Introducción:
Esta semana pasada hablaba con un grupo de jóvenes del CCL y les decía que una de las razones por la que muchos que conocen el evangelio y saben que es verdadero, aún así rehúsan convertirse, una de las razones por la que esto ocurre es el hecho de que en lo más profundo de sus corazones tienen la convicción de que si se convierten salvarán sus almas para la eternidad, pero perderán sus vidas en el presente.
Si se entregan por entero al Señor Jesucristo, obtendrán el cielo y evitarán el infierno, pero tendrán que pagar el precio de vivir aquí y ahora una vida sumamente aburrida e insípida. Por eso muchos albergan la esperanza de convertirse en la vejez, y así ganar el cielo de todos modos, pero sin perder la vida.
Por supuesto, ese es un razonamiento equivocado porque parte de dos premisas falsas. En primer lugar, asume erróneamente que la salvación está en nuestras manos y que podemos convertirnos cuando nosotros queramos.
Ese es un engaño con el que el enemigo de las almas ha dormido a muchos. “Todavía hay tiempo de sobra para hacer eso más tarde, después de que hayas disfrutado de la vida un poco más”.
Si esa es tu forma de pensar debes saber que la salvación está en las manos de Dios, no en la de los hombres. Nadie aquí tiene la certeza de que Dios le dará otra oportunidad de arrepentirse; nadie sabe por cuanto tiempo más el Señor seguirá teniendo paciencia con él.
Lo que sí podemos saber con certeza es que cada día que pasa tus pecados y tu renuencia a venir a Cristo endurece más tu corazón y te aleja más de Dios, hasta que llegará el momento en que se habrá evaporado por completo de tu alma toda sensibilidad espiritual.
En segundo lugar, ese razonamiento también asume erróneamente que la vida del impío es más feliz que del justo; que el gozo y la alegría se encuentran en el pecado, lo más lejos posible de Dios y de Sus caminos.
Pero esa idea es un vil engaño, una mentira. Fuimos creados para glorificar a Dios y gozar de El por siempre; por lo tanto, es imposible encontrar significado y satisfacción alejados de El y fuera de Sus caminos.
El vacío de nuestros corazones no puede ser llenado con ninguna cosa creada, porque nuestras almas fueros diseñadas originalmente para ser saciadas en el Creador. “Nos hiciste (Señor) para ti – escribe Agustín en sus Confesiones – y nuestro corazón está inquieto mientras no halle descanso en ti”.
El gozo sin Cristo es una ilusión, un imposible, porque sólo en El somos reconciliados con Dios; sólo en El encontramos el perdón de nuestros pecados y el don de la vida eterna; El es el clave para conocer el propósito y significado de nuestra existencia. Una vida sin Cristo es una vida sin Dios y una vida sin Dios es miserable y vacía por necesidad.
Por eso es que en la Escritura se presenta el gozo y la alegría permanentes como experiencias exclusivas de aquellos que conocen a Dios y se refugian en El. Ciertamente hay gozo y alegría en el pecado, pero es un gozo pasajero y siempre trae consigo una secuela de amargura. El gozo permanente es propiedad exclusiva del justo (Sal. 4:7; 5:11; 9:1-2; 13:5-6; 32:10-11; 100).
El gozo no es un aditamento opcional del cristianismo. El Señor dice en Jn. 10:10: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Por eso los cristianos no le hacemos ningún favor a la causa de Cristo cuando parecemos estar medio vivos. Cristo vino a darnos una vida abundante.
Y una vez más, en Jn. 15:11, dice el Señor: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”. O como dice la versión de las Américas: “… y vuestro gozo sea perfecto”.
Y debo hacer una aclaración aquí que he hecho en otras ocasiones. Nos oponemos fuertemente a esa presentación ligera del evangelio donde Cristo es anunciado como una especie de siquiatra todopoderoso que resuelve todos los problemas para que nosotros tengamos una vida feliz, feliz, feliz. Como veremos en un momento, esa es una distorsión del mensaje evangélico.
Pero lo cierto es que en Cristo hay gozo y que ese gozo no depende de las circunstancias que nos rodean sino de la realidad objetiva de haber sido salvados por El, y todo lo que implica esa salvación en nuestras vidas.
