Job 1.18–19 (RVR60) — 18 Entre tanto que éste hablaba, vino otro que dijo: Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano el primogénito; 19 y un gran viento vino del lado del desierto y azotó las cuatro esquinas de la casa, la cual cayó sobre los jóvenes, y murieron; y solamente escapé yo para darte la noticia.
El contenido de estos versículos representa un cúmulo inimaginable de dolor y tristeza. Job perdió a todos sus hijos en un instante. No perdió uno; no perdió dos; perdió a sus diez hijos en un instante. Fue sólo una parte de todas las aflicciones que recayeron sobre este justo. ¡Pero qué parte! La providencia le asestó un golpe directo al corazón que debió dejarle sin fuerzas. Si hubiéramos podido medir el nivel de dolor emocional que experimentó, el medidor habría llegado al tope.
Lo más impactante de esta historia es la forma en que Job reaccionó ante su conocimiento de que nada puede detener las actuaciones soberanas de Dios en nuestras vidas. El hombre puede cuestionarlas, pero no detenerlas, y en última instancia seremos nosotros los que daremos cuenta ante Él por nuestras acciones y reacciones. Dios nunca será puesto en el banquillo de los acusados.
He aquí la reacción de Job:
Job 1.20–21 (RVR60) — 20 Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, 21 y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.
Cuán claro estaba este patriarca. Estaba muy consciente del derecho divino a dar y a quitar. Es el dueño del universo, y eso nos incluye a todos. Es el dueño de nuestras vidas. El apóstol Pablo lo llama “el Alfarero”. Nosotros somos sus vasijas.
En el siguiente capítulo vemos a Job perder su salud con una enfermedad de cuerpo entero (2:7). El último versículo del capítulo nos deja a entrever algo de la cantidad de sufrimiento que estaba experimentando: “su dolor era muy grande” (2:13b). Su esposa no aguantó más. El dolor se convirtió en ira, en ira contra Dios. “Maldice a Dios, y muérete” (2:9), fueron sus palabras a Job. La respuesta de su esposo es memorable una vez más.“¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (2:10). La narración se encarga de hacernos saber que en medio de todo el proceso Job no pecó.
- “En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno” (1:22).
- “En todo esto no pecó Job con sus labios” (2:10b).
En el caso de este hombre el resto del libro nos entera lo que Dios estaba haciendo en su vida. Esa enorme tristeza que le embargó, ese gran dolor que experimentó, fueron parte de la obra que nuestro Padre soberano estaba haciendo en su vida. Y así la está llevando a cabo en nuestras vidas. El amor redentor de nuestro Salvador no crea un campo de fuerza a nuestro alrededor para impedir que los días malos vengan a nuestras vidas, pero sí garantiza que las lágrimas de nuestras tristezas moldeen nuestro carácter y nos hagan cada vez más semejantes a Él.
Nuestro Alfarero todavía está trabajando. Su obra no ha concluido. Los golpes de sus cinceles seguirán siendo dolorosos. Pero no te desalientes ni le atribuyas despropósito alguno. Nada detendrá la obra que se ha propuesto concluir. Nuestra verdadera satisfacción vendrá cuando despertemos a su semejanza (Sal. 17:15).