Introducción:
Uno de los pensadores más brillantes, y más sombríos, del siglo XX fue el escritor austríaco Franz Kafka. En una de sus novelas más conocidas titulada “El proceso”, un hombre llamado Joseph K., es arrestado sin saber por qué. A partir de ese momento, el señor K. va pasando de un tribunal a otro sin saber de qué se le acusa. Nadie le dice qué es lo que ha hecho mal, por lo que se pone a repasar en su mente las posibles acusaciones que podían tener contra él: ¿Habrá sido por esto o tal vez porque hice aquello? Pero ninguna cosa le parece lo suficientemente mala como para poder explicar el proceso judicial al que está siendo sometido. Es una experiencia terrible que se prolonga por 12 meses, un año completo. Hasta que un día dos guardias llegan a buscarlo, y uno de ellos lo apuñala y muere. Nunca se enteró de qué se le acusaba.
Esta novela tan oscura ha sido analizada de muchas maneras desde que fue publicada por primera vez en 1925. ¿Cuál era la intención del autor detrás de la historia del señor K.? Hay algo que Kafka escribió en uno de sus diarios, y que muchos han visto como el tema de la novela; dice él: “Independientemente del sentimiento de culpa, el estado en el que nos encontramos es pecaminoso”.[1] En otras palabras, vivimos en un mundo en el que muchas personas dicen no creer en el pecado, y mucho menos en que al final de la historia compareceremos ante el tribunal de Dios para ser juzgados; pero aún así tenemos la sensación de que estamos sucios, de que hay algo que no anda bien en nosotros.
Podemos tratar de esconder ese sentimiento de muchas maneras, pero es algo que está allí todo el tiempo, porque el Dios que nos creó puso una conciencia en nuestro interior que pasa juicio sobre todo lo que hacemos. Es como una alarma en el corazón que difícilmente puede ser acallada. Todos tenemos que lidiar con la culpa, pero no todos los hacen de la misma manera. Y es ahí precisamente donde entra en juego el pasaje que vamos a estudiar en esta mañana, en los primeros 23 versículos del capítulo 7 del evangelio de Marcos. Este es uno de los capítulos más teológicos del evangelio de Marcos y uno de los más cruciales para entender la enorme diferencia que hay entre el cristianismo y todas las otras formas en que los seres humanos intentan tratar con el problema de la culpa. Lean conmigo los versículos 1 al 5 para poner esta historia en su contexto.
LOS LEGALISTAS ANULAN LA PALABRA DE DIOS POR SEGUIR TRADICIONES HUMANAS:
Es bueno lavarse las manos antes de comer, sobre todo cuando son alimentos que se agarran con las manos, como el pan por ejemplo. Pero la preocupación de los fariseos en este pasaje no era higiénica, sino religiosa. Marcos dice en el versículo 3 que todos los judíos se lavaban las manos cuidadosamente antes de comer, “observando así la tradición de los ancianos”. Y luego, en el versículo 5, dice que los fariseos acusaron a Jesús de que Sus discípulos no andaban “conforme a la tradición de los ancianos”.
¿De cuáles tradiciones es que el Señor está hablando aquí? De los ritos y ceremonias que los rabinos le habían añadido a la ley de Moisés para asegurarse de que la estaban obedeciendo al pie de la letra. En el AT Dios había ordenado ciertos rituales de purificación, como una ayuda visual para que los judíos percibieran la necesidad que tenían de ser limpiados de sus pecados antes de poder entrar en la presencia de Dios.
De manera que estos ritos de purificación no eran un fin en sí mismos, como si el hecho de lavarse bien pudiera de alguna forma eliminar de nuestros corazones la mancha del pecado. Esos rituales tenían la intención de preparar al pueblo para la llegada de un Salvador que iba a hacer por ellos lo que ningún jabón del mundo puede hacer, ni ningún ritual tampoco. El problema del hombre espiritual y requiere de un remedio espiritual.