La vida del cristiano es una vida de gozo, sólo que el gozo del cristiano es de una naturaleza distinta al gozo del incrédulo. Hay una paradoja envuelta en el gozo del creyente que lo hace incomprensible a los ojos de aquellos que no conocen al Señor, y es precisamente acerca de esa paradoja que quiero hablarles esta mañana a la luz de 1P. 1:6-9 (no leer).
Hace unas semanas comenzamos una serie de sermones expositivos en esta epístola que fue dirigida originalmente a un grupo de cristianos ubicados en la parte noroeste del Asia Menor, bordeando el Mar Negro, en la región que hoy se conoce como Turquía.
Estos hermanos estaban padeciendo muchas dificultades por causa de su fe, y el futuro inmediato no pintaba mejor. Poco tiempo después de haber recibido esta carta muchos de estos creyentes sufrieron una de las más fieras persecuciones que experimentó la iglesia de Cristo en el primer siglo.
No obstante, la nota dominante de esta carta es el gozo y la alegría que tenemos en Cristo aún en medio del dolor y el sufrimiento (leer el texto). Pedro nos presenta aquí dos aspectos paradójicos del gozo cristiano.
El diccionario define “paradoja” como una “idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de los hombres”. Y lo que Pedro nos dice aquí del gozo cristiano es opuesto a la opinión de la mayoría de las personas en el mundo.
Por un lado nos dice en los vers. 6 y 7 que los cristianos experimentan gozo y alegría a pesar de que son afligidos en diversas pruebas; y por el otro lado, en los vers. 8 y 9 nos dice que el gozo de los cristianos emana de la relación de amor y confianza que tienen con Alguien que ellos no ven. He ahí la paradoja del gozo cristiano.
I. LOS CRISTIANOS EXPERIMENTAN GOZO Y ALEGRIA A PESAR DE QUE SON AFLIGIDOS EN DIVERSAS PRUEBAS:
Vers. 6. La palabra que RV traduce como alegría aquí puede ser traducida como “regocijarse grandemente”; una versión la traduce como “saltar de gozo”.
Esta palabra hace referencia a ese tipo de alegría que no podemos ocultar porque se manifiesta incluso a través de nuestras expresiones y gestos. Y ¿qué es lo que produce esa clase de gozo en la vida del cristiano? Todo lo que Pedro ha venido diciendo a partir del vers. 3 (comp. vers. 3-5).
El don de la salvación que Dios nos ha concedido en Cristo, tanto en su experiencia presente como en la esperanza de su consumación futura, debe ser un motivo de gran alegría para aquellos que lo poseen. Dios ha tenido misericordia de nosotros y nos ha hecho renacer para una esperanza viva.
Mientras el mundo se desmorona a nuestro alrededor, nosotros podemos mirar hacia el futuro con confianza porque sabemos con toda certeza que el Señor nos tiene reservada una herencia que es incorruptible, incontaminada e inmarcesible.
Esa herencia no está sujeta al proceso inevitable de corrupción que acompaña todas las cosas de este mundo, no ha sido manchada con la contaminación del pecado y es una herencia que no se marchita, sino que conservará su esplendor y su brillo por los siglos de los siglos
Y es por la veracidad ciertísima de esa promesa que nosotros hoy podemos y debemos alegrarnos con gran alegría, “aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas”.
He ahí la paradoja del gozo cristiano. Concomitantemente con nuestro gozo, tendremos que experimentar aflicciones diversas en nuestro peregrinaje al cielo. Eso no es opcional para el creyente; es parte integral de la vida cristiana.
Cuando Pedro dice aquí “si es necesario” no está implicando la posibilidad de que alguien pueda evitar esa experiencia, porque tal vez para él no sea necesario. No.
La forma gramatical que Pedro usa en el original asume la realidad de la condición; podríamos traducir esa frase: “si es necesario, como de hecho lo es” o “ya que es necesario”.
Como decía hace un momento, el sufrimiento no es opcional para el cristiano. Mientras estemos aquí tendremos que atravesar por diversas pruebas, pruebas de varias tipos, de diferentes colores.
