Muchos creyentes suelen aprovechar el final de un año y el inicio de otro para examinar sus vidas y plantearse nuevos retos (o seguir trabajando con ánimo renovado en aquellos que no fueron alcanzados en el año que pasó). Pero si tuvieras que señalar un propósito primordial, aquel que será tu principal prioridad en el 2015, espero que se encuentre alineado con lo que Pablo expresa acerca de sí mismo en Fil. 3:7-14.
“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Cuando Pablo conoció a Jesús de inmediato consideró todo aquello en lo que antes se gloriaba como basura en comparación con “la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús” – o como lo traduce la Biblia de las Américas,“el incomparable valor de conocer a Cristo Jesús”. Sin embargo, su meta en la vida era seguir cultivando esa relación personal con Cristo en una forma cada vez más intensa y parecerse cada vez más a Él.
Ahora bien, Pablo estaba consciente de que era imposible para él crecer en la semejanza del Señor sin el poder del Cristo resucitado. “Yo quiero conocer a Cristo y ser semejante a Él, por eso quiero experimentar en mi vida el poder de Su resurrección” (vers. 10). Así como no tenemos poder alguno en nosotros mismos para ser salvos, así tampoco tenemos poder alguno en nosotros mismos para ser santos. La buena noticia, es que el poder del Cristo resucitado está disponible para todo aquel que cree (comp. Rom. 6:1-6).
Por otra parte, Pablo también sabía que esa semejanza a Cristo implicaba sufrimiento: “y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a Él en Su muerte”. Pablo tenía una perspectiva realista de lo que implica ser como Cristo. En la misma medida en que nos parezcamos más a Él, en esa misma medida experimentaremos más sufrimientos (comp. Jn. 15:18-20). Pero aún así, ese era el anhelo que dominaba Su vida. Noten los verbos que usa en los vers. 12-14: “prosigo”, “me extiendo”, “prosigo a la meta”. Y ¿qué hace Pablo para avanzar hacia esa meta?
En primer lugar, examinarse honestamente a sí mismo: “No que lo haya alcanzado, ni que ya sea perfecto…”. El mero hecho de tenerlo como una meta es una muestra de que él sabía que no había llegado. Pablo se conocía muy bien y sabía que en muchas cosas debía seguir creciendo a la semejanza del Señor Jesucristo porque para eso fue salvado: “Yo quiero asir aquello para lo cual yo fui asido por Cristo”; en otras palabras, “quiero alcanzar aquello para lo cual yo fui alcanzado por El” (Rom. 8:28-29; Ef. 1:3-4).
En segundo lugar, Pablo se concentró en la obtención de su meta: “Una cosa hago…”. Es como un hombre corriendo una carrera; él no se distrae contemplando el paisaje o las personas del público; ni siquiera debe enfocarse en los que están corriendo a su lado.
En tercer lugar, y finalmente, Pablo nos dice que él tenía su mirada puesta en la meta que se había propuesto alcanzar (vers. 14). Es posible que Pablo tuviera en mente las carreras olímpicas en Atenas, donde el vencedor recibía una corona de laurel, la suma de 500 dracmas, su manutención de por vida y un asiento de primera fila en el teatro. Pero cuando Pablo corría, sus ojos estaban puestos en el sublime propósito del llamamiento de Dios.
Y ahora yo te pregunto, ¿puedes tú decir igual que el apóstol Pablo que conocer a Cristo y ser como Él es la gran meta de tu vida? ¿Puedes decir igual que él que estás empeñado en alcanzar esa meta, de tal manera que todo lo que haces y todas las decisiones que tomas están supeditadas a ella? ¿Qué tan consciente estás de la presencia de Cristo en tu vida y cuán intencionalmente estás procurando agradarle a Él en todo lo que haces? ¿Estás creciendo en tu intimidad con Cristo?
Examina tus deseos por medio de las cosas que pides a Dios en oración, o a través de aquellas cosas en las que sueñas cuando sueñas despierto. ¿Puedes decir que tu más profundo anhelo es parecerte cada vez más a Cristo, en dependencia de Su Santo Espíritu? Recuerda que nosotros tenemos a nuestra disposición el poder de Su resurrección; no hay razón alguna para que te quedes en el estado en que estás. Pídele al Señor que te ayuda a concentrarte en esta meta, y pídele también la gracia que necesitas para seguir avanzando hacia ella cada día.