La verdadera reconciliación

Déjenme exhortarlos que no busquen una curación en ninguna parte excepto en Dios en Cristo Jesús. Huyan del pensamiento de ser sanados excepto que el Señor los sane. Me da miedo que un alma herida vaya a un ministro o a un sacerdote, o a la persona más religiosa en el mundo, y piense obtener la curación de un hombre. Tus heridas tienen el propósito de conducirte a tu Dios. Ponte de rodillas ahora en tu aposento privado, o si no tuvieras uno, quédate solo incluso en la calle, pues tú puedes estar solo en medio de una multitud; pero acude a Dios con tu corazón sangrante. Dile: “yo soy un pecador; Señor, yo soy todo menos un pecador condenado. Yo he sido tal ofensor que a duras penas me atrevo a esperar; pero oigo que Tú puedes sanarme y darme consuelo. Oh, por causa de Jesús ten misericordia de mí. Yo te doy gracias porque Tú me has herido; sería mejor para mí estar herido que ser tan indiferente y tan descuidado como solía ser; pero ahora, Señor, no me hagas pedazos por completo ni me trates como a un enemigo. Mi espíritu falla a menos que Tú me consueles. ¡Oh, mírame!” Si no pudieras decir todo eso, con todo, deja que tus lágrimas rueden y mira a lo alto diciendo: “Dios sé propicio a mí, pecador”. Pero clama a Él, y encontrarás una curación; pues Dios puede sanarte y nadie más que Él. Fuera con aquellos que sueñan que la religiosidad externa puede hacerles bien. Fuera, fuera con los engañadores que quieren decirles que ellos pueden darles el perdón. Ningún hombre viviente puede absolver a sus prójimos pecadores: esa pretensión es el superlativo de la blasfemia. Dios está en Cristo Jesús reconciliando al mundo para Sí, no imputándoles sus delitos a ellos, y nos ha entregado la palabra de reconciliación, y nos alegra proclamar esa palabra, y señalarles al Señor Jesús quien es exaltado en lo alto para dar arrepentimiento y remisión de los pecados.