Y no es tanto el número de pruebas lo que ese adjetivo enfatiza, sino los diversos tipos de pruebas que vienen a nuestras vidas y los diversos aspectos que contiene cada una de ellas.
Cada prueba que viene a la vida del cristiano lo afecta de diferentes maneras. Un hijo se enferma y eso trae dolor y tristeza a la vida de los padres, pero al mismo tiempo trae inquietud porque tal vez no hay dinero suficiente para costear el tratamiento, y al mismo tiempo esos padres están luchando con la tentación de pensar que Dios se ha olvidado de ellos porque su hijo no sana.
La misma prueba ha traído diversas situaciones aflictivas a la vida de esa familia. Pero aún así, Pedro nos dice que el cristiano puede experimentar gozo en medio de la aflicción. Y eso, por varias razones.
En primer lugar, por la brevedad del sufrimiento. Nuestro dolor tiene un límite. Por un lado, Dios no nos dejará ser tentados más allá de lo que podemos resistir, dice Pablo en 1Cor. 10:13.
Pero por el otro lado, el sufrimiento presente es tan breve como la vida presente. Comparado con la eternidad nuestra vida en este mundo es como un soplo, dice Santiago, como la neblina “que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Sant. 4:14).
Es a la luz de esa realidad que Pablo describe los sufrimientos del cristiano en 2Cor. 4:17 como una “leve tribulación momentánea”. Seremos afligidos, pero es por un poco de tiempo. Pronto cruzaremos el río y llegaremos a aquel lugar en el que Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos; “y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”.
Los cristianos podemos experimentar gozo y alegría en medio del sufrimiento, porque sabemos que nuestro dolor tiene un límite y “que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom. 8”18). Al final del camino nos espera la gloria.
Pero hay algo más que permite a los cristianos experimentar gozo y alegría en medio de la aflicción y el sufrimiento, y es el hecho de saber que esas pruebas son permitidas y controladas por el Dios soberano con un propósito bueno (vers. 7).
La palabra que RV traduce como “prueba” da la idea de algo que ha sido examinado y aprobado; de ahí que puede ser traducido también como “genuino”, “verdadero”.
La fe verdadera es una fe perseverante; es una fe que permanece aferrada a su Señor sin importar las circunstancias adversas que tenga que enfrentar. En la parábola del sembrador Cristo habla de algunos que “reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan” (Lc. 8:13).
Pero la fe verdadera no es así. Esa es la gran lección de He. 11: la fe genuina persevera en medio de la prueba, en medio del conflicto, cuando las cosas no parecen tener ningún sentido. Y esa fe verdadera, dice Pedro, es “mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego”.
A nadie le gustaría ir a una joyería y que le vendan una pieza que es supuestamente de oro, para descubrir después que es de hojalata. El oro debe ser probado con fuego, no sólo para examinar su genuinidad, sino también para librarlo de impurezas.
Pero ¡cuánto más debería ser probada la fe que es muchísimo más valiosa que el oro! Así como el oro es refinado y purificado por fuego, así también nuestra fe debe ser refinada y purificada por el fuego de la prueba. En otras ocasiones hemos mencionado lo que hacían los orfebres con el oro en los días de Pedro (explicar).
Los cristianos no somos masoquistas, no disfrutamos el dolor y el sufrimiento. Pero sí podemos gozarnos en medios de las aflicciones, porque sabemos que son un instrumento en las manos de Dios para moldear nuestro carácter y hacernos cada vez más semejantes a nuestro Señor y Salvador Jesucristo (comp. 2Cor. 4:16-18; Sant. 1:2-3).
¿Qué es lo que anhelamos? Que en el día final, cuando nuestro Señor Jesucristo regrese en gloria, nosotros estemos en el grupo de aquellos que le escucharán decir: “Bien, buen siervo y fiel, sobre poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mt. 25:21).
Esa es la idea en el vers. 7. Nosotros queremos estar en el grupo de aquellos que ocupará una posición de honor al lado de nuestro bendito Señor y Salvador cuando El se manifieste en gloria.
Para tener esa certeza tendremos que atravesar necesariamente por diversas aflicciones, para que la genuinidad de nuestra fe sea probada, y en ese proceso de prueba sea purificada.
