Otras veces simplemente no queremos perdonar. De manera morbosa disfrutamos la conmiseración de lo que nos han hecho y decirle al mundo lo mucho que sufrimos por causa de tal o cual persona. A veces es tanto que todo el tiempo hablamos de lo que nos han hecho o lo mucho que sufrimos.
Sin embargo hay quienes quieren perdonar pero creen que no pueden. Hay quienes dicen que en realidad quieren perdonar y olvidar la afrenta pero les resulta imposible. Mi sugerencia es que no reconocemos que perdonar cuesta. Déjame ponerte un ejemplo:
Si has pensado que Dios es Santo, Santo, Santo (esto es completamente puro) quiere decir que nuestro pecado es total y absolutamente abominable ante Él. Piensa en todo lo que nosotros le hemos hecho a Dios, a Él que nos dio la vida y tantas cosas y siempre le respondemos con mentiras, engaños, trampas, malas palabras, malos pensamientos, adulterios, ira, impaciencia, venganza…. y a pesar de todo lo que le hemos hecho a Él y que tiene TODO el derecho de fulminarnos por completo y enviarnos de ya al infierno, a pesar de todo Él decide perdonarnos, pero no nos perdona sin que le cueste nada, al contrario, nos perdona pagando con lo más precioso, la vida de su propio Hijo, ¡su Único Hijo Jesús!
El perdón que Dios te ha extendido es un perdón a un muy alto precio: la sangre de Cristo. Si Él nos ha perdonado tanto, ¿cómo no hemos nosotros de perdonar a los que nos ofenden?
¿Cuesta? Sí y mucho, pero Él ya pagó el precio más alto, ahora nos toca entender que si le has entregado tu vida a Jesucristo, quiere decir que eres hijo de Dios y ahora le perteneces. Por lo tanto ahora tienes que hacer las cosas que le agradan a tu Padre que está en los cielos, ahora eres suyo y nada podrá arrebatarte de sus manos. De manera que vive como un hijo de Dios y haz lo que Él haría para que todas aquellas personas que te han lastimado o que buscan hacerte daño glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar tus buenas obras (1 Pedro 2:12).
Dios te bendiga,
Publicado en La Paz de Cristo el Martes 10 de Noviembre, 2015 por Jorge A. Salazar