La oración desactivada

¡No hay tiempo para orar! Otra cosa sería si fuéramos monjes dedicados cada a día a la contemplación de Dios. Pero vivimos en cumplimiento de responsabilidades a reloj, blancos de la media social que reclama nuestra atención y nos impiden llegar a la puerta del recinto de oración. La oración ha quedado para algunos como pausa en el día, así como cuando levantamos oración por los alimentos, o como “oración de paso”, música de trasfondo que no interrumpa el quehacer. El concepto del recinto de oración ya no cabe en la vida devocional contemporánea.

El problema en parte es la atmósfera tecnológica que respiramos, nos hace sentir superhombres con recursos que potencian la senda de casi todo sueño. Las limitaciones cotidianas de los creyentes antiguos, se han reducido. Igualmente las redes sociales han abreviado la comunicación, que si fuera posible, en lugar de orar, le mandaríamos a Dios un texto. La oración ahora pertenece al catálogo de accesorios opcionales cristianos.

Pero NO HAY MAYOR INSENSATEZ que relegar la oración al rincón de nuestras vidas. Ni por ocupados, ni por avanzados debemos pensar la oración obsoleta. ¿Porqué?, la respuesta es tan sencilla como profunda: porque Jesús oraba. Reflexiona en esta verdad.

Quien más calificaba para ser exento de la oración, era el Dios hombre, el único superhombre de la historia, que ahora responde nuestros pedidos. Jesús es la oración personificada. Pero mientras caminaba en sandalias, su vida de oración era tan notoria como notable. Los discípulos, judíos que practicaban la oración le pidieron lecciones porque nunca habían oído oraciones como las de él. En la vida de Jesús, la oración era el fundamento, nunca un suplemento. La mera imagen del Hijo de Dios de rodillas debe avergonzar nuestra carencia de oración.

Si has dejado de orar como debes, he aquí el retorno. Habrá que remediar:

La falta de oración por desgano

No te sientas mal si no tienes un deseo espontáneo de orar así como por instinto natural. El desgano en la oración es problema recurrente para el neófito como para el maduro en la fe. En las iglesias, existe una marcada diferencia entre la reuniones de adoración musical, y las de oración congregacional. En las últimas se notan bancas vacías.

Uno de los problemas son las débil percepción de nuestro corazón. No tenemos ganas de adorar porque traemos una imagen tenue de la gloria de Dios y no la cautivadora admiración que nos motive a adorarlo; además venimos con una memoria corta de las bendiciones que Dios ha derramado en nuestras vidas; llegamos sin una gota de remordimiento que nos compela a la confesión de pecados y padecemos de miopía en cuanto a  las necesidades espirituales que nos mueva a pedir e interceder por los demás.

Te sorprendería saber que el rey David, dulce cantor de Israel, padeció desgano en su propio corazón. En el Salmo 103, expone su frialdad y el remedio para echar a andar el motor de su gélido corazón: Debemos hablarnos antes de hablar con Dios.

David comienza el Salmo: Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios (Salmo 103.1-2). No comienza dirigiéndose a Dios sino a su corazón, lo convence de la sensatez de la adoración. La terapia es efectiva, para los últimos versículos de este Salmo, su devoción es extrovertida,  invita a otros seres celestiales a unirse en adoración a Dios.

“Háblate atimismo antes de hablar con Dios”

La falta de puntería en la oración

El segundo frecuente problema en la oración es la falta de puntería al blanco de la voluntad de Dios, cuando pides conforme a tu y  no los deseos de Su corazón. Cuando la oración no cuadra con la voluntad de Dios, se atora en el techo, así lo asevera la Escritura: “…Pedís y no recibís porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites (Sant. 4:1-3). La intromisión de la carne en la oración, según Santiago, si no logra prevenir la oración, la contamina para que le resulta chocante a Dios.

E igual de inefectiva es la oración que no despega al cielo como la que yerra el blanco del corazón de Dios. La oración debe ser la expresión de un corazón inspirado y controlado por la Palabra. Entre más afinemos nuestro corazón a la Biblia más armonizan nuestras oraciones con la voluntad de Dios.

La falta de fe en la oración

No confundamos la oración con la lámpara de un genio que solo por tallarla consigue sus deseos. Según Santiago, el pedir no es suficiente aunque pidamos acertadamente. Cuando la oración no viene incluída con fe y excluida de duda, no sirve: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra, No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” Sant. 1:6-7). La falta de fe anula la garantía de Su respuesta.

El orar con fe significa que creemos que Dios está dispuesto y es capaz de responder a nuestra petición mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Ef. 3.20).

En una ocasión un mendigo se acercó a Alejandro Magno para pedirle una moneda. Alejandro, no le dio la moneda, pero en cambio, lo hizo gobernador de una ciudad recién conquistada. El mendigo, boquiabierto le dijo: “Mi rey, yo solo le pedí una moneda”. A lo que Alejandro respondió: “Tranquilo. No pienses en ti que solo eres mendigo. Piensa en mí, que es el gran Alejandro el que te da. La dádiva, debe ser digna de mí, no de ti. Lo que te regale es proporcional al tamaño de mi grandeza”.

Esta es la fe con la que debemos de acercarnos a Dios, con la confianza de que las respuestas a nuestras oraciones superarán nuestras peticiones por mucho, pues Él no responde conforme a nuestra indignidad, sino a Su grandeza, como el Rey de reyes, y Señor de señores.

Si el recinto de oración has abandonado, si tu vida de oración has descontinuado, si tu devoción ha caducado.

“El que ora como algo natural, recibirá la bendición sobrenatural de Dios”