He ahí, entonces, el primer aspecto paradójico del gozo cristiano; los hijos de Dios experimentan gozo y alegría a pesar de que son afligidos en diversas pruebas.
Pero ahora Pedro menciona otro aspecto tan o más paradójico que el anterior, y es que el gozo de los cristianos emana de la relación de amor y confianza que tienen con Alguien que ellos no ven.
II. EL GOZO DE LOS CRISTIANOS EMANA DE LA RELACION DE AMOR Y CONFIANZA CON ALGUIEN QUE ELLOS NO VEN:
Vers. 8-9. Noten como Pedro describe a los cristianos aquí: como aquellos que aman a Cristo y se gozan en El, a pesar de nunca le han visto. Y es interesante notar como Pedro se excluye a sí mismo, porque él sí había tenido la experiencia de conocer físicamente a Cristo durante Su ministerio terrenal.
Pero la mayoría de estos creyentes no habían tenido ese privilegio y aun así podían participar del mismo amor y del mismo gozo. A menudo pensamos: “Ah, si yo hubiese vivido en los días de los apóstoles y hubiese visto a Cristo y le hubiese escuchado, seguramente mi fe sería más fuerte y más profunda”.
No, mi hermano, no necesitamos esa experiencia física para amar a Cristo y gozarnos en El. Lo que hace el Espíritu Santo en la conversión es abrir los ojos de nuestra alma para que podamos ver a Cristo en toda Su gloria y en toda Su belleza, de tal manera que nuestras almas son inclinadas poderosamente a encontrar nuestro deleite en El.
Por eso es que Pedro puede describir a los cristianos de ese modo. El que no ama a Cristo ni se goza en El es porque no le conoce, sus ojos espirituales no han sido abiertos aún.
¿Saben qué es la conversión? Alguien lo ha descrito como “lo que ocurre en el corazón cuando Cristo viene a ser para nosotros un Cofre de Tesoro de gozo santo”.
En otras palabras, en la conversión ha sido creado en nosotros un nuevo gusto espiritual que antes no teníamos por la gloria de Cristo, y que nos mueve eficazmente a entregarnos por entero a El.
Comp. Mt. 13:44. Esta parábola describe el proceso a través del cual un pecador es convertido y traído al reino de los cielos. Esta persona, que antes iba por la vida despreocupado, disfrutando los deleites baratos que este mundo ofrece, porque él pensaba que eso era todo lo que había, de repente encuentra un tesoro, un tesoro que es incomparablemente más hermoso y más valioso que todo lo que había visto hasta entonces.
Y cuando pregunta el precio, le dicen simple y llanamente: “Te cuesta todo lo que tienes, incluyendo tu propia vida”. Pero es tal su deseo de tener ese tesoro que no regatea siquiera; vende todo lo que tiene para comprarlo. Eso es la conversión.
Pero, ¿qué fue realmente lo que sucedió en ese individuo que lo llevó a ver en Cristo y Su evangelio un tesoro que antes no veía? Este hombre vio su pecado tal cual es, la fuente de todas sus desgracias, de una vida sin sentido, sin propósito, miserable, y lo que finalmente lo arrojaría en una condenación de miserias sin fin.
Pero también vio a Cristo tal cual es: no sólo como el que puede salvarle de la condenación del pecado, sino también como Aquel tesoro que puede saciar plenamente las necesidades más profundas de su alma, como Aquel que puede brindarle la comunión más deleitosa que alguna vez haya podido disfrutar.
Es por eso que el hombre de la parábola no tiene reparo alguno en darlo todo con tal de tenerle a El. Cristo dice que este hombre “vende todo lo que tiene” gozoso; él lo hace con gozo, porque sabe que obtendrá a cambio algo de infinito valor.
Amados hermanos, ¿cuál es el llamado de Cristo en los evangelios? Su llamado es venir a El para ser plenamente satisfechos en El. Jn. 6:35: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mi cree, no tendrá sed jamás”. Esa es la oferta del Señor. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:37-38).
