Implicaciones teológicas de la Encarnación de Cristo en Juan 1:1
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1. RV60).
A menudo, el término joanino de logos no ha quedado lo suficientemente claro para gran parte del pueblo de Dios que no ha tenido un acercamiento al pensamiento teológico. Aquel bello prólogo doxológico del primer capítulo del evangelio de Juan que nos relata la encarnación de nuestro Señor, su naturaleza y su razón, ha sido tergiversado y mal interpretado infinidad de veces, quizá por el desconocimiento del contexto judío de la época.
Logos dentro de su contexto
En español, la traducción de logos como “Verbo” tiene su influencia en el latín verbum que se optó por usar en la famosa Vulgata Latina como significado del vocablo griego. Es claro que Jerónimo, el creador de esa Biblia, quería guardar el concepto de discurso y “palabra” del manuscrito que tenía a mano. Al usarse en español, el término “verbo” describe una acción, y ese componente dinámico se le es atribuido a Jesús y su ministerio en su encarnación.
Quizá para nuestro idioma actualmente, el término “Palabra” podría ser una opción mejor (de allá que traducciones modernas elijan “la palabra” en lugar de verbo, tales como la NTV o TLA). Sea como sea, la opinión del erudito evangélico conservador D.A. Carson en este caso es encomiable: “muchos todavía piensan que ‘Palabra’ es el término más apropiado, siempre que no se refiera estrictamente a un mero signo lingüístico, sino que se entienda que significa algo así como ‘mensaje’ (como en 1 Corintios 1:18).”[1]
La abstracción filosófica del concepto de logos tiene como causa gran parte de la cristología temprana de la iglesia, dado que no fue un término novedoso del cristianismo primitivo; sino que ya había ciertas nociones helénicas del mismo. Un número considerable de apologistas y padres de la iglesia que leían el prólogo de Juan, tendían a equiparar al Verbo, con el Logos griego de Platón y Aristóteles.
Por ejemplo, Justino Mártir (100-168 d.C), decía que el Verbo era el logos spermatikos o “logos seminal”, la razón repartida a todo ser humano para ser racional. Así decía de esta semilla universal: “Cristo es el primogénito de Dios y logos o idea de la cual participa todo el linaje humano. Y cuantos vivieron según la razón son cristianos, aun cuando fueron tenidos por ateos, como entre los griegos fueron Sócrates”.[2] Además, no sólo los cristianos primitivos se inclinaban a verlo en términos de esencia intelectual, incluso Filón de Alejandría, un judío helenista que vivió en los tiempos de Jesús, quien se conoce por haber sido influenciado por la filosofía platonista sostenía una concepción similar.
El Verbo es el mundo de las ideas, la mente del hombre es la imagen de ese arquetipo perfecto “que está por encima de todo y quien la moldea”.[3] Arthur W. Wainwrigth dice que Filón parece acercarse a la comprensión cristiana de una “palabra personificada” pero al final es inconsistente. Logos es tanto el ancla del mundo que sostiene a sus habitantes, pudiéndose ser un sumo sacerdote, un ángel, un capitán y hasta un piloto, y a la vez una realidad impersonal trascendente. Como quiera, existe una explicación de darle al logos una conciencia.[4]
No es para menos recordar que este trasfondo ha llevado a muchos especialistas críticos del Nuevo Testamento a decir que la iglesia hizo una reconstrucción de las palabras de Juan con una influencia pagana griega, persa y de los misterios. Ese es el caso de Rudolf Bultmann, quien expresa que el cuarto evangelio expresa a Jesús, “en las formas del mito gnóstico liberador”, “del lenguaje gnóstico… proviene, finalmente el nombre Logos del revelador preexistente”.[5]Hay que entender que la carrera teológica de Bultmann se desarrolló antes de 1947, cuando los rollos del mar muerto fueron descubiertos, los cuales evidenciaron que la mentalidad juanina se asemejaba a la de los grupos no conformistas del judaísmo del segundo templo y no al gnosticismo, por lo que quizá, probablemente la aseveración del teólogo hubiese sido en gran parte matizada.
