Algunas veces nos frustramos cuando nuestros planes no resultan como esperábamos. Incluso llegamos a pensar que Satanás es el responsable de poner tropiezos en nuestro camino o que Dios se ha olvidado de nosotros y por ello no hemos podido concretar nuestros deseos tal y como lo habíamos diseñado. Sin embargo, creo que es importante darnos cuenta que incluso en esos casos Dios está en absoluto control soberano de nuestra agenda. Entender esto nos dará un verdadero contentamiento y un sentido más claro de Su gracia y misericordia.
Recuerdo una ocasión, hace algunos años, en que mi familia y yo conducíamos por la autopista que va de la ciudad de León, Guanajuato, a la ciudad de México. Es una carretera de alta velocidad y en aquellos años (confieso con vergüenza) conducía verdaderamente como un maníaco de la velocidad para el terror de mi esposa y quien me acompañara. Teníamos una importante reunión a la que debíamos asistir a una hora específica y el tiempo no estaba de sobra. De pronto, se poncha una de las llantas del carro y la frustración y el enojo se apoderaron de mi.
Puedo escuchar mi coraje y todas las cosas que dije. Estaba frustrado con todo pero especialmente con Dios por haber permitido el pinchazo en el neumático que podría traer consecuencias graves si no llegábamos a la cita para el juicio intestamentario de mis padres. Mi frustración y mi enojo no me permitieron ver las muchas bendiciones y la gracia de Dios que estaba siendo derramada sobre nuestras vidas en ese momento. Pero no pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta.
Lo primero de lo que no me percaté es que solo a unos metros de donde me detuve había una vulcanizadora ¡La única en kilómetros de distancia! La otra cosa que no vi inmediatamente fue que a tan solo unos kilómetros del lugar donde tuvimos el percance había ocurrido un terrible accidente que involucraba varios vehículos y que, considerando la magnitud del choque y el tiempo en que había ocurrido, seguramente habríamos sido parte de ese accidente por las altas velocidades a las que conducía y “la ponchadura” evitó que estuviéramos allí. Eso sin contar los cientos de posibilidades que podríamos especular como el hecho de que el llantero hubiese estado en una terrible situación y Dios quisiera bendecir su vida y la de su familia con lo que este cliente “frustrado” pagaría por la reparación del neumático.
Como verá, gran parte de nuestra frustración es que solamente nos enfocamos en nosotros mismos. Olvidamos muy fácilmente aquella oración que hicimos cuando le dijimos a Dios que le entregábamos nuestra vida y que queríamos ser un instrumento de Su gloria. Si en verdad lo dijimos con sinceridad, entonces deberíamos de entender que nuestra vida no nos pertenece y que nuestros planes siempre están sujetos a las disposiciones del Señor, las cuáles son siempre más altas y mejores.
Recuerde que el Dios soberano ve el cuadro completo y los millones de ramificaciones que tienen nuestras decisiones en su Reino. Así que cuando algo le salga mal o sus planes resulten en verdaderos desastres, recuerde la historia de José a quien Dios moldeó en medio de frustraciones para salvar a una nación. Recuerde al apóstol Pablo y todas sus vicisitudes, recuerde que lo que hoy pareciera para mal Dios lo torna para bien de acuerdo a sus propósitos en gloria. Y sea agradecido.
¡Dios le bendiga!
Publicado originalmente en Estudia la Palabra el