Es por eso que en Deut. 10:16 Moisés le dice al pueblo que ellos debían circuncidar sus corazones. La circuncisión que se llevaba a cabo en el cuerpo, físicamente, apuntaba hacia una solución más radical al problema del pecado y de la culpa. En Jer. 2:22 lo dice de una forma más impactante: “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá… delante de mí, dijo Jehová el Señor”. El lavado del cuerpo no puede quitar la mancha que tenemos en el alma. Pero los líderes religiosos de Israel perdieron de vista el verdadero significado de estos rituales y llegaron a pensar que el mero hecho de practicarlos los ayudaría a ganarse el favor de Dios. Estos hombres llegaron a ser los máximos exponentes del legalismo en los días del Señor Jesucristo.
¿En qué consiste el legalismo? Básicamente, en tratar de ganar el favor de Dios a través de nuestra obediencia a un conjunto de leyes y normas. Mientras el evangelio nos mueve a la obediencia por el hecho de haber sido aceptados por Dios sobre la base de la obra redentora de Cristo, el legalismo nos dice que debemos obedecer para ser aceptados.
Por supuesto, cuando uno piensa que puede ganarse el favor de Dios a través de la obediencia a ciertas reglas, hay dos cosas que van a suceder con toda probabilidad. La primera es que vamos a añadir nuevas reglas a la ley de Dios, porque queremos estar seguros de que estamos haciendo las cosas exactamente como debemos hacerlas, de que estamos ponchando los botones correctos.
Eso era lo que hacían los escribas y fariseos, reinterpretaban y re reinterpretaban los mandamientos de Dios, colocando sus propias aplicaciones de la ley al mismo nivel de la ley. De ese modo desarrollaron una súper estructura de regulaciones sumamente opresiva. Y no piensen ni por un momento que nosotros no podemos caer en esa misma trampa en el día de hoy.
Por ejemplo, yo creo que la Biblia enseña que debemos apartar este día para darle descanso a nuestro cuerpo y para tener comunión con el Señor como no podemos hacerlo en el resto de la semana por causa de nuestras ocupaciones. Ahora, lo que eso significa en la práctica puede variar de un creyente a otro. Tal vez alguien decida tomar una buena siesta después de comida para poder descansar, mientras que a otro le conviene irse a caminar un rato para poder oxigenar el cerebro y estar más despierto en el culto de la tarde. Y todavía existe la posibilidad de que algún creyente no necesite de ninguna de las dos cosas, sino que prefiera quedarse toda la tarde leyendo su Biblia o algún otro libro que le sea de edificación.
Ahora, imagínense lo que sucedería si cada uno de ellos, sobre todo el tercero, convierte su práctica en una regla universal “que todo creyente debe seguir si de verdad quiere hacer un buen uso del día del Señor”. Eso era lo que hacían los líderes religiosos de Israel, y terminaron destruyendo el propósito por el que Dios instituyó este día. Porque en vez de ser un tiempo deleitoso en la presencia del Señor, lo convirtieron en una carga difícil de sobrellevar. Así que lo primero que va a suceder es que vamos a añadir nuevas leyes y regulaciones.
Lo segundo es que, tarde o temprano, esas nuevas reglas van a llegar a ser más importantes que los mandamientos de Dios revelados en Su Palabra. Esa es precisamente la acusación que el Señor le hace a los fariseos aquí. Los legalistas anulan la Palabra de Dios para seguir sus tradiciones. Comp. Mr. 7:6-8. El único que sabe cuál es la forma correcta de acercarnos a Dios es Dios mismo. Cuando ponemos a un lado Su Palabra para seguir tradiciones humanas, lo estamos adorando en vano, porque no lo estamos haciendo de corazón. Es una hipocresía, dice el Señor, porque ellos profesaban ser seguidores de Dios, pero eran, en realidad, seguidores de los hombres.
