La conclusión de Sartre

Uno de los pensadores más influyentes de nuestra generación es, sin duda alguna, el existencialista francés Jean Paul Sartre. Junto su compañera y alter ego Simone de Beauvoir, marcó un hito en el pensamiento occidental de la post guerra. No es mi intención por el momento navegar por las aguas del existencialismo en un brazo de mar tan pequeño, sino concentrarme en el concepto que Sartre tenía del hombre.

Sartre parte de la premisa de que no existe Dios y, por lo tanto, no considera al hombre como un ser creado bajo la autoridad de un Ser superior, ni tampoco presupone un propósito fuera de nosotros mismos que debamos perseguir: “El hombre, dice Sartre, es nada más que lo que él hace de sí mismo. Ese es el primer principio del existencialismo”. Y de ese principio fundamental se deriva lo que podríamos llamar la libertad soberana del hombre. Para Sartre, la libertad no es otra cosa que el poder que supuestamente poseemos de definir nuestro propio ser, de determinar lo que somos.

Y ¿qué es lo que realmente somos? Según él, eso es algo que no podemos establecer con certeza en ningún punto de nuestra existencia porque nuestro ser no posee una esencia fija, sino que es algo que estamos determinando continuamente por nosotros mismos: “La naturaleza humana no existe, ya que no existe ningún Dios” que nos provea un concepto adecuado de ella.

El hombre está en un constante proceso de llegar a ser y, por lo tanto, nunca podremos decir lo que un hombre realmente es. Consecuentemente, según Sartre, el hombre es nada, una pasión inútil. ¡Que ironía! Echando a Dios fuera de su sistema filosófico, y tomando al hombre como punto de partida para explicar su esencia, termina reduciéndolo a nada.

De manera que el ateismo no sólo atenta contra la existencia de Dios, sino también contra la humanidad del ser humano. Cuando el hombre pretende obviar a Dios pierde el único punto objetivo de referencia que le permite establecer su significado y propósito.

Sorprendentemente al final de su vida el pensamiento de Sartre dio un giro inesperado; unos meses antes de morir escribió: “No siento que yo sea un producto de la casualidad, una mota de polvo en el universo, sino alguien que era esperado, prefigurado. En conclusión un ser que solamente un creador pudo colocar aquí; y esta idea de una mano creadora se refiere a Dios”. ¿Será posible que el viejo pensador haya encontrado algo trascendental que había perdido de vista luego de 75 años de búsqueda?