Varias respuestas se han dado a esta pregunta al tratar de identificar el significado distintivo de cada uno de esos términos; pero lamentablemente algunos han exportado hacia la Biblia definiciones modernas que oscurecen su significado en vez de aclararlos.
Una de las reglas que debemos aplicar en nuestro estudio de la Biblia, es que la Biblia se interpreta a sí misma. Veamos, entonces, cuál es el uso que la Biblia da a estos términos.
La palabra “salmos” significa simplemente “canción de alabanza” y aparece 87 veces en la Septuaginta, la versión griega del AT que tanto Cristo como los apóstoles usaron. De esas 87 veces, 78 se encuentran en el libro de los Salmos; y de esas 78, 67 veces aparecen en los títulos de los Salmos.
En el NT, esta palabra aparece 7 veces, 3 de ellas citando directamente el libro de los Salmos. Así que, de las 87 veces que esta palabra aparece en la Septuaginta, y de las 7 que aparece en el NT, por lo menos unas 70 veces se usa en referencia directa a los salmos inspirados del salterio.
En los otros pasajes en que esta palabra es usada, la mayoría de las veces aparece en textos donde se nos exhorta cantar salmos o donde alguien expresa su determinación de cantarlos. Así que no cabe ninguna duda de que esta palabra se refiere primariamente, aunque no únicamente, a los salmos inspirados que encontramos en las Sagradas Escrituras.
La palabra “himnos” ocurre 17 veces en la Septuaginta, 13 de ellas en el libro de los Salmos; y de esas 13 apariciones, 6 son incluidas como parte del título de algunos salmos. En el NT la palabra aparece sólo dos veces, en Ef. 5:19 y Col. 3:16.
Es interesante notar que esta palabra se usa en varias ocasiones en la Septuaginta para traducir la palabra hebrea tehillah que es la que usaban los hebreos para designar el libro de los Salmos.
La tercera palabra que Pablo usa en Ef. 5 y Col. 3 es “cánticos”, la cual es usada 80 veces en la Septuaginta, 45 de ellas en los salmos; y de esas 45, 36 veces en los títulos de algunos salmos. Mientras que en el NT, esta palabra aparece en los dos pasajes de Efesios y Colosenses, así como 4 veces más en el libro de Apocalipsis.
De manera que los tres términos que Pablo usa en Ef. 5:19 y Col. 3:16 – “salmos, himnos y cánticos espirituales” – se usan en la Septuaginta para designar las composiciones inspiradas del salterio. Algunas de esas composiciones son señaladas como “salmos”, otras como “himnos” y otras como “cánticos”.
Y aún tenemos el caso de que algunos de los salmos parecen encajar en más de una categoría a la vez, ya que algunos son designados en sus títulos como salmos y como cánticos al mismo tiempo. Es por eso que no me siento preparado para definir con precisión el significado de estas tres palabras y cómo se distinguen entre sí.
De lo que no tenemos ninguna duda es que estos términos que aparecen en Ef. 5 y Col. 3 son usados en las Escrituras para designar las composiciones poéticas que encontramos en el libro de los salmos.
Es por eso que algunos creyentes se limitan exclusivamente a cantar salmos en sus cultos de adoración. Ellos entienden que la iglesia no tiene ninguna garantía bíblica para cantar otra cosa en sus cultos, excepto los salmos inspirados por el Espíritu de Dios.
Sin embargo, aunque es indudable que siempre será mucho más edificante cantar solamente salmos, que entonar muchas de las canciones que hoy se canta en algunas iglesias, nuestra convicción es que la iglesia de Cristo no tiene que limitarse a cantar únicamente los salmos del salterio, y eso por varias razones.
Por un lado, la Biblia misma no parece limitar las alabanzas de ese modo. En el AT encontramos algunas canciones de alabanza que son anteriores a los salmos y que no fueron incorporadas luego en el libro de los salmos (como Ex. 15; Deut. 32; Jue. 5).
Y cuando llegamos al NT, encontramos algunos textos poéticos que muchos estudiosos de las Escrituras entienden que son fragmentos de himnos nuevo testamentarios, como es el caso de Jn. 1:1-5; Fil. 2:5-11; Col. 1:15-20, etc.
Pero aún si alguien argumentara que no podemos decir con seguridad que esos pasajes sean fragmentos de himnos que se cantaban en la iglesia primitiva, en el libro de Apocalipsis encontramos al pueblo de Dios ya glorificado en los cielos, cantando himnos de alabanza que no se encuentran en los salmos, como vemos en Ap. 5:9ss, o en Ap. 15:3-4.
Por otra parte, a través de la historia de la redención, vemos que la alabanza a Dios no ha sido estática, sino que ha progresado juntamente con el progreso de la revelación. Cuando Dios libró al pueblo de Israel del ejército de Faraón a través del paso del mar rojo, ellos lo celebraron cantando un cántico alusivo a ese hecho (Ex. 15).