Ellos cumplían fielmente con “la tradición de los ancianos”. Pero ¿qué de la devoción del corazón? Es más fácil lavarse bien las manos antes de comer que adorar a Dios con un corazón que en verdad se deleita en Él y no en nadie más. Estos hombres estaban más preocupados por sus rituales externos que por la realidad de un corazón que anhela estar más cerca de Dios.
De nuevo, permítanme poner un ejemplo práctico. Todo creyente debe apartar un tiempo cada día para estar a solas en comunión con el Señor orando y leyendo Su Palabra. Y de la misma manera, todo creyente debe venir a la iglesia cada domingo para adorar a Dios junto a Su pueblo y ser edificado por medio de las Escrituras. Pero si estás haciendo todo eso como un ritual externo, creyendo que por el mero hecho de hacerlo te vas a ganar el favor de Dios, estás haciendo lo correcto por una motivación incorrecta, y eso no le va a hacer ningún bien a tu alma.
Debemos congregarnos con el pueblo de Dios cada domingo, porque es en medio de esta reunión donde Dios ha prometido manifestar Su presencia especial, y nosotros queremos estar donde Dios está (comp. Sal. 133). Debemos apartar un tiempo cada día para leer la Biblia y orar. ¿Por qué? Porque Dios nos habla a través de Su Palabra y nosotros derramamos nuestros corazones delante de Él por medio de la oración. Pero el legalista se conforma con el cumplimiento externo de su deber, sin darse cuenta de que su supuesta adoración no sirve de nada, porque su corazón está lejos de Dios; lo que él hace externamente no es congruente con lo que en realidad está sucediendo en su interior.
El corazón es el centro de tu adoración. No importa lo que hagas externamente, si tu corazón no está involucrado, tú no lo estás. La verdadera adoración fluye de un corazón que se deleita en Dios y que se mantiene en pie de guerra contra todos los ídolos que quieren ocupar ese trono. Pero la hipocresía de estos hombres no se quedaba ahí. Cuando nuestra obediencia a ciertas reglas no es más que un mecanismo para tratar de “obligar a Dios a bendecirnos”, terminaremos anulando la Palabra de Dios para seguir esas reglas, como decíamos hace un momento.
Miren el ejemplo que pone el Señor en los versículos 9 al 13. La ley de Dios establece claramente que los hijos deben honrar a sus padres, y eso incluye el hecho de cuidar de ellos cuando ya no pueden cuidarse por ellos mismos. Este mandamiento era tan importante que en el AT si un hijo maldecía a sus padres, o los dañaba intencionalmente de alguna forma, la ley mosaica ordenaba que se le aplicara la pena capital. Así de serio era esto. Pero los fariseos encontraron un subterfugio teológico para no tener que obedecer el quinto mandamiento. Si un hijo decía que aquello con lo que hubiera podido ayudar a sus padres era “corbán” (una palabra hebrea que significa “dedicado a Dios”), ya no tenía que hacer nada por ellos.
Aquí está el truco. La regla del corbán decía que si una persona dedicaba algo a Dios, podía seguir usándolo a lo largo de su vida, pero no podía dárselo a nadie más. Cuando la persona moría, las cosas que había dedicado para Dios eran llevadas al templo. Mientras tanto los hijos se libraban de la responsabilidad de tener que cuidar a sus padres, bajo el alegato de que habían dedicado sus bienes a Dios. Y este es solo un ejemplo de muchos, dice el Señor en el vers. 13.
¡Increíble la hipocresía de estos hombres! Escondían su desobediencia a los mandamientos de Dios en un manto de devoción. Esa es la ironía del legalismo, que añadiendo reglas a la ley de Dios, termina restándole mandamientos a la ley, porque lleva al hombre a descuidar lo que realmente es importante para Dios por estar más preocupados de lo que es importante para los hombres. Noten la secuencia que Marcos nos presenta en este pasaje. En el versículo 7 dice que enseñan mandamientos de hombres, en vez de Enseñar las Escrituras; en el versículo 8 dice que dejan el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición; en el versículo 9 dice que violan el mandamiento de Dios; y en el versículo 13 dice que invalidan o cancelan la Palabra de Dios.
