La Biblia da por sentado que en este mundo caído los creyentes seremos heridos por otras personas, y que en medio de tales situaciones seremos tentados a reaccionar con amargura y devolver mal por mal. Los cristianos no somos inmunes al sentimiento de amargura y de impotencia que surge cuando la persona que nos ha hecho mal no recibe su merecido.
Por eso el Señor nos ordena en Su Palabra: “No paguéis a nadie mal por mal”. Y en Mt. 5:44: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.
¿Conocía el Señor Jesucristo, al dar este mandamiento, el caso de aquella esposa cristiana que tiene que tratar con un marido incrédulo, indiferente y desconsiderado, día tras día, mes tras mes, año tras año? ¿O el de ese empleado que tiene soportar a un jefe iracundo e intolerante, que para colmo de males no paga bien, pero exige mucho? ¿O ese otro caso del hermano que ha sufrido la injusticia de un impío que ha sobornado a un juez en contra suya y ha sufrido una pérdida considerable de sus bienes? ¿O el de aquel que ve con impotencia como alguien se ha dado a la tarea de esparcir rumores en su contra?
Sí, Él conocía todos esos casos y muchos otros que no podemos enumerar aquí; y aun así nos ordenó: “Amad a vuestros enemigos”. Antes que albergar amargura y resentimiento en el corazón contra aquellos que nos hacen mal, nuestro Señor nos ordena amarles y hacerles bien. No importa qué tan grande sea el mal recibido, la respuesta del cristiano siempre debe ser el amor, nunca la amargura, nunca el resentimiento.
Ahora bien, eso es fácil de decir, pero ¡qué difícil de practicar! Sobre todo en aquellos casos donde el daño ha sido grande, y tal vez irreparable, y la persona en cuestión parece estar tranquilo y campante, sin recibir ninguna consecuencia por sus actos. ¿Cómo podemos enfrentar la amargura y el resentimiento en medio de las situaciones con las que tenemos que lidiar día a día en nuestro paso por la vida, en un mundo caído y lleno de maldad?
¿Cómo enfrentar el mal trato y las injusticias que se cometen en contra nuestra, de modo que podamos reaccionar como cristianos, como hijos que somos de ese Padre celestial que hace salir Su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos?
Ese es el tema que quisiera comenzar a tratar en este blog, a la luz de las palabras de Pablo en Ef. 4:31-32: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Espero que estas publicaciones puedan ser de bendiciones a muchos que en este mismo momento están luchando contra el veneno de la amargura y el resentimiento.
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