La historiografía posmoderna enseña que la “historia oficial” no es la mejor ni la única. Por eso en las últimas décadas se han escrito nuevas historias de todo. Para algunos el propósito es corregir ideas falsas del pasado; otros sostienen que se trata de nuevas lecturas.En El general en su laberinto (1989) hay un caso de corrección de la historia. García Márquez no ahorra palabras para describir su Bolívar “caribeño”, pues su tatarabuelo tuvo relaciones con una esclava de la cual viene El Libertador. Así, el general tiene “ásperos rizos caribes”, acento caribe, jerga caribe pura, patillas y bigotes ásperos de mulato. El Nobel prefiere el retrato de Espinosa (donde Bolívar es fiel a su “línea de sangre africana”), antes que el de los demás pintores (donde Bolívar es ibérico). Con razón los aristócratas de Lima lo llamaban “El Zambo”.Según García Márquez, “a medida que su gloria aumentaba, los pintores iban idealizándolo, lavándole la sangre, mitificándolo, hasta que lo implantaron en la memoria oficial con el perfil romano de sus estatuas.” García Márquez se propone corregir ese mito de la historia oficial.Un ejemplo de “nuevas lecturas”, es el Bolívar que Chávez convirtió al socialismo en 1998 para ponerlo como patrón de Cuba y Venezuela, en reemplazo del fracasado modelo soviético. No decimos esto para defender el capitalismo, el cual se encuentra hoy en gravísimo estado de postración, sino para mostrar un ejemplo de una lectura nueva de Bolívar, la cual algunos especialistas consideran una herejía histórica inaceptable.[1]Los dos ejemplos anteriores muestran por lo menos tres cosas: (1) existen versiones oficiales de la historia; (2) la historia ha cambiado mucho en las últimas décadas, unos quieren corregirla y otros la ven diferente; y (3) persisten los historiadores que insisten en que si bien el historiador interpreta, la historiografía no se hace al garete.Ahora volvamos a la genealogía de Jesús. Como hemos sugerido, es cierto que Mateo no ahorra esfuerzos para probar que Jesús es humano; que la presencia de gentiles en su genealogía minimiza la importancia de la pureza étnica y no permite hablar de Jesús como un judío de “pura cepa”, especialmente en relación con los samaritanos o personas de otros pueblos; que no se debe confundir la etnia con la religión; que así como las mujeres de la lista son gentiles (excepto Betsabé[2] y María) y con matrimonios complicados, los hombres de la lista “son también pecadores terribles”;[3] y que en todo esto hay una teología de la misión de Jesús y la misión de la iglesia.También es cierto que Mateo recuerda al gentil Urías como un hombre ejemplar, a expensas de David, el rey más venerado de Israel; que en realidad no tenía que mencionar a Urías en la genealogía, pero se ideó la forma de hacerlo. Es decir, Mateo logró más de un propósito en la selección de los individuos que decidió incluir en la genealogía de Jesús.[4]En conclusión, para Mateo, David es un personaje muy importante en la genealogía del Salvador: Jesucristo es hijo de David, como David lo es de Abraham; con solo mencionar su nombre al principio, se entiende que es el gran rey David.[5] Pero Mateo, fiel a la tradición del Antiguo Testamento, y contrario a Platón,[6] no permite que la tendencia idealizadora del imaginario colectivo sea la única versión de los grandes personajes de la historia. Por eso con escasas cuatro palabras recuerda que David también es pecador, muy pecador.[7]Con todo, Dios mantuvo y mantiene sus planes redentores para la humanidad. Por eso lo primero que dice Mateo que Jesús hará es: “él salvará a su pueblo de sus pecados” (1:21). Se pierde más de lo que se gana al maquillar los personajes bíblicos; perdemos la necesidad de un salvador.En cuanto a la historiografía, Mateo demuestra además que en nuestra propia historia los seres humanos no tenemos control de por lo menos tres cosas: quién nos recordará, cómo seremos recordados y qué harán nuestros descendientes. Hoy podemos maquillarnos y editarnos, pero el recuerdo que seremos, lo que hicimos, bien o mal y lo que se recordará de nosotros lo deciden otros. ¿Qué hará Dios con todo eso? Sabrá Dios.
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