El legalismo es algo serio, porque es imposible aferrarse a las Escrituras teniendo al mismo tiempo un corazón legalista. Esas dos cosas se oponen entre sí. Yo no sé cuántas veces me he topado con este caso en los casi 39 años que tengo de ser creyente: personas a las que les compartimos el evangelio, pero que no están dispuestas a escuchar, simplemente porque es contrario a lo que les enseñaron sus padres o sus abuelos. Y lo mismo puede ocurrir entre personas que profesan la fe. Muchos tienen nociones distorsionadas del evangelio, pero cuando uno trata de corregirlos mostrándoles las Escrituras, cierran por completo sus oídos, porque sus tradiciones son más importantes que la Palabra de Dios.
Nadie, absolutamente nadie, puede honrar verdaderamente a Dios sin honrar las Escrituras. Dice en Isaías 66:2 que Dios pone Sus ojos sobre aquellos que son humildes de espíritu y que tiemblan ante Su Palabra. Es con ellos, y solo con ellos, que Dios tiene una relación de intimidad. Pero este pasaje nos muestra también que los legalistas tratan de una forma inadecuada el verdadero problema del hombre.
LOS LEGALISTAS TRATAN DE UNA FORMA INADECUADA EL VERDADERO PROBLEMA DEL HOMBRE:
Comp. vers. 14-23. Este es uno de los pasajes más neurálgicos del evangelio de Marcos. Lo que el Señor está diciendo aquí no solo es importante para entender la gran diferencia que hay entre el cristianismo y cualquier otra religión, sino también para entender por qué el mundo está como está. La mayoría de las personas se da cuenta de que algo anda mal en nuestra sociedad, pero muchos lo atribuyen a las estructuras sociales o políticas, o a la falta de educación. “Necesitamos urgentemente un cambio de sistema para que el mundo funcione como debe funcionar”.
“No”, dice el Señor, porque el problema no está en el sistema, sino en el corazón humano. Por supuesto, un sistema político puede ser mejor que otro; y tener una buena educación es mejor que no tenerla. Pero todos nosotros tenemos un problema interno que ningún sistema político, ni la mejor educación del mundo, ni ninguna práctica religiosa puede resolver.
Lo que el Señor Jesucristo nos está diciendo en este pasaje es que lo que anda mal en la sociedad somos tú y yo. Nosotros somos el problema (comp. vers. 15). ¿Escuchaste eso? Lo que te contamina no es algo externo a ti, sino lo que ya está dentro de ti. Debo aclarar que eso no quiere decir que no debamos cuidarnos de las cosas externas que pueden llevarnos a pecar. El mismo Señor dijo en otra ocasión que si tu ojo te es ocasión de caer, debes sacártelo. Y, por supuesto, no se está refiriendo a que te quedes literalmente tuerto, sino a que tomes decisiones radicales para no poner delante de ti lo que puede moverte hacia el pecado. Pero la razón por la que las cosas externas tienen ese influencia sobre ti, es porque la corrupción ya está en tu corazón (comp. vers. 20-23).
El problema no es ese jefe que te hace la vida tan difícil, o los conductores que se meten en vía contraria y te hacen desear estar manejando una patana para sacarlos del medio. No. El problema es que tienes un corazón homicida. No es la pornografía en Internet lo que te hace ver lo que no debes ver, sino la lujuria de tu corazón. La pornografía te seduce porque tienes un corazón impregnado de lascivia. La razón por la que te gusta chismear es porque tienes un corazón orgulloso y cruel que disfruta publicar las faltas de los demás para luego hacer un pedestal sobre los escombros de su reputación y exaltarte a ti mismo. Nuestro corazón es egoísta, es codicioso, es envidioso. Y ningún ritual, ni ninguna ceremonia religiosa puede resolver ese problema.
