En estos días he estado posteando algunas ideas sobre la música, porque sé que es un área de mucha preocupación y discusión en las iglesias hoy. En esta ocasión quiero hablar de la forma cómo opera la música en nosotros. ¿Qué produce la música en aquellos que se exponen a ella?
Puesto en una manera sencilla, podemos decir que la música expresa emoción y genera una respuesta emocional, sin necesidad de palabras. La música mueve nuestras emociones y toca directamente nuestros afectos, sin la necesidad de ser procesada conscientemente por nuestro intelecto; por eso es tan eficaz, porque no necesita de un código previamente aprendido para apreciarla.
Con esto no negamos el papel que juega la cultura o la educación para una mejor apreciación musical. Sin embargo, como bien señala John Makujina, la música posee “un aspecto universal ya que… expresa a menudo emociones y sentimientos que son comunes a toda la humanidad” (Measuring the Music; pg. 102).
John Hospers lo explica de la siguiente manera: “Cuando las personas se sienten tristes exhiben cierta clase de comportamiento: se mueven lentamente, tienden a hablar en tonos bajos, sus movimientos no son bruscos y abruptos… De igual modo se puede decir de una música que es triste cuando ésta exhibe esas mismas propiedades: la música triste es normalmente lenta, los intervalos entre los tonos son pequeños, los tonos no son estridentes sino quedos y suaves. Resumiendo, de la obra de arte se puede decir que posee una propiedad emocional específica cuando ésta posee rasgos que los seres humanos tienen cuando sienten la misma emoción o una similar…” (cit. por Makujina; pg. 102).
Un ejemplo de eso lo podemos ver al comparar el Adagio del compositor italiano, Tomasso Albinoni, con el primer movimiento de la “Pequeña Serenata Nocturna” de Mozart; ambas piezas evocan dos respuestas emocionales muy distintas, independientemente de que sea escuchada en China o en RD. ¿Saben por qué? Porque las personas de todas las razas y culturas, generalmente hablando, poseen emociones similares. Como bien ha dicho alguien: “La apariencia de un chino triste es muy parecida a la apariencia de un francés triste”.
Y lo mismo podemos decir de muchos otros estados de ánimo: gozo, ira, ansiedad. ¿A qué se debe esto? Al hecho de que todos los seres humanos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Y esas emociones pueden expresarse claramente a través de la música.
Por ejemplo, en Job 30:31 el patriarca dice en su lamento: “Se ha convertido en duelo mi arpa, y mi flauta en voz de los que lloran” (LBLA – también puede ser traducido: “mi arpa reproduce el sonido del duelo”). Una idea similar la encontramos en Jer. 48:36: “Por tanto, mi corazón gime por Moab como una flauta; mi corazón gime también como una flauta por los hombres de Kirhares, ya que perdieron la abundancia que se había producido” (LBLA).
Y hablando del juicio de Dios sobre las naciones, dice Isaías: “Cesó el regocijo de los panderos, se acabó el estruendo de los que se alegran, cesó la alegría del arpa” (Is. 24:8). Aunque este último texto se encuentra en un contexto de juicio, reconoce implícitamente que estos instrumentos producían un sonido alegre, que repentinamente cesó al llegar el juicio de Dios. La música transmite emociones y estados de ánimo, sin necesidad de letras.
Y noten que el profeta Isaías no sólo menciona el pandero, que muchos asocian rápidamente con una música alegre, sino también el arpa, el mismo instrumento que en Job 30:31 producía un sonido de lamento (comp. Sal. 81:1-2; Job 21:12). Lo que quiero decir es que con el mismo instrumento podemos expresar dos estados de ánimo completamente distintos, dependiendo de como se ejecute, entre otras cosas.
Precisamente por esa capacidad que posee la música de comunicar emociones e influir en nuestro estado de ánimo, la música viene a ser un elemento importante en el desarrollo de nuestro carácter. La razón para esto viene a ser evidente cuando entendemos cómo interactúan nuestras emociones con nuestro entendimiento y nuestra voluntad.
Jonathan Edwards, en su obra que es ya un clásico del cristianismo experimental, “Los Afectos Religiosos”, dice al respecto: “Dios ha dado al alma humana dos capacidades centrales. La primera es el entendimiento a través del cual examinamos y juzgamos las cosas. La segunda capacidad nos permite observar las cosas, no como espectadores indiferentes, sino como quienes, agradados o no agradados, gustando o no gustando, las aprobamos o rechazamos”.
