Una de las luchas que tenemos todos los cristianos es la constante batalla contra los deseos de la carne. Por un lado queremos agradar a Dios con nuestras vidas y decisiones, pero por el otro cedemos muy fácilmente a los patrones de nuestra antigua forma de vida y pecamos.
Leyendo Colosenses esta mañana me llamó particularmente la atención la sección alrededor del capítulo 3 en el que nos hace una exhortación maravillosa. Creo que es importantísimo lo que este pasaje nos enseña porque nos ayudará a lidiar con estas cosas.
Primero nos dice que busquemos las cosas de arriba, las cosas de Cristo, poner la vista en el reino de Dios. Y luego insiste “poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”, pero aquí ya marca un contraste muy claro; nos instruye sobre dónde sí y dónde no deben estar nuestros ojos. Y es que resulta muy fácil desviarse cuando nuestros ojos están fijos en el lugar incorrecto.
Recuerdo hace muchos años, cuando yo era apenas un niño, acompañaba a mi hermano mayor en el auto de mamá. Él manejaba y su novia iba junto a él. Por alguna extraña razón que todavía no comprendo, mi hermano de 15 años no podía quitar los ojos de su novia ¡en lugar de mantenerlos en el camino! Como te has de imaginar, fue cuestión de tiempo antes de que decidiera estirarse hasta donde estaba ella para darle un beso ¡mientras conducía! y, al hacerlo, giró el volante del auto y nos fuimos contra la división del boulevard saltando las vallas de cemento hasta el lado contrario de la avenida y a punto de ser embestidos por la oleada de autos que circulaban por allí.
Lo mismo ocurre con nuestras vidas. Diariamente estamos mirando las cosas de la tierra, somos bombardeados por agresivas campañas mercadotécnicas que apelan a todos nuestros sentidos, nos hablan de lo que el mundo dicta para ser populares, felices, exitosos… nos impulsan a vivir con los ojos fijos en la tierra y claro, nuestras decisiones e impulsos se amoldan a la avalancha de instrucciones. Pero la Biblia nos dice que hagamos algo, que seamos intencionales, no solamente que digamos no y dejemos un vacío en nuestra mente, sino que digamos no y seamos intencionales en poner los ojos en las cosas de arriba.
Nos dice que hagamos morir las obras de la carne pues ahora estamos vivos en Cristo. Nos dice que nos desvistamos de las cosas pasadas y nos vistamos del nuevo hombre que somos en Dios. Nos dice que entendamos que Cristo es el todo en nosotros y que nos empeñemos en que su Palabra more abundantemente en nosotros. ¡Ahí está el secreto! Si nos llenamos de la Palabra de Dios estaremos tan enamorados del autor de la vida, ¡que no podremos quitarle los ojos de encima!
Dios te bendiga!
Publicado originalmente en Estudia la Palabra el 16 de