¿Ha conocido al tipo? Él que dice:
Sí, yo soy un seguidor de Jesús, pero yo no voy a la iglesia. Yo paso tiempo con mis amigos cristianos, oramos juntos, hablamos alrededor de un café, discutimos la Biblia, tenemos un compromiso de rendirnos cuentas unos a otros. Estos individuos son mi “iglesia.” Y ellos son más serios acerca de su fe que los miembros regulares de la iglesia. ¿No cumple esto las expectativas de Dios de que yo me reúna con otros creyentes?
Primero que nada, claro que sí, reúnase con otros creyentes. La iglesia no es lo que hacemos el domingo en la mañana. El otro lado, es que la iglesia debe incluir una reunión regular, abierta, con todo tipo de creyentes que se juntan a una hora y lugar predeterminado. Reunirse con un amigo requiere una invitación especial; todos están invitados a la reunión de la iglesia.
Los sociólogos y los estudiosos de la química cerebral han probado que, no importa qué tan amplios de mente creamos que somos, tendemos a buscar “cada quien a su cada cual”. No está en nuestra naturaleza el sentirse confortable alrededor de gente de diferentes personalidades o educación o política o nivel de celo espiritual, y nuestro cerebro está cableado para resistir la diversidad. Esta es la razón por la cual es una constante batalla el que cualquier grupo sobreviva sin dividirse en grupitos o separarse. Es un milagro, literalmente, el que cualquier iglesia pueda mantenerse unida.
En la iglesia te encuentras con aquellos que te agradan, y con aquellos que no, con personas que menosprecias y con personas con las cuales conectas. Cuando te alejas de una asamblea heterogénea (Iglesia Comunitaria, supongamos) en inviertes tu energía en personas que son como tú (la Iglesia Santa Cafetería, digamos), estás cerniendo al pueblo de Dios y seleccionando aquellos con los cuales tienes empatía. Y es en este punto que podríamos aceptar un malentendido acerca del evangelio.
Este versículo suena demasiado duro para aplicarlo a este escenario, pero escúchenme:
Aquellos que dicen, “Yo amo a Dios,” y odian a sus hermanos o hermanas, son mentirosos. (1 Juan 4:20)
Un comentario acerca de estilo – Juan escribió en términos negros y blancos: vida/muerte; rectitud/pecado. Usted es justo o usted es pecador; usted está en la luz o en la oscuridad; usted ama o usted odia. No hay sombras de gris para Juan, ni el color crema ni negros-violeta.
¿Cómo define Juan el verbo “odiar”? Ciertamente no como lo hace mi diccionario, “sentir intenso disgusto por o una fuerte aversión hacia.” Bajo esa definición, un cristiano sería capaz de afirmar, “¡Bueno, yo no odio a nadie! Yo no puedo pensar en una sola persona hacia la cual yo sienta un intenso disgusto.” Pero para Juan, odio = cualquier cosa que no sea una expresión positiva de amor divino y, como diríamos, amor que sólo pueda venir a través del Espíritu. Odio es cualquier cosa que no sea amor. Odio es aquello que no satisface la palabra “Ámense los unos a los otros profundamente [o fervientemente, o constantemente] de todo corazón” (1 Pedro 1:22).
Podríamos parafrasear 1 Juan 4:20 de esta forma –
Aquellos que dicen, “Yo amo a Dios,” y no aman también a sus hermanos o hermanas con amor sobrenatural, son mentirosos.
Lo opuesto al amor no es odio; es indiferencia. El desamor puede incluir aborrecimiento; pero también apatía, insensibilidad, desprecio, evitación, retraimiento. No es simplemente cruzar la calle para evitar a alguien; también es no hacer el esfuerzo de cruzar la calle para encontrarse con alguien.
