En una ocasión Spurgeon se acercó a un orgulloso predicador que bajaba del púlpito humillado por su pobre desempeño, a quien dijo: Si hubieras subido al púlpito como bajaste, hubieras bajado como subiste. El orgullo no hace acepción de personas, tanto acompaña al predicador al púlpito como a cada uno de nosotros en todo quehacer. Desde arcángeles hasta los cristianos laicos son susceptibles a este poderoso estupefaciente.
Las Escrituras no tratan al orgullo como rasgo personal de algunos, sino como un atentado en contra de Dios para desvestirlo de divinidad y para revestirnos de Su deidad. Y si bien nunca, por más que nos propongamos, lograremos adoptar la naturaleza de Dios, nuestros orgullo codicia su posición y la adoración que recibe. El orgullo es la motivación a la sutil insinuación de la serpiente ancestral de llegar a “ser como Dios”.
Existen tres razones inapelables que deben motivar la humildad como el instinto más natural del cristiano.
El contraste entre creatura y el creador
Existen dos realidades que nos separan de Dios a una distancia tan solo abarcada por Cristo. La primera, es la infinita desproporción entre el creador y la creatura. Entre su infinidad y nuestra finitud.
Cuando en la Biblia, Zofar trata con la incomprensión de Job ante los caminos de Dios, lo llama a reflexionar sobre esta realidad:
¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás? Su dimensión es más extensa que la tierra, Y más ancha que el mar. Si él pasa, y aprisiona, y llama a juicio, ¿Quién podrá contrarrestarle?
Las dimensiones que describe de Dios son inmedibles. Él es infinito, no puede ser abarcado por una mente finita; es independiente, no puede ser supeditado a nosotros dependientes; es suficiente, no puede ser abastecido por nosotros insuficientes; omnipotente no puede ser fortalecido por nosotros débiles. Todos sus nombres representan grandeza. Adonai (Señor), El Shaddai (Omnipotente), Jehová Sabaot (Dios de los ejércitos), El Elyon (Altísimo). Conocer su infinita grandeza es cobrar conciencia de nuestra infinita pequeñez, de nuestra suprema insignificancia.
El contraste entre el pecado y la santidad
Mientras que la primera realidad se siente en la piel humana la segunda, en nuestra carne de pecado: Él es la santidad absoluta. Los santos más avanzados cuando se topan con su santidad se descomponen. Abraham frente a la teofanía se describió como “polvo y ceniza” (Gen. 18:27). Después de escuchar a Dios Job se describió como vil, un gusano (Job 40:4; Job 25:6), cuando pudo verlo más claro exclamó: “De oídas te había oído más ahora mis ojos te ven, por tanto me aborrezco. Ante la refulgencia de la santidad de Dios los impecables querubines tenían que cubrir sus rostros, Isaías dijo “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” (Job 42:5).
Estas dos contundentes razones ilustran el orgullo como la incongruencia bizarra de un gatito intentando rugir como rey de la selva.
La gloriosa humildad de Cristo
La tercera razón es arrolladora. Se trata de la humildad más deslumbrante de Dios, calzando sandalias. La humildad de Jesús elocuentemente descrita en la epístola a los Filipenses:
Fil. 2:2 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Cristo canjeó voluntariamente la honra celestial por la deshonra terrenal, el trono, por la cruz. Fue un rey que vivió en una forma que no dejó indicio alguno de su majestad, nació en un pesebre, vivió sin domicilio fijo (Las zorras* tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza.Luc. 9:59), y su muerte fue vil.
La condescendencias aún más se dió en su naturaleza. Siendo creador, asumió los atributos de criatura, siendo omnipotente caminó en vulnerabilidad, siendo omnipresente, se confinó a un cuerpo, siendo omnisciente estuvo dispuesto a razonar con una mente humana.
El shock de humildad aún más fuerte fue que el Santo tuvo que rozarse con pecadores, se introdujo a un mundo de pecadores que le cerraban el paso y quienes correspondieron a su amor asesinándolo en una cruz como un malhechor común.
Esta humildad no es por inalcanzable inimitable. Dios nos llama a adoptarla: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús..” Fil. 2:5-6.
Los motivos para la humildad son tan contundentes como la gracia de Dios abundante para para realizarla. Dios quiere exhibir en este mundo una humildad inverosímil. La clase de humildad que deja convencido al mundo que se trata de un milagro.
La época en la que vivimos, es un clima inhóspito para esta gracia. La sociedad actual sufre de una manía por la atención. Millones de personas sin la oportunidad -ni el mérito- para subir a un podio físico en el pasado, han conseguido con las redes sociales montar uno virtual para promover toda clase de trivialidades personales. Muchos cristianos han aprovechado estos podios virtuales para sacar sus talentos del anonimato, se empeñan más por promover su imagen personal a sus espectadores que reflejar la gloria de Cristo al mundo en el marco de su humilde compostura.
Sin embargo, el llamado a la humildad no ha sido clausurado por la tecnología, así como el llamado al control de la lengua no caducó con la invención del teléfono. La influencia de la gracia de Dios en nuestras vidas debe ser mayor que el efecto de las novedades tecnológicas.
El cultivo de la humildad no es opcional, su carencia nos cambia de ser cristianos bendecidos a ser creyentes obstruidos, tanto en el pasado como en el presente Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes, como asimismo prospera los caminos de los humildes.
“Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de Espíritu y que tiembla a su palabra”. Isa 66:2