En el sitio web de Logos me topé con un comentario acerca de una colección que me causó pesar. En la sección de recomendaciones una persona opinó categóricamente: “Precio alto por ser libros anticuados.”
Todos celebramos los títulos de recién estreno con novedosas portadas, temas de actualidad, tono contemporáneo e ideas frescas. No obstante, me parece que el lector cristiano no busca ante todo las “novedades”. A diferencia del lector ordinario que primero pregunta ¿qué hay de nuevo?, el lector cristiano comienza preguntando ¿qué tiene de bueno?, ¿cuál es el provecho?, ¿cómo me edifica?
La antigüedad del autor -o de la obra- no debe llevarnos a mover un libro del estante de lectura al archivo del olvido. La antigüedad del cofre poco importa si su contenido es un tesoro. Bástenos pensar en la Biblia. El mundo la tacha de anticuada y anacrónica. Para el creyente, no obstante, es de inestimable riqueza. Es el libro más bueno pese a ser el más viejo. Su autor es la verdad misma, insuperable. Sus amanuenses, hombres de talla espiritual sin paralelo. La ancestral Biblia es de vigencia perenne, relevante para toda cultura y edificante a tiempo y a destiempo.
Estas características son también compartidas -en menor grado- en una variedad de clásicos de la historia. Son cofres viejos, pero con ricos contenidos. Sus autores no han sido inspirados como los Apóstoles, pero si han sido iluminados para producir un néctar espiritual sin fecha de caducidad. Su contenido no envejece cuando la pluma que lo escribió es gobernada por la lealtad a la mente de Dios y la fidelidad a las almas de los hombres. Sus libros son condecorados como clásicos.
En el firmamento de estos clásicos relucen autores como J.C. Ryle. Su luz se ha propagado e iluminado el entendimiento de miles de cristianos sin atenuarse por el tiempo o difuminarse por las diferencias culturales. Al igual que Spurgeon, sus antiguos escritos nunca han cesado de ver nuevas ediciones.
Precisamente, fué contemporáneo de Spurgeon. Las pronunciadas diferencias denominacionales no permitieron que caminaran juntos, aunque sí con las mismas pisadas espirituales. Se reconocían y apreciaban a distancia. Cuándo Spurgeon publicó Discursos para mis estudiantes, Ryle le envió una nota con efusivo aprecio:
“Si bien no debes desear alabanza alguna del hombre y no le atribuyes valor. No obstante, debo decirte cuanto me gustan tus discursos a tus estudiantes. Pocas veces he visto tantos clavos martillados justo en la cabeza. Me gustaría obsequiarle una copia a cada joven clérigo en la Iglesia de Inglaterra.” Asimismo cuando Ryle publicó sus Meditaciones sobre los evangelios, Spurgeon rindió tributo en su libro Comentando sobre comentarios describiendolos como volúmenes apreciados por él.
Se dice que los líderes no nacen sino se hacen. En el caso de Ryle fue a la inversa, no fue un líder hecho. Primero fue deshecho, desmantelado por Dios antes de ser formado -he aquí una lección: los andamios de nuestra edificación espiritual descansan sobre las cenizas de nuestras vidas. A sólo tres años de su nuevo nacimiento sufrió un inesperado golpe a su familia que cambió el curso de su destino.
El padre de Ryle era un prominente banquero con grandes planes para su hijo. Ryle era un estudiante con distinciones académicas, se había propuesto por meta terminar en el parlamento inglés. Si nos remontamos al siglo XIX encontraremos a ciertos magnates cuyos ingresos eran 300 veces mayores que los del obrero común. Esta opulenta nobleza ha sido descrita por la autora Jane Austin en su obra Orgullo y prejuicio en la que el personaje principal ganaba anualmente diez mil libras. La inaudita realidad, es que J. C. Ryle estaba destinado a recibir de su padre un ingreso de quince mil libras anuales. El ministerio no era algo que compaginara con esa realidad.
El golpe vino un día inesperado cuando el padre de Ryle lo perdió todo, ¡todo! Ryle escribió en su diario: “nos despertamos un día de verano con el mundo delante de nosotros y nos acostamos completamente minados”. El golpe causó una abrumadora ola de dolor y humillación, y una desorientación que revolcó a toda su familia por cierto tiempo. Años después Ryle comentaría retrospectivamente: “a Dios le agradó cambiar los prospectos de mi vida”. Su biógrafo, correctamente, percibió el pulso de Dios sobre el evento: “Dios cerró la puerta del parlamento porque quería a Ryle en el ministerio. No para ser ministro del Estado, sino de Su Iglesia”.
Su inicio en el ministerio se dio en condiciones diferentes a las que estaba acostumbrado. La flor de su opulencia se marchitó y sólo quedó una modesta supervivencia de cien libras anuales de estipendio. Se despidió de la gran mansión y su gloria antigua para laborar dentro de pequeñas iglesias rurales. Dios le enseñó a tener por mayor tesoro el vituperio de Cristo que las riquezas de su familia. Lección que él mismo enseñara después: la felicidad no depende de nuestras circunstancias sino del estado de nuestro corazón.
El mundo lo percibió como un golpe de mala suerte, pero para Ryle fue un toque maestro de la providencia de Dios. Así como Dios utilizó la prisión como un estudio de escritura para el Apóstol Pablo, la iglesita rural se volvió en el recinto de lectura y escritura donde Ryle pudo concentrarse en muchos de sus libros alejado del trajín de la ciudad.
A la manera de Moisés, cuando menos lo esperaba, su exilio en las zonas rurales terminó después de 40 años. Una carambola de intrigas políticas pusieron el nombre de Ryle en el escritorio de la reina Victoria, cuya aprobación elevó su rango ministerial a obispo de Liverpool, la tercera ciudad más prominente de inglaterra.
Por los siguientes veinte años, Ryle se consagró infatigablemente a su llamado con resultados excepcionales: Liverpool se convirtio en una de las ciudades más evangélicas de Inglaterra; desarrolló una legión de líderes que tuvieron gran impacto en el futuro religioso de la nación; 42 nuevas iglesias fueron edificadas y 48 misiones abiertas para alcanzar el crecimiento de nuevas comunidades en la ciudad.
La obra literaria de Ryle no conoció fronteras durante su vida ni aún después de su muerte. Sus obras han sido traducidas al francés, alemán, italiano, ruso, hindú, chino y muchos otros idiomas. No obstante, es en el terreno espiritual donde se ha visto mayor penetración. Los escritos de Ryle aciertan con gran tino a la conciencia. No se conformaba con embotar la mente de doctrina o sacudir las emociones sin fundamento. Pasando por la mente, proyectaba la doctrina a la conciencia para inducir a la obediencia. Tal era el poder de sus palabras, que cuando su tratado intitulado Verdadera libertad fue leído por un fraile Dominicano en México, cambió su disposición de terminar con toda influencia protestante entre los Católicos a predicar el mensaje que anteriormente se habia dispuesto a destruir.
El lector que aprecia una espiritualidad bíblica no encontrará en las obras de Ryle un contenido rancio por antigüedad sino, como un buen vino, uno añejo, el tiempo sólo ha podido mejorarlo. Te invitamos a leer las Meditaciones sobre los evangelios, especialmente descontadas hoy para celebrar el Mes del Pastor. Encontrarás un potente tónico para infundir vitalidad a tu vida espiritual y el aprendizaje de lo que otros han descrito como un “cristianismo musculoso”.