Algunos padres cristianos no parecen ver ninguna inconsistencia entre su profesión de fe y hacerle creer a sus hijos que Santa Claus o los Reyes Magos realmente van a dejarles regalos en Navidad o en el día de Reyes. Mi deseo con este breve artículo es mostrarles que esa no es una tradición inocente, sino una flagrante contradicción con lo que decimos creer. ¿Por qué no debemos perpetuar el mito de Santa Claus o los Reyes Magos?
En primer lugar, porque es una violación al primer mandamiento de la ley moral: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Alguien puede replicar: “Pero Santa no es un dios, ni tampoco lo son Melchor, Gaspar y Baltazar”. ¡Oh, sí lo son! Cuando decimos que Santa y los reyes magos saben cuando los niños se portan bien y cuando se portan mal, y que tienen poder para proveer todas las cosas que algunos niños piensan que Santa y los reyes proveen, estamos atribuyéndoles connotaciones divinas. La Biblia dice que son los ojos del Señor los que “están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3), no los ojos de Santa o de los reyes.
Pero no sólo es una violación al primer mandamiento, sino también al noveno. Eso es una mentira, y todos sabemos quién es el padre de la mentira. El Señor Jesucristo nos dice en Jn. 8:44 que hay dos cosa que caracterizan a Satanás por encima de todas las demás: es homicida y mentiroso.
Más aún, la Biblia también enseña que “todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8). Mentir a nuestros hijos acerca de esto simplemente porque es Navidad, y es el uso y costumbre de nuestra época, es violar groseramente la Palabra de Dios por nuestra tradición (Mr. 7:8).
En tercer lugar, porque el mensaje que transmite esta tradición es totalmente contrario al evangelio. Dios no bendice a los hombres sobre la base de las buenas, sino sobre la base de gracia (Ef. 2:8-9).
Y en cuarto y último lugar, por le roba la gloria a Dios en Cristo. La Biblia dice que “toda buena dádiva, y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” (Sant. 1:17). Es a Él a quien nuestros hijos deben agradecer todo cuanto reciben, y no a seres inexistentes como Santa o los Reyes. Y su mayor regalo no son juguetes y bienes terrenales, sino la entrega de Su propio Hijo, nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien murió por nuestros pecados para concedernos gratuitamente el don de la vida eterna en Él (Rom. 6:23).
Si desea usar la ocasión para dar regalos a sus hijos, está en perfecta libertad de hacerlo. Pero no sacrifique la verdad y el evangelio en aras de preservar una tradición.