Por eso otra persona ha dicho, que nuestras emociones parecen ser una especie de termómetro que revela la manera y el grado en que un concepto nos importa. Cuando el asunto nos es indiferente, nuestras emociones son débiles y muy poco efectivas para mover nuestra voluntad.
Pero cuando somos atrapados por el asunto, nuestras emociones suelen poner en movimiento nuestra capacidad de acción. Las emociones intensifican nuestras elecciones y decisiones, jugando un papel muy importante en el movimiento de nuestra voluntad; y precisamente por eso debemos estar atentos a todo aquello que nos impacta emocionalmente, incluyendo la música, porque de un modo u otro incidirá en nuestro carácter.
A través de la historia los musicólogos, pensadores y filósofos han reconocido esta relación entre la música y el carácter. El filósofo griego, Platón, dice en su obra La República, que la música puede mejorar o empeorar a los ciudadanos; por lo que recomienda desterrar a algunos artistas que con sus obras estimulan la inmoralidad.
Y Confucio dice lo siguiente, refiriéndose al mismo asunto: “La música debe ser considerada como uno de los elementos básicos de la educación, y su pérdida o su corrupción es el signo más evidente de la decadencia de los imperios. ¿Queremos saber si un reino está bien gobernado, o si las costumbres de sus habitantes son buenas o malas? Examinemos la música vigente.”
Ahora, la razón por la que estoy haciendo hincapié en este asunto es el hecho de que muchos de los que abogan a favor del uso de cualquier estilo musical en la adoración, niegan este hecho. Nos dicen que la influencia que la música ejerce sobre nosotros viene condicionada por la cultura o por nuestras experiencias en la vida, tanto las buenas como las malas.
Pero si bien es cierto que una experiencia personal puede influir en la reacción de un individuo a cierta clase de música o a alguna pieza en particular, eso no niega la realidad de que esa música posea características inherentes que evocan emociones y sentimientos específicos más universales.
Philip Tagg nos da el siguiente ejemplo: “Ninguna canción de cuna sería efectiva si diera alaridos bruscos a un ritmo rápido y ninguna marcha de guerra surtiría el efecto deseado si fuera una cadencia meliflua a paso de caracol” (cit. por Makujina; pg. 32).
Cada tipo de música posee un carácter particular y pretende evocar una respuesta emocional particular. Eso no depende primariamente del contexto cultural en que una persona haya crecido, sino más bien del carácter mismo de la música.
John Hospers dice al respecto: “Si alguien nos dijera que el último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, el cual tomamos como una expresión de gozo o alegría, es quejumbrosa, severa y depresiva, probablemente desestimaríamos su afirmación como absurda y aseguraríamos con completa confianza que esa persona ni siquiera ha comenzado a escuchar esa música” (Ibíd.).
Pongo como ejemplo lo que dije en artículo anterior sobre la sensualidad en la música. La conocida tonada “Happy Birthday to You”, dejó de ser una canción infantil o familiar, para convertirse en algo puramente sensual cuando fue cantada por Marilyn Monroe en ocasión del cumpleaños del presidente J. F. Kennedy. Su estilo de cantar, o si quieren ponerlo de otro modo, el estilo musical que ella usó como vehículo de transmisión de esas palabras, transformaron el mensaje.
Y lo mismo está ocurriendo hoy en el pueblo cristiano, por haber abierto la puerta a cuanto estilo musical esté siendo producido por el mundo, asumiendo que todos tienen el mismo valor o que todos pueden ser igualmente útiles dependiendo del contexto.
Pero no todos los estilos musicales son apropiados para proclamar la gloria de un Dios tres veces santo o el gozo de nuestra salvación en Cristo. La música posee un carácter intrínseco que debe ser coherente con la letra que cantamos.
El punto no es si esa música fue compuesta hace más de 200 años, porque la edad de una composición no la “santifica”. De lo que debemos asegurarnos es que nuestra música sea un vehículo apropiado para el mensaje que estamos proclamando, o de lo contrario estaremos presentando la verdad con serias distorsiones.