No debemos demeritar el gran trabajo de la ortodoxia antigua y de los primeros apologistas cristianos en usar herramientas filosóficas para articular una defensa de la fe en su propio contexto. No obstante, quizá se ha perdido de vista que Logos tiene que ver con un componente importante de la fe y expectativa judía, tanto primitiva, tribal, postexílica y apocalíptica, y que Juan, el evangelista, presenta como su cumplimiento en Cristo: La promesa.
Memra y Logos
Además de la literatura judía del segundo templo, se ha aseverado que parte del pensamiento teológico judío palestino se debe mucho a los targumim. Estos fueron traducciones orales del Antiguo Testamento hebreo al arameo que, además, incluían comentarios y notas aclaratorias explicativas de los pasajes bíblicos con el fin de que la población israelita postexílica no desconociera sus textos religiosos por el cada vez más frecuente desuso e ignorancia del hebreo. En las sinagogas se acostumbraba a leer rollos en el idioma antiguo, pero dentro de su liturgia, algún comentario en arameo podía darse para explicar lo que había sido expuesto en la Torah. Así se fueron desarrollando los targumim escritos.
En sus paráfrasis, sale a relucir la palabra Memra, la cual, es la traducción de “palabra” en hebreo (dabar) servía como un circunloquio de YHWH. Es aquel poder personificado que mediaba entre Dios y los hombres. Se usaba para evitar antropomorfismos en Dios, además que era la palabra creativa divina del principio (Gn. 1).[6] Por ejemplo, “en Génesis 39:21 El Memra estaba con José en la cárcel. En el Salmo 110 Jehová dirige el primer versículo a la Memra. El Memra es el ángel que destruyó a los primogénitos de Egipto, y fue el Memra el que guió a los israelitas en la columna nublada.”[7]
Sin embargo, más interesante aún para nuestro propósito es la aparición de El Memra ante Abraham prometiéndole una gran descendencia y haciendo pacto con él. En Génesis 15 de los targumim, Abraham tiene un encuentro con la Palabra quien le promete una descendencia prolífica que será de bendición a todo el mundo (tal como la Memra de Dios en el principio de la existencia del mundo bendijo a Adán y a Eva).
Aquí El Memra tiene todas las características de una personificación, además de que es visto por el patriarca en visión. Abram le contesta: “Señor Dios” afirmando su divinidad (Gn. 15:2; Targum de Onkelos). La Palabra es quien lo lleva afuera y le muestra el cielo estrellado para ejemplificar por medio de los cuerpos celestes, la innumerable descendencia que ha sido prometida (v. 5); sin embargo la declaración siguiente del texto es esclarecedora: “Y creyó en El Memra del Señor (Memra de YHWH) y se lo contó para justificación”. Esto atrae aun más la atención con respecto a lo que el apóstol Pablo dice sobre la justificación por la fe de Abraham en Romanos y Gálatas anterior a la Ley y paralela con la confianza en el Mesías que actualmente los judíos y gentiles tienen y les justifica.
Sin embargo, lo que Jesús les dice a los religiosos judíos del encuentro entre el padre de la fe y el Logos en Juan aterriza de manera más específica esta tesis: “Abraham, el padre de ustedes, se alegró mientras esperaba con ansias mi venida; la vio y se llenó de alegría. Entonces la gente le dijo: “Ni siquiera tienes cincuenta años ¿Cómo puedes decir que has visto a Abraham?” (Jn. 8:56-57, NTV). El cuadro busca enfatizar la pre-existencia del Verbo de Dios, además de su visita al patriarca antes de encarnarse y dejar clara su igualdad con el Padre. Por lo que, sin duda, el concepto de El Memra personificado pudo haber tenido influencia en Juan y ser un paralelismo directo con su apreciación del Verbo. Aunque, con diferencias, la lectura de los targumim ayudó a preparar un campo fértil para el entendimiento del Logos Juanino.