Cuando le preguntaron a Jesús, “¿Quién es mi prójimo?” ¿qué sucede en la historia? ¿El sacerdote odiaba o aborrecía al viajero herido? ¿Y el levita? No, ellos solo miraron para otro lado. El punto es, si ellos no rescataron al hombre, ellos no lo estaban amando; como diría Juan, ellos lo odiaban.
¿Y quién es mi hermano o hermana? Por lo menos, todos aquellos por los cuales Cristo murió, y particularmente aquellos dentro de mi iglesia. El resultado del desamor podría bien ser: “debido a su conocimiento superior, un creyente débil por quien Cristo murió será destruido” (1 Cor 8:11 NLT).
Aquí hay algunas formas de ser falto de amor hacia nuestros compañeros creyentes.
- El abandono de la iglesia:
Usted ya sabía que Hebreos 10 iba a llegar tarde o temprano:
Considerémonos los unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como algunos tienen por costumbre; más bien, exhortémonos, y con mayor razón cuando veis que el día se acerca. (Heb 10:24-25)
Como lo tiene otra versión, “Alguna gente ha dejado el hábito de congregarse para la adoración” (CEV). El autor no está hablando de “reunirse” sino de reuniones regulares de toda la congregación, para las cuales todos los miembros están convocados. Él usa un verbo que está relacionado con “sinagoga,” las reuniones de la comunidad judía constituidas semanalmente. El autor supone que los hebreos cristianos sentían una fuerte tentación a “mantener un perfil bajo”, puesto que asistir a las reuniones de la iglesia podría llamar la atención hacia ellos, llevando a la persecución.
Por otro lado, aquí se dio un incidente cuando Pedro dejó de “comer con” creyentes no-judíos (Gál 2:11-14). Esto pudo haber conllevado el no asistir a las reuniones regulares de la iglesia donde los gentiles estarían presentes. Pablo dice que su motivación era el “miedo” – probablemente él temía la molestia que le causarían los judíos más estrictos; tal vez se justificaba a sí mismo diciendo que él sólo estaba tratando de preservar la paz en la iglesia.
Pedro temía ir a la iglesia debido a lo desagradable; los hebreos temían miedo de la persecución. ¿Excusas pobres? Tal vez sea así, pero por lo menos ellos tenían mejores razones que el simple disgusto de otros tipos de personalidad.
- La Pandilla:
Si escogemos a nuestros compañeros cristianos, rodeándonos de gente con quien congeniamos social y espiritualmente, no estamos “haciendo iglesia” – vamos por ahí con una “pandilla,” un grupo de amigos cercanos escogidos para pasar el rato con ellos.
La iglesia local no es homogénea, es un grupo de personas que están unidas por la cruz. Es espiritualmente sano para nosotros y para otros si trabajamos con personas con las que usualmente no andaríamos.
De hecho, algunas iglesias son espectáculos, y no importa si el servicio es tradicional o contemporáneo: los predicadores o los cantantes son las estrellas; la gente asiste y sus donaciones son el precio de entrada. En lugar de esto, la reunión de la iglesia debe ser lo que Dios dice que es: una asamblea para oración, confesión, sanidad, la lectura de las Escrituras, la enseñanza, ánimo mutuo, observancia regular de los sacramentos. Un servicio que combina unas pocas canciones y un sermón largo no es seguir el modelo apostólico; un servicio que tiene un poco de oración y un poco de lectura bíblica no es apostólica; una reunión que consiste en plataforma-y-púlpito ya no sería reconocible para Pablo, como lo sería una iglesia donde nadie lo conoce ni a sus hermanos ni se preocupa por averiguarlo. Puedo también testificar que yo he asistido a reuniones de la iglesia, de donde yo salí más espiritualmente drenado que cuando entré.
Dejemos que la iglesia lleve su responsabilidad de ser la iglesia, y nosotros llevemos nuestra responsabilidad de ser la iglesia.
“Amigo de Cristo = Amigo de todo su pueblo,” por Gary Shogren, Ph. D. en Nuevo Testamento, profesor en Seminario ESEPA, San José, Costa Rica