasados de Jesús desde una línea “patrilineal”, es decir, el rastro de descendientes a través del padre, lo cual era más común entre los pueblos judíos. Si se tiene el tiempo y la disposición, hay mucho para estudiar en estas genealogías y datos muy interesantes.
No obstante, hasta aquí podemos notar que las partes consideradas como aburridas en la Escritura, realmente no son tan aburridas, simplemente se trata de contar con la información necesaria. Con la guía correcta, la lectura de estas partes pueden tornarse en ejercicios interesantes capaces de ayudarnos a entender profundamente el trasfondo de esta interesante cultura que ha existido por milenios y de la cual Jesús proviene.
Podemos analizar estas líneas genealógicas y darnos cuenta que incluso hay personajes que ni siquiera son de linaje hebreo pero son parte de las bendiciones e historia del pueblo. Desde ahí podemos notar la inclinación del plan de Dios. También nos encontraremos con ciertas leyes que fueron mal interpretadas con el paso del tiempo, al grado en que Jesús corrige varias de ellas en los Evangelios.
Consejos prácticos para enseñar las “partes aburridas” de la Biblia
Una vez entendida la importancia de estas porciones, el reto es ¿cómo transmitimos todo esto a personas sin un interés académico? Lo primero es definir la audiencia a la cual queremos enseñar. No es igual querer enseñar a un grupo de jóvenes que a uno de adultos o incluso adultos mayores. Hablemos de unos cuantos principios que pueden ayudar al maestro a tener un acercamiento productivo.
En cuanto a los jóvenes, es importante recalcar que la creatividad es un recurso invaluable. Perder la atención es muy fácil, debido a eso el ser creativo ayuda a que la atención se mantenga y el grado de claridad en la comunicación y la enseñanza. Jesús, en los Evangelios, vemos cuán hábilmente enseñaba mediante parábolas y símiles con el fin de contextualizar la enseñanza al público objetivo con situaciones y elementos que ellos conocían, así podía ser más comprensible la explicación.
Si con los adultos, esto funciona muy bien, con mucho mayor razón funciona para los jóvenes. Esto con respecto a la explicación de un concepto, pero en cuanto el concepto se entiende es necesario buscar ligarlo a sus vidas de manera práctica, cómo se viven estas enseñanzas en la escuela, en casa, con sus amigos, etc.
En cuanto a los adultos y adultos mayores, la situación es casi la misma. La claridad de nuestra explicación puede radicar en encontrar la mejor forma de comparar el concepto que queremos enseñar con algo parecido a lo que nuestra audiencia conoce y con vocabulario comprensible para ellos.
Como maestros o profesores tenemos la tentación de asumir que las personas ya saben ciertas cosas, cierta terminología bíblica o historias bíblicas, o incluso conexiones de conceptos con narrativa dentro de la Escritura. Pero ese es un error. Más bien es necesario asumir que nuestro grupo está en blanco y que pertenecemos a una sociedad que no está acostumbrada a la lectura crítica, en especial cuando se trata de la Biblia.
Debido a esto necesitamos ser lo más simples posible, cuidado, esto no significa ser simplista. La diferencia está en presentar la enseñanza en términos simples, sin tanta complejidad y con lo necesario a saber; lo simplista es presentar argumentos o enseñanza que deja fuera aún lo esencial y termina en un montón de dudas sin resolver. Mantengámoslo simple.
Para comenzar, un buen ejercicio puede ser usar la herramienta interactiva de Logos sobre el uso del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento, e identificar las ocasiones donde Jesús explica, aclara o amplía la intención de la ley. Eso nos dará claridad sobre la ley en el Nuevo Testamento y la manera de Jesús para instruir sobre este tema a sus discípulos o debate con quienes se le oponen.
La Biblia es el libro menos aburrido que puede existir en toda la literatura de la historia de la humanidad. Más bien yo diría que es el libro más incomprendido. Con el paso de los años ha habido información ignorada o mal interpretada, esto ha provocado que aquello que llega a nosotros sin un rigor académico podría estar desinformado o equivocado.
Lo importante es esto, si hemos de tener una relación con Dios necesitamos conocerlo por medio de lo revelado por Él mismo a través de toda la Escritura, no sólo algunas partes. Para ello, debemos tomar con mucha seriedad nuestro estudio de la Biblia con el fin de conocer más a Dios, para amarlo más y servirle cada vez mejor.