“Más engañoso que todo es el corazón”, dice en Jer. 17:9, “y sin remedio”, “extremadamente perverso”, dice otra versión. Es por eso que el legalismo no funciona, porque las reglas pueden modificar la conducta hasta cierto punto, pero no pueden de ninguna manera purificar el corazón. Recuerda: “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá… delante de mí, dijo Jehová el Señor” (Jer. 2:22). El corazón del problema es el problema del corazón, como se ha dicho muchas veces. Pero hay algo más en este texto, y esa es la parte central de este mensaje. Lo peor que tiene el legalista es que no descansa por fe en el Único que realmente puede resolver remediar el problema: nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo.
LOS LEGALISTAS NO DESCANSAN POR FE EN EL ÚNICO QUE REALMENTE PUEDE RESOLVER EL PROBLEMA DEL CORAZÓN:
Miren una vez más los versículos 18 y 19. Este comentario editorial que Marcos añade entre paréntesis es muy importante. En el AT había una serie de leyes dietéticas que regulaban lo que un judío podía comer. En ese sentido habían alimentos que eran “limpios” y otros que no lo eran. Pero ahora Marcos nos dice que Jesús declaró limpios todos los alimentos. ¿Cómo puede ser eso si el Señor siempre respetó cada mandamiento de la ley? Muy sencillo. Pablo dice en Colosenses 2:17 que todas esas regulaciones dietéticas no eran más que una sombra que apuntaba hacia Jesús.
Como decíamos anteriormente, todas esas leyes del AT que tenían que ver con la limpieza ceremonial tenían la intención de mostrarle al judío la necesidad que tenían de purificarse para poder estar en la presencia de Dios. La razón por la que Cristo declaró limpios todos los alimentos es porque todas esas leyes ya cumplieron su cometido. Su única razón de ser era preparar al pueblo de Dios para la llegada de Aquel que iba a proveerles la verdadera purificación del corazón: nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Cuando el legalista sigue esforzándose por alcanzar el favor de Dios a través de su obediencia a un conjunto de reglas, lo que está haciendo en realidad es rechazando el único medio que Dios ha provisto para acercarnos a Él y bendecirnos: nuestro bendito Señor y Salvador.
Hay un pasaje del AT que presenta esta enseñanza de una forma increíblemente impactante. Se encuentra en el capítulo 3 del profeta Zacarías, el penúltimo libro del AT. Es un pasaje lleno de simbolismo que comienza con una visión en la que el profeta ve al sumo sacerdote llamado Josué en el templo de Jerusalén, delante del ángel del Señor. El templo de Jerusalén tenía tres partes: un patio exterior, un patio interior y el lugar santísimo, donde solo entraba el sumo sacerdote una vez al año, en el día de la expiación.
La preparación para ese día era sumamente meticulosa. Una semana antes el sumo sacerdote se aislaba de todo el mundo para que no tocara nada inmundo, ni siquiera por accidente. La noche antes se quedaba sin dormir, orando y leyendo la Palabra de Dios. A la mañana siguiente se lavaba de pies a cabeza y se vestía de lino blanco, completamente puro. Entonces entraba en el lugar santísimo y presentaba un animal sacrificado como expiación por sus propios pecados. Después salía afuera del lugar santísimo, volvía a bañarse otra vez y le ponían otra túnica de lino. Entraba de nuevo en el lugar santísimo para presentar otro sacrificio por los pecados de los sacerdotes. Y finalmente repetía el mismo ritual, esta vez por los pecados de todo el pueblo.
Estos datos son importantes para entender lo chocante que tuvo que haber sido la visión que recibió Zacarías en aquella ocasión, porque él vio a Josué en el día de la expiación, vestido de ropas viles, dice en el versículo 3, literalmente salpicadas de estiércol. Josué estaba completamente contaminado.