Lo mismo vemos en Nm. 21:17, cuando Dios les dio agua en el desierto; o en Jue. 5, cuando fueron librados de Jabín, rey de Canaán, en tiempos de Débora y Barac; o en el Magnificat de María, en Lc. 1:46. En cada nueva etapa, surge un nuevo canto.
¿No deberíamos nosotros reconocer en nuestras alabanzas el progreso de la revelación divina y la etapa de la historia de la redención en que nos encontramos? ¿No deberían aludir nuestros cantos a esa gran obra de salvación que Dios llevó a cabo a través de la encarnación, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo?
Algunos dirán que los salmos testifican del Mesías, y es verdad; eso lo vemos claramente en el NT. Sin embargo, esos salmos se encuentran todavía en ese período de sombra que anticipaba lo que habría de venir, pero que todavía no había llegado. De hecho, si nos limitáramos a cantar los salmos del salterio nunca mencionaríamos el nombre de Jesús en nuestras alabanzas.
Como bien ha dicho alguien: “La consumación de la redención en Cristo requiere todo un nuevo lenguaje de alabanza: acerca de Jesús el Dios-Hombre, Su expiación definitiva, Su resurrección por nuestra justificación, y nuestra unión con El por la fe como el nuevo pueblo de Dios” (Frame; Worship in Spirit and in Truth; pg. 126).
Nosotros somos creyentes del nuevo pacto; tenemos en nuestras manos una revelación completa y somos los beneficiarios de una obra de redención que ya fue consumada una vez y para siempre en la cruz del calvario.
Si a través de nuestros cantos hemos de instruirnos unos a otros en toda sabiduría, de modo que la palabra de Cristo more en abundancia en nosotros, de ninguna manera deberíamos obviar en nuestros himnos de alabanza esa realidad de la que ahora somos partícipes.
Es interesante notar que los que abogan por el uso exclusivo del salterio en sus cultos, se ven obligados a adaptar las letras de los salmos, tanto en su rima como en su métrica, de modo que podamos cantarlos en nuestro propio idioma.
Y no es que tengamos algún problema con este tipo de adaptación. Todo lo contrario. Damos muchas gracias al Señor por el trabajo de tantos hombres y mujeres capaces que han hecho posible que hoy podamos cantar algunos de los salmos en nuestro idioma, con una rima y una métrica apropiada.
Pero no podemos perder de perspectiva que lo que estamos cantando ya no son los Salmos tal como fueron inspirados, sino una traducción y adaptación del contenido de los salmos. Ahora, yo me pregunto, ¿cuál es el problema, entonces, si adaptamos el contenido de otros pasajes de las Escrituras?
Por otra parte, ya hemos visto que el canto en la iglesia es un medio de instrucción, como lo es la predicación. A través de la predicación nosotros usamos nuestras propias palabras para proclamar y enseñar las doctrinas de la Biblia. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo con nuestros cantos?
Lo que hace un buen compositor de himnos no es más que plasmar poéticamente, y en sus propias palabras, el mensaje de las Escrituras. ¿Por qué eso es lícito para el predicador y no para el compositor?
El punto, entonces, no es que cantemos exclusivamente la letra de los salmos; pero, a la luz de las palabras que Pablo usa en Ef. 5:19 y en Col. 3:16, es indudable que hay una estrecha relación entre los himnos que debemos cantar en la iglesia y los salmos que el Espíritu Santo inspiró.
Debemos cantar los salmos, eso es un mandato bíblico; pero debemos procurar también que nuestros himnos reflejen, en la mayor medida posible, ese modelo bíblico. El mismo Espíritu que nos mueve a cantar, es el mismo que inspiró los Salmos de la Biblia.
En la medida en que sigamos ese modelo divino, en esa misma medida estaremos caminando sobre un terreno seguro si queremos realmente glorificar a Dios y edificarnos unos a otros.
Como dice Peter Master, el actual pastor del Tabernáculo Metropolitano, la iglesia que Spurgeon pastoreó por unos 37 años, el primer estándar de un himno que sea digno de ese nombre es “que refleje el ejemplo y la metodología de los salmos”.
Y Terry Jonson comenta al respecto: “¿Qué es lo que hace que una canción de adoración cristiana luzca como tal? Respuesta: Que se parezca a un salmo”. Y más adelante añade: “Los salmos proveen el modelo para la himnodia cristiana” (Give Praise to God; pg. 68).
Ahora bien, si los salmos deben ser nuestro modelo, ¿cómo deberían ser nuestros himnos? Espero contestar esta pregunta en los siguientes artículos, si el Señor así lo permite.