Ante tal evidencia, no podemos olvidar que la temática se centra en la promesa: Dios habitaría en medio de su pueblo, y la simiente humana derribará las pretensiones deshumanizadoras satánicas (Gn. 3:15). La estructuración filosófica y abstracta del Logos es útil y es la fe histórica de la Iglesia, pero si se ignora su concepto de promesa y esperanza, se queda corta. Como menciona Jürgen Moltmann, la revelación y epifanía de un Dios Trascendente e Impasible en un hoy eterno como el de Parménides, olvida la esperanza enraizada en la historia de salvación y el caminar israelita del Antiguo Testamento: La promesa.[8] Por medio del Verbo de Dios, la historia de YHWH es anunciada de manera climática y apunta al futuro, donde se consumará el reino eterno y redención humana a través del varón designado y divino que se encarnó, murió y resucitó: Jesucristo. En síntesis, la Palabra para Juan implica una comprensión muy arraigada del judaísmo palestino y sobre todo promesa, característico de la fe veterotestamentaria.
Tabernáculo humano, Dios con nosotros
En su tratado, Cur Deus Homo, San Anselmo de Canterbury (1033-1109 d.C) responde a una pregunta crucial sobre la salvación humana: ¿Por qué Dios se hizo hombre? Dentro de su diálogo con Boso, el monje escolástico responde que solo Dios mismo podría salvar a la humanidad para que así le sea devuelta la dignidad perdida si nunca hubiesen pecado, pues si hubiese sido por medio de otro ser, aun creado sin mal y defecto, el hombre quedaría como siervo de aquella criatura y no se cumplirían las palabras del evangelista: llegar a ser hijos de Dios y de la resurrección (Lc. 20:36).[9] Por lo tanto, Dios mismo debía venir y sacar de la ruina al género humano, porque, como dice aquel Salmo: “Nadie puede en manera alguna redimir a su hermano, ni dar a Dios rescate por él, porque su alma es muy costosa y debe abandonar el intento para siempre, para que viva eternamente, para que no vea corrupción”.[10]
El acto que trajera satisfacción por el pecado era imposible para las personas que habían ofendido a la Divinidad, sin embargo, para San Anselmo, era claro que nadie más podía pagar la deuda sino los hombres pues a ellos les correspondía el agravio. Es aquí donde se plantea que Dios tuvo que hacerse hombre. El Verbo se encarna, como representante de aquellos rebeldes, para redimirlos con un sacrificio de valor infinito, por tanto, se es humano para representar, y se es Dios para salvar: vere homo et vere Deus.
El prólogo de Juan 1:1 nos muestra algo parecido, empieza con un paralelismo inequívoco con Génesis 1:1. “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”; “En el principio era el Verbo”. Algunas tradiciones judías de la época interpretaban a la sabiduría (además de Logos) de la literatura sapiencial como una extensión personificada de YHWH (p. ejemplo, Ben Sira, 24). No era para menos, lo que encontramos en Proverbios 8:22 en adelante es esclarecedor con respecto a la sabiduría como aquella que se encontraba el día de la fundación del mundo y que estaba con Dios en la eternidad. Es muy probable que Juan se haya inspirado de este concepto para describir al Verbo, con la diferencia de que éste no fue creado, pero sí como el agente necesario, así como la sabiduría, para que lo que ha sido hecho llegara a la existencia (Jn 1:3). El evangelista explica un nuevo comienzo, la nueva creación que viene con aquel en quien podemos ver al Padre que nadie ha visto jamás. El postrer Adán no es un simple hombre más, no es solo la sabiduría y una extensión de Dios, aunque comparte su naturaleza humana con los seres humanos, El Verbo es el Hijo quien es Dios y ha dado a conocer a YHWH (Jn. 1:18; más claro en NTV, NVI, TLA).
