En el artículo anterior consideramos el reinado de los reyes católicos de España, Fernando e Isabel, por el papel que jugarían sus descendientes en la historia de la Reforma, como comenzaremos a ver a continuación. Dado que en la monarquía española el descendiente varón es el primer heredero del trono, se esperaba que el segundo hijo de Isabel y Fernando, Juan, fuera coronado como rey de Castilla y Aragón a la muerte de sus padres.
Pero Juan murió a los 19 años de edad, luego de haber desposado a Margarita de Austria, hija de Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Así que el heredero debía ser el hijo de la primera hija de Fernando e Isabel. Pero Isabel murió de parto al dar a luz a su hijo Miguel, el cual también murió antes de cumplir los dos años de edad.
Así que la heredera del trono sería la tercera hija de Fernando e Isabel, Juana, quien se había casado con Felipe el Hermoso, hijo de Maximiliano I. Juana y Felipe tuvieron 6 hijos, pero el más importante de todos fue el segundo, Carlos.
Juana se enamoró locamente de Felipe, su esposo, el cual la maltrató terriblemente con sus constantes infidelidades. Al morir Isabel, automáticamente Juana queda como reina de Castilla. Así que Juana y Felipe se trasladan a España para comenzar a reinar. Pero la relación entre Felipe y su suegro se vuelven muy tirantes, provocando que Fernando se recluyera en el reino de Aragón, dejando que Juana reinara en Castilla. Sin embargo, Juana no estaba interesada en reinar, sino en conquistar el amor de su marido, quien se convierte en la práctica en el verdadero rey.
Ya para ese tiempo, Juana había comenzado a dar muestras de estar desquiciada por los celos, situación que se agrava en Septiembre de 1506 cuando su esposo Felipe muere repentinamente poco después de cumplir los 28 años de edad, estando Juana embarazada por sexta vez (de una niña a la que llamó Catalina). A la muerte de Felipe el Hermoso, y ante la evidente incapacidad de Juana, sus hijos son llevados a Flandes (con la excepción de Catalina), donde son criados por Margarita de Austria, hermana de Felipe y viuda de Juan, el hermano de Juana.
Juana fue encerrada por su padre Fernando en el Castillo de Tordesillas, mientras el cardenal Jiménez de Cisneros queda como regente de Castilla, hasta que Carlos fue coronado en 1516 como Carlos I de España.
El Sacro Imperio Románico Germánico
En este punto de la historia debemos introducir otro elemento de vital importancia para poder comprender el contexto político europeo en el que surge la Reforma: el Sacro Imperio Romano Germánico. Para entender esta parte de la historia debemos retroceder al 395 d.C., al momento en que el Imperio Romano fue dividido entre el Imperio Romano de Occidente, con su capital en Roma, y el Imperio Romano de Oriente, con su capital en Constantinopla. La parte Occidental del Imperio cayó en manos de los bárbaros en el 476. La parte Oriental continuaría en pie hasta el 1453, cuando cayó en mano de los turcos.
A mediados del siglo X, el rey de Germania, Otón I, funda lo que se llamará el Sacro Imperio Romano Germánico, que no es otra cosa que una versión “cristiana” de lo que había sido el Imperio Romano Occidental, de ahí el título de “Sacro”. Esta versión “cristiana” era más pequeña que el original, y sería la institución política capital del Occidente cristiano, hasta que fue disuelto por Napoleón en 1806. En su apogeo, el imperio englobaba la mayor parte de las actuales Alemania, Austria, Suiza, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, República Checa y Eslovenia, así como el este de Francia, el norte de Italia y el occidente de Polonia.
Ahora bien, este era un Imperio muy singular. En una Europa donde las naciones comenzaban a organizarse como países, Alemania no tenía un rey como Francia, Inglaterra o España. La dignidad imperial del Sacro Imperio Romano Germánico no se transmitía por herencia, sino que era elegido por un grupo de electores (en el tiempo de Lutero estos electores eran siete como las siete ramas del candelabro de Apocalipsis). Estos electores tenían mucho poder en el Imperio y más adelante veremos el papel trascendental que uno de ellos, el duque Federico el Sabio de Sajonia, jugó en la historia de Lutero.
