Si como están las cosas los hijos están creciendo acostumbrados a la anarquía y al irrespeto, ahora es que la sociedad se irá por un derrotero irreversible. Lo que sucede es que ya nadie se quiere tomar la molestia de instruir y corregir como realmente se necesita, pues implica dejar nuestra comodidad y sacar el tiempo para enseñar, estimular, conversar y, sí, corregir a los muchachos.
Una prohibición como ésta lo único que logrará será quitar a los padres una de las herramientas principales que poseen para gobernar bien a sus hijos (1 Timoteo 3:4-5). Ahora queremos imitar todo lo incoherente e inmoral de las naciones desarrolladas. ¿No es obvia la degeneración moral en la que se encuentran esas naciones? Con razón dijo el Duque de Windsor: “Lo que más me impresiona de América es la manera en que los padres obedecen a sus hijos”.
La visión de Dios es muy diferente: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor”(Colosenses 3:20). Es evidente que en su orgullo y soberbia, los hombres están confiando más en el juicio de sus semejantes que en el juicio de Dios. Cuando eso ocurre, nuestra única esperanza es si decidimos de corazón volvernos a Dios. La autodestrucción de muchas naciones “avanzadas” ya comenzó hace mucho. Nosotros todavía estamos a tiempo para mantener las normas más elementales para la subsistencia de nuestra sociedad.
¡Abajo la violencia y el abuso! ¡Arriba la autoridad paternal y el amor que se manifiesta en la corrección de los hijos! “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Proverbios 13:24). “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” (Proverbios 29:15).