A este concepto de Sofía en griego o Chokmah en hebreo (sabiduría), se le agrega otro que es “shekinah” que, si bien no aparece en el texto hebreo, en el arameo de los targumim se refería a la presencia divina en el templo. Así como Memra, la shekinah sustituye los antropomorfismos de Dios y habla de la presencia mediadora de él con los hombres. Su raíz en el hebreo se considera muy probablemente sea shakan que significa “habitar” e incluso, mishkan el cual significa tabernáculo. Lo interesante del precioso prólogo del evangelio de Juan es que el Verbo, en su acción de encarnarse, “habitó” (gr. Skenóo) entre nosotros” como si fuese un tabernáculo, la shekinah humanada misma de Dios (Jn. 1:14).
Uno de los mejores diccionarios, el BDAG dice que esta palabra es una expresión de continuidad con la “tienda” de Dios en Israel.[11] Por lo tanto, el evangelista puede decir que miraron en él su gloria, una gloria como la del Padre, así como en el tabernáculo se manifestaba aquel kabod (v.14). La repetición de la gloria no es coincidencia, la primera instancia se encuentra en genitivo, para enfatizar que ella le pertenece a Jesús, pero a la vez, esta gloria es como la del Padre. Solamente el Verbo puede poseerla. Es un tabernáculo porque se encarnó y se hizo como nosotros, mediando a la humanidad hacia el reino de los cielos, y a la vez, es la misma presencia de Dios. No por casualidad, el Señor revelará que Él y el Padre uno son, declaración que enfurece a la élite religiosa de Israel (Jn 10:30-33).
Conclusión: Una esperanza gloriosa
Las implicaciones de la encarnación no solamente funcionan para la formulación del dogma de la cristología o la teología propia, tampoco una abstracción filosófica que llega a ser complicada de entender para muchos creyentes sinceros puede agotar su significado. Al ser Jesucristo el Memra de Dios, su Palabra viva y la revelación culmen del Padre, la promesa a los patriarcas se cumplió en el marco de su llegada a la tierra, su ministerio y obra. Abraham miraría una multitud de gente, todos hijos suyos, por lo que habló el Logos en su encuentro.
Los gentiles y judíos, que hemos creído en su nombre, tenemos parte en la resurrección de entre los muertos y por tanto, en las promesas dadas a Abraham. Así como Jesús, su encarnación que le llevó a su muerte y levantamiento de la muerte, logró que todo hombre que crea en él llegue a ser de la misma forma el templo de Dios, por su Espíritu Santo que viene a morar en cada integrante de la comunidad redimida (1 Co. 3:16-17; 6:19; 2 Co. 6:16-17).
Además, Jesús no es un eón más del mundo celestial que hace que podamos acércanos a lo divino debido a nuestra corrupción propia del mundo material como creían los gnósticos. Es la promesa misma que cree en la bondad de la creación y por lo tanto, se cumplirá con la restauración del universo, trayendo cielos nuevos y tierra nueva.
Así como YHWH dijo que todo lo que había creado “había sido bueno” (Gn. 1:31) en el principio, así en el principio de Juan, el Verbo que fue el instrumento vivo para la fundación del mundo, se encarna para mostrarnos que la humanidad no es esencialmente mala. Nos discípula, nos habla, nos invita a vivir en una verdadera humanidad, como seres creados a su imagen y semejanza. De esa manera, el Credo de Nicea acertadamente declara del Verbo: “Dios verdadero, engendrado [en la eternidad], no creado, consustancial con el Padre, por quien fue todo hecho, en el cielo y en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó y se encarnó, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día”.
Por tanto, la petición del Mesías antes de morir, se cumple, a saber, que sus discípulos sean uno, como él y su Padre (Jn. 17:21). Al participar de una humanidad restaurada, somos conformados a la imagen del Hijo de Dios, reconciliados, y además, en espera de ser transformados para tener un cuerpo de resurrección como el de él. Gloria al Verbo de Dios por su salvación.