Aunque muchos que profesan la fe de Cristo se sentirían profundamente ofendidos si alguien los tildara de legalistas, lo cierto es que todos los creyentes tenemos que lidiar con ese problema de un modo u otro y en grado o en otro. En una forma muy sencilla podemos decir que el legalismo consiste en tratar de ganar el favor de Dios a través de nuestra obediencia, ya sea obedeciendo las leyes de Dios o un conjunto de reglas inventadas por los hombres.
El problema del legalista es que no descansa plenamente en la obra de Cristo para ser aceptado por Dios o para ser bendecido por Él, sino en su propia conformidad a un estándar de conducta previamente establecido. Mientras el evangelio nos mueve a la obediencia por el hecho de haber sido aceptados por Dios de pura gracia, el legalismo nos dice que debemos obedecer para ser aceptados.
En el evangelio la aceptación delante de Dios viene primero y la obediencia después; en el legalismo es a la inversa: la obediencia viene primero para lograr ser aceptados. Todo gira en torno a lo que hacemos o a lo que dejamos de hacer. Eso fue lo que sucedió con los creyentes en Galacia; abrazaron inicialmente el mensaje de la salvación únicamente por gracia, por medio de la fe. Pero luego comenzaron a pensar que debían regresar a la ley para poder avanzar en sus vidas cristianas. Y Pablo los amonestó duramente por eso:
“¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que realmente fue en vano. Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gal. 3:1-5).
Y ¿saben qué? Todos nosotros corremos el peligro de caer en el mismo error, porque el evangelio es contra intuitivo. Todos nosotros tenemos una vocecita interna que nos dice: “Por supuesto que la salvación es un don gratuito que Dios concede de pura gracia a los confían en Jesús, pero…”. Y es en ese “pero” donde está el problema, porque lo que sigue usualmente es una lista de cosas que tú debes hacer para que Dios te mire con buenos ojos.
Y todo el tiempo tenemos que estar acallando esa vocecita sustituyendo el “pero” con un “por tanto”: “Por supuesto que la salvación es un don gratuito que Dios concede de pura gracia a los confían en Jesús, por tanto, ahora somos libres para obedecer a Dios y vivir para Él”.
Aunque los dos mensajes se parecen, la realidad es que plantean dos maneras muy distintas de vivir la vida cristiana. Por supuesto que los creyentes verdaderos se preocupan por su santidad personal y, precisamente por eso, toman en serio la obediencia a los mandamientos de Dios (comp. Jn. 14:21-23; Rom. 7:12, 22; 2Cor. 7:1; 1Jn. 2:3-6). Pero esa obediencia no es meritoria. Somos aceptos en la presencia de Dios, y bendecidos cada día por Él si somos creyentes, únicamente por causa de Cristo; y no por nuestro desempeño, como enseña el legalismo.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.