Uno de esos emperadores del Sacro Imperio fue Maximiliano I, padre de Felipe el Hermoso, el esposo de Juana la Loca. A la muerte de Maximiliano I, en 1519, había tres pretendientes al trono del Sacro Imperio: Francisco I (Francia), Carlos I (España) y Enrique VIII (Inglaterra). Los príncipes electores eligieron a Carlos I (hijo de Felipe el hermoso y Juana la Loca, nieto de los reyes Católicos, que ahora venía a ser Carlos V en lo que respecta al Sacro Imperio). Carlos prometió “ante Dios y sus ángeles querer conservar, ahora y en el futuro, las leyes y el derecho, así como la paz en la Santa Iglesia”. Así que Carlos era ahora rey de Castilla y Aragón y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. También ostentó los títulos de rey de Nápoles, de Sicilia y de Cerdeña, además de duque titular de Borgoña y archiduque de Austria.
Carlos V y Martin Lutero
Aunque la historia de Lutero comenzaremos a tratarla en el próximo artículo, en este punto de la historia debemos recordar que Lutero clavó las famosas 95 tesis que dieron inicio a la Reforma Protestante, el 31 de Octubre de 1517, dos años antes de que Carlos V fuera electo emperador del Sacro Imperio Romano. Y dos años después de su elección, en 1521, Lutero tuvo que comparecer ante este poderoso emperador en la Dieta de Worms, donde Lutero rehusó retractarse de las cosas que había escrito.
Para Carlos V la religión católica era un elemento vital para mantener la cohesión y unidad de su vasto imperio que se encontraba seriamente amenazado por los turcos Otomanes. Por eso, cuanto murió su tía Margarita, hermana de Felipe el Hermoso, en 1523, Carlos nombró a su hermana María como regente de los Países Bajos; pero María sentía cierta simpatía hacia las ideas de Lutero, algo que Carlos no podía tolerar de ningún modo. Así que le envió un mensaje en el que le decía: “Ten la seguridad de que, si tuviese alguna sospecha con respecto a la fe, no te ofrecería este puesto de confianza, ni te manifestaría una amistad fraternal”. Y luego añade: “No toleraría en los Países Bajos lo que debí aceptar, bajo la presión de las circunstancias, en Alemania”.
Estos datos nos ayudan a entender mejor el reto que Lutero tuvo que enfrentar al oponérsele a las dos instituciones más poderosas del mundo en aquellos días: a la Iglesia Católica y al emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Ese reto lo vemos reflejado en el famoso himno escrito por Lutero, después de haber comparecido ante el emperador en la dieta de Worms:
Castillo fuerte es nuestro Dios,
Defensa y buen escudo.
Con su poder nos librará
En todo trance agudo.
Con furia y con afán
Acósanos satán:
Por armas deja ver
Astucia y gran poder;
Cual él no hay en la tierra.
Nuestro valor es nada aquí,
Con él todo es perdido;
Mas con nosotros luchará
De Dios el escogido.
Es nuestro Rey Jesús,
El que venció en la cruz,
Señor y Salvador,
Y siendo El solo Dios,
El triunfa en la batalla.
Y si demonios mil están
Prontos a devorarnos,
No temeremos, porque Dios
Sabrá cómo ampararnos.
¡Que muestre su vigor
Satán, y su furor!
Dañarnos no podrá,
Pues condenado es ya
Por la Palabra Santa.
Esa palabra del Señor,
Que el mundo no apetece,
Por el Espíritu de Dios
Muy firme permanece.
Nos pueden despojar
De bienes, nombre, hogar,
El cuerpo destruir,
Mas siempre ha de existir
De Dios el Reino eterno. Amén