¿Qué es el aborto sino la ternura encarnada pisoteada y el desgarro del instinto maternal, el tejido más íntimo del alma de una mujer? No obstante, las sociedades occidentales persisten en practicarlo, promoverlo y protegerlo como si fuera un derecho humano. Pero el aborto es tan solo un derivado de una tragedia más grande: el “aborto de la maternidad”. La única explicación de la frialdad con la que algunas mujeres eligen abortar se debe a la profunda represión de su instinto maternal.
Hoy, en nuestros días, el Día de la Madre se alza como un festín de apariencias, donde se celebra más bien el “día de la progenitora” o, acaso, el “día de la mujer en la profesión”. Pues la maternidad abarca muchísimo más que la rutina de dar a luz un hijo, para después transportarlo del hospital a la guardería para que “mamá pueda dedicarse a su profesión” (a menudo por gusto, no por necesidad).
Pero el aborto de la maternidad no solo se demuestra en la práctica del aborto, sino también en parejas que deciden no tener hijos, porque prefieren tener una vida más facil, más libre, más prospera, exenta de los problemas que acompañan a la crianza de los niños. Este grupo no es pequeño, ¡es el sentir de naciones enteras! En Japón la tasa de mortalidad ya ha superado al índice de nacimiento, la misma tendencia se ve en otras naciones europeas y en los mismos Estados Unidos, se piensa que en las próximas décadas no habrán suficientes jóvenes en la fuerza laboral como para proveer los fondos para las jubilaciones.
Aunque la maternidad emerge como uno de los instintos más inextirpables, el pecado tiene el poder de reprimirlo. El apóstol Pablo afirmó que en los últimos días: vendrían hombres (y mujeres) amadores de sí mismos…sin afecto natural” y esto abarca el más natural de los afectos: el sentido maternal. De modo que lo exhortación que Pablo escribió acerca de las viudas: “Honra a las viudas que en verdad lo son” (1 Ti 5:3), podría reinterpretarse hoy como: “Honra a las madres que en verdad lo son”, pues sobran las progenitoras y profesionistas que consideran a la maternidad como una misión secundaria, un pasatiempo opcional, cuando no un estorbo, pero no la ocupación y preocupación principal de la mujer con hijos.
Oh, indiscutiblemente la mujer profesional tiene mucho que contribuir a la fuerza laboral, hay muchas profesionales que destacan por encima de los varones, ¡esto es innegable!
Pero nunca se compara al impacto que una buena madre tiene sobre sus hijos, la sociedad y el mundo. Pensemos en el predicador Carlos Spurgeon, cuyos sermones han inspirado a millones de cristianos, pero cuya vida espiritual se debe a las oraciones y la instrucción de su madre. En una ocasión, el Padre de Carlos se dirigía a predicar, pero un pensamiento lo asaltó : ¿Ministrar a otros a costa de descuidar la instrucción de sus propios hijos?. Apurado, dio la media vuelta y regresó a casa, solo para escuchar en el piso de arriba el murmullo de la conversación: su esposa instruyendo a sus hijos en las Escrituras.
Y no se diga de las oraciones de ella. El mismo Carlos cuenta de una de las oraciones que sacudió su existencia:
“Ahora, Señor, si mis hijos continúan en sus pecados, no será por ignorancia que perezcan, y mi alma deberá dar testimonio en contra ellos en el día del juicio de que no se aferraron a Cristo”.
Ante tal oración, El pequeño Carlos quedó como atravesado por una lanza: “El pensamiento de mi madre dando testimonio en mi contra, atravesó mi conciencia y conmovió mi corazón.”
Al impacto de la madre de Spurgeon podemos sumar el impacto de Monica, la madre de Agustin. Cuya paciencia, oraciones y dedicación a la conversión de su hijo son ampliamente conocidas. Y no podemos olvidar a Antusa, madre del gran predicador Juan Crisóstomo, quien lo crió en un ambiente piadoso y lo instruyó en la fe desde temprana edad. Destaquemos también a Susana Wesley y el poderoso impacto que ejerció sobre Juan y Carlos, no solo por su enseñanza, sino también cuando se cubría la cabeza con un delantal para orar por ellos.
Lamentablemente todas ellas fueron modelos del pasado, pues las estadísticas de la iglesia de hoy, revelan que son pocas las mujeres que se dedican a sus hogares de tiempo completo y pocos los maridos que están dispuestos a sacrificar “los extras” para que ellas puedan con serenidad dedicarse al supremo llamado.
Pero celebremos que en medio de este panorama, destacan mujeres que merecen estar en la galería de la fe, pues a pesar del menosprecio que enfrentan por elegir ser amas de casa, desafían los estereotipos impuestos. E incluidas en esta galería también, están aquellas que por necesidad han tenido que trabajar y aunque agotadas, “sacan fuerzas de la debilidad” (Heb. 11:34) para darle una atención y educación a sus hijos de primer nivel. Ambas son las que el mundo de hoy mira con menosprecio, pero Dios y sus hijos las llaman “bienaventuradas”.