Un erudito del AT llamado Ray Dillard, nos dice que todo esto no era más que una representación de nuestra condición de impureza delante de Dios. No hay manera de que nosotros podamos encontrar purificación por nosotros mismos. Pero ahora escuchen lo más sorprendente de este pasaje. Dice en el versículo 4 que el Ángel del Señor ordenó a los que estaban delante del sumo sacerdote que le quitaran esas vestiduras contaminadas; y entonces le dice a Josué: “Mira que he quitado de ti tu iniquidad y te vestiré de ropas de gala”. Versículos 8 y 9: “Pues he aquí, Yo voy a traer a mi siervo, el Renuevo… y quitaré la iniquidad de esta tierra en un solo día”.
Imaginen a Zacarías escuchando esto. Durante siglos el pueblo de Israel había estado presentando sacrificios de animales en el día de la expiación, porque nunca podían purificarse de una vez por todas de sus pecados. ¿Y ahora Dios está diciendo que iba a llegar a un día en el que ya no sería necesario hacer más sacrificios, porque Él borraría por completo toda iniquidad? ¿Cómo puede ser eso posible? “Siglos más tarde” – dice Ray Dillard –, “otro Josué apareció”. El nombre “Josué” es el equivalente hebreo del nombre “Jesús”. Y este nuevo Josué llevó a cabo un proceso a la inversa: Él fue desnudado de sus ropas de gala para ser vestido con nuestros pecados, al asumir nuestra culpa en la cruz del Calvario, para que todos los que creen en Él puedan ser vestidos de lino fino, limpio y resplandeciente, como dice en Ap. 19:7-8. Comp. 2Cor. 5:21. En un solo día, Jesús quitó el pecado para siempre por medio del sacrificio de Sí mismo (comp. He. 10:11-14).
Es extremadamente importante que nos prediquemos este mensaje del evangelio cada día, y nos recordemos que nuestra aceptación delante de Dios depende enteramente de lo que Él hizo a nuestro favor con Su vida y con Su muerte, porque todos nosotros somos legalistas en recuperación. Cuando nos convertimos al Señor se instaló en nuestros corazones el sistema operativo de la gracia. Ahora entendemos que la salvación es un regalo gratuito que Dios nos conceda únicamente por causa de Cristo. El problema es que el pecado todavía mora en nosotros como una especie de virus cibernético que intenta corromper el sistema operativo de la gracia para llevarnos de nuevo al sistema operativo de las obras. Y cuando eso ocurre, el monstruo del legalismo vuelve a levantar su horrible cabeza otra vez, obstaculizando en nosotros el proceso de santificación por el que estamos siendo conformados cada vez más a la imagen de Cristo.
El legalismo nos vuelve inseguros y orgullosos al mismo tiempo; nos hace ser hipercríticos y arrogantes, mientras tratamos por todos los medios de reafirmar nuestra identidad a través de lo que hacemos o dejamos de hacer. El legalismo nos aleja de Jesús porque nos lleva a olvidar lo que Él hizo a nuestro favor en la cruz del Calvario, y que separados de Él nada podemos hacer. Si eres creyente, mantente en guardia en contra del legalismo, haciendo uso del único armamento con el que contamos para defendernos: el mensaje del evangelio cuyo tema central es Cristo, y Este crucificado.
Y si aún no has venido a Cristo en arrepentimiento y fe, y continúas haciendo el esfuerzo de purificar el corazón por ti mismo, yo te invito en esta mañana a que reconozcas tu impotencia y confíes únicamente en ese bendito Salvador que entregó Su vida por nosotros en la cruz del Calvario. Es la sangre de Jesús la que nos limpia de todo pecado, dice en 1Jn. 1:7. Esa mancha del corazón no desaparecerá de allí, no importa lo que hagas, hasta que vengas a Jesús en arrepentimiento y fe. No sigas tratando de hacer, lo que solo Dios puede hacer a través de la persona y la obra de Cristo, porque Su gracia está disponible hoy para todo aquel que cree.
[1] Timothy Keller; La Cruz del Rey; pg. 104.