En el artículo anterior consideramos la pregunta que Pablo plantea en el capítulo 11 de Romanos concerniente al endurecimiento del pueblo de Israel. Y decíamos que la respuesta de Pablo puede ser dividida en tres secciones. La primera va de los versículos 1-10.
Primera porción (vers. 1-10):
“¿Ha desechado Dios a Su pueblo?” Pablo responde: “En ninguna manera. Porque yo también soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín”. Noten que Pablo no hace alusión a ningún evento futuro relacionado con la nación de Israel, sino más bien al hecho de que él, siendo judío, había sido traído a salvación. La conversión de Pablo era una prueba tangible de que Dios no había rechazado completamente a Su pueblo. Él siempre se ha reservado por gracia un remanente fiel, conforme a Sus propósitos soberanos. Y para ilustrar este punto Pablo hace referencia a un incidente muy conocido de la vida de Elías:
“No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia” (Rom. 11:2-5).
En la época de Elías había una incredulidad general en el pueblo de Israel; se había desatado incluso una fuerte persecución contra los profetas del Señor, al punto de que Elías pensó que el único profeta fiel que quedaba era él. Pero Dios le hizo ver que Su obra en el mundo es más amplia de lo que nuestros ojos pueden ver (vers. 4). La incredulidad no era total en el tiempo de Elías, como tampoco lo era en el tiempo de Pablo (vers. 5). Noten una vez más que Pablo no está haciendo referencia a ninguna obra extraordinaria de salvación en el futuro, sino a lo que estaba sucediendo en ese mismo momento.
Los judíos como nación habían rechazado a su Mesías. Así como en la época de Elías habían dado a muerte a los profetas del Señor, en el primer siglo de nuestra era dieron muerte al más grande de los Profetas, a nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo; y presentaron una fuerte oposición a la predicación del evangelio por medio de los apóstoles. Pero al igual que en los días de Elías, Dios se había reservado un remanente escogido por gracia. El mismo apóstol Pablo era un testimonio de eso, un hombre que había perseguido a la iglesia, pero que ahora proclamaba la fe que antes perseguía.
Así que en esta primera porción de su respuesta Pablo no está hablando de ninguna salvación futura de la nación de Israel, sino de lo que Dios estaba haciendo a favor de ellos en ese mismo momento. Si un israelita se convierte será salvo lo mismo que un gentil e incluido en el pueblo de Dios. Como veremos en los próximos artículos, esa es la tesis que Pablo defiende en el resto del capítulo.