Gracia pero no anestesia

El inicio de mi caminar cristiano fue un tiempo de ilusión y desilusión.  Gran Ilusión y asombro por el descubrimiento de Dios.  Aprender que la vida tiene un autor, y que no está recluido en un monasterio recóndito con acceso a unos pocos iniciados. Que la historia no es un azar rodando por el tiempo sin sentido y fin definidos. Que el cetro de Dios es la batuta soberana que orquesta todo sus eventos y marca su compás.

Pero ahí estaba,  junto con la ilusión una desilusión por el encubrimiento. Aquella predicación del evangelio que presentaba los aspectos apetecibles y ocultaba los sinsabores de la fe (para ganar más seguidores y evitar pérdidas).  Oía decir: Cristo vino al mundo para darte vida y en abundancia, Él es el único que llena el vacío en tu corazón. Dios tiene un plan maravilloso para tu vida. Acepta a Cristo como Salvador y tus problemas terminarán. 

Con esa idea comencé a transitar por la vida de la fe sobre pavimento sedoso, sintiéndome asombrado de conocer a Dios y afortunado por haber encontrado la llave del éxito en el evangelio. No obstante, la luna de miel de la fe fue corta,  pronto llegó el tramo de los problemas: conflictos, rechazos, persecución, acusaciones de fanático por íntimos amigos. Y, con los problemas, surgía la pregunta ¿Por qué me va mal? No soy como otros que rechazaron el evangelio, yo ya acepté a Cristo. Con la pregunta también surgió tal desilusión como la que uno sufre cuando al abrir la envoltura de un producto el marketing sobrepasa la realidad.

Nada me quedó por hacer más que escarbar en las Escrituras más allá de las palabras del predicador y encontrar en mi expedición un sorprendente descubrimiento, tantas afirmaciones de una fe que produce salvación como también aflicción. Una fe que engendra aflicción y aflicciones que engendran más fe. Encontré por lo  menos tres realidades por las que la fe no puede anestesiarse. 

Porque nuestro vecindario es un mundo caído

No vivimos nuestra fe en condiciones ideales sino en condiciones miserables. El vecindario de la fe es un mundo caído. No es el mismo mundo declarado por Dios ‘bueno’, sino en el declarado ‘malo’ por su misma sentencia. El efecto fue la entropía: el mundo antes dócil ahora es indómito, la carambola de desastres revuelca tanto al creyente como al pecador. Y así tenemos casos como el del prestigiado santo Jonathan Edwards quien luchó por conseguir una vacuna para librar a los habitantes de su pueblo de una terrible plaga, pero que al fin le causó la muerte a él. Solo en un mundo caído hay enfermedad y caos donde la misma medicina que cura a algunos envenena a otros.

Porque nuestros vecinos son delincuentes

Después de Génesis 3 se agrega una nueva palabra al diccionario: ‘delincuencia’. La ley de Dios con la que el hombre se sentía cómodo se vuelve una camisa de fuerza contra la cual se la pasa forcejeando. El hombre ya no adora sino profana el nombre de Dios, ya no ama a su prójimo sino que lo victimiza. El índice de crímenes se disparó después de la caída al grado que Dios tuvo que poner un ‘hasta aquí’  a la humanidad pre-diluviana. ‘Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra.’ Gen 6:13. Desde entonces, el potencial del hombre se encuentra restringido por el gobierno humano, el Espíritu y la providencia de Dios pero sigue “vivito y coleando”. Como actividad cotidiana el creyente perdona a sus ofensores por fuera y por dentro de la iglesia.

Por los efectos indirectos de nuestro pecado

La Biblia afirma que el pecado tiene repercusiones terrenales:   No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.  Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción.” En términos eternos no cosechamos lo que sembramos en esta vida, pero en términos temporales sí. Dios permitió que el pueblo escogido por Él sirviera a las naciones de los ídolos ante los cuales se postraban y así Dios nos entrega a servir las penosas consecuencias de nuestro pecado, a pagar con arduo trabajo el precio de los juegos de nuestra carne.  Sansón pagó por su indiscreción con Dalila, David por su  adulterio con Betsabé, Ezequías por el enaltecimiento de su corazón ante el rey de Babilonia, Zacarías -sacerdote- por su incredulidad al mensaje angelical. En este mundo el pecado es el búmeran  de órbita larga o corta, pero que siempre regresa a encontrarnos con consecuencias dolorosas.

Porque la gloria de Dios ha de brillar en vasos de barro

No faltan hoy día predicadores de la abundancia y la prosperidad cuyo mensaje se asemeja más a un brindis que una predicación: ¡salud, dinero y amor! Cristo es un Señor de sanidad más que de santidad. Su tesoro se ve en la vitrina de nuestra prosperidad terrenal. La fórmula corre así: La medida de mi fe es directamente proporcional a la bendición de Dios y Su bendición es directamente proporcional a la prosperidad general que disfruto en la tierra. Así tenemos a algunos líderes para quienes primera clase no es suficiente para sus viajes, como creyentes de fe avanzada son modelos de bendición y pueden viajar en avión privado.

Este pensar son como gotas de limón sobre la leche del evangelio, no lo endulzan, más bien lo cortan. Pablo describe la experiencia cristiana hablando de vasos de barro que contienen un tesoro espiritual. El evangelio contiene grandes riquezas espirituales, pero los vasos que las contienen no son de brindis, de cristal cortado sino de barro, comunes. Al decir esto a los corintios, Pablo se enfrenta a un espíritu de prosperidad fermentándose en la iglesia. Los corintios pensaban que podían vivir “como reyes” antes de llegar a la gloria. Pablo les reprocha con una exhortación sínica Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos juntamente con ustedes¡”. Es decir, fabuloso sería poder vivir de esta manera en la tierra, pero en realidad nuestra experiencia es que somos la escoria del mundo, llamados a imitar y vivir no como Cristo vendrá en su segunda venida sino como Él vivió en su primera.

Es cierto que a ninguno de nosotros nos complace el sufrimiento, nuestro reflejo natural es más bien evitarlo. Pero negarlo no produce una vida agraciada sino enajenada. La fe de la Biblia es una fe sufrida. Sin duda todas estas aflicciones obran para nuestro bien, efectivamente, recibimos abundante gracia para estas pero no anestesia. Vivir esperando una vida palaciega, paradisíaca, el cielo en la tierra, es vivir en sentido contrario. Tarde o temprano chocaremos con la desilusión. 

Así es que consideremos las pruebas parte integral y no extraña de la fe y haremos bien de tiempo en tiempo en meditar las palabras del apóstol Pedro: no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría.” 1 Pedro 4.12–14.