Entonces, ¿por qué es que hay cristianos que no están manifestando esa satisfacción y ese gozo como debieran? Porque la vida cristiana es una lucha, y somos continuamente seducidos a buscar deleite y satisfacción en eso mismo que un día tuvimos por basura. Es interesante cómo Pablo plantea lo que había sido su experiencia con Cristo, muchos años después de su conversión (comp. Fil. 3:7-8).
En comparación con Cristo, basura dice Pablo. El problema es que muchas veces nosotros dejamos de ver esas cosas de ese modo, olvidamos lo mal que nos iba en Egipto y comenzamos a codiciar otra vez la comida que allí nos servían cuando éramos esclavos. Y cuando somos vencidos, ese es el resultado: perdemos el gozo inefable y glorioso de ser cristianos.
No es que Cristo ha perdido algo de Su gloria o que has descubierto algo decepcionante en El; no. Es que apartaste de El tus ojos y ahora cualquier cosa barata es capaz de llamar tu atención.
No en balde la Biblia usa el matrimonio como analogía de nuestra relación con Cristo. Tan pronto nos unimos con una mujer en una relación de pacto, nuestras vidas se funden de tal manera la una con la otra, que la felicidad y el gozo de uno es la felicidad y el gozo del otro (comp. Ef. 5:28).
Pero ¿qué sucede cuando comenzamos a descuidar nuestros matrimonios? Que comenzamos a separarnos emocional y físicamente de nuestro cónyuge, el matrimonio se deteriora y sufrimos la consecuencia.
Pues del mismo modo, nosotros los cristianos somos la esposa de Cristo. Nuestras vidas están ligadas a El en virtud del nuevo pacto y ahora nuestro gozo depende enteramente de nuestra relación con El. Si estás teniendo hoy una vida cristiana insípida es que has apartado tus ojos de Cristo; has dejado de correr con los ojos puestos en El.
Pero eso no tiene que seguir siendo así, mi amado hermano. Puedes levantarte otra vez, y por la gracia de Dios seguir corriendo la carrera, seguir ejerciendo fe, la misma fe y aun más profunda, que aquella que depositaste en Cristo la primera vez, cuando tus ojos fueron abiertos para ver Su hermosura.
Y en la misma medida en que veas Su gloria y se acreciente tu amor por El, en esa misma medida crecerá tu gozo.
“A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso”. Creyendo en El os alegráis; es un gozo que se produce al creer, un gozo que la fe genera en el corazón de los que creen.
Y noten de qué tipo de gozo es que Pedro está hablando en el texto. Pedro nos dice que se trata de un gozo inefable y glorioso. Literalmente, indecible y lleno de gloria.
Esa palabra que RV traduce como “inefable” solo aparece aquí en el NT, y señala a la persona que ha quedado imposibilitada de describir y expresar lo que está viendo o sintiendo. Pedro dice: “Así es nuestro gozo, indescriptible”.
Es un gozo que no se puede explicar perfectamente con palabras, porque es muy diferente a los deleites carnales que el mundo disfruta y conoce. Es de una naturaleza infinitamente más sublime. Es una alegría sobrenatural y divina.
Por otra parte es un gozo lleno de gloria. Es un gozo que anticipa los deleites eternos. A diferencia de los goces carnales que embotan los sentidos y corrompen la mente, este gozo aclara el entendimiento, pone las cosas en perspectiva, nos prepara para la vida en el cielo. Es un anticipo del gozo eterno y perfecto que disfrutaremos en la gloria.
Ningún deleite de este mundo puede compararse siquiera con el deleite y satisfacción distintivamente cristianos. Dice el salmista en el Sal. 4:7: “Tu diste alegría a mi corazón mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto”.
Los hombres del mundo se alegran en su prosperidad, pero nuestro gozo es mayor, hermanos. Nada puede sustituir la alegría del creyente que se deleita en Dios. Y cuando somos seducidos a buscar ese deleite en otras cosas de este mundo, el resultado final será, sin duda alguna, tristeza y frustración.
Comp. Jer. 2:11-13. Los cielos se espantan ante un desatino como este; es espantoso que una persona cometa semejante insensatez, dejar de lado una fuente de agua viva, para cavar cisternas rotas que no retienen agua.
Cristo vino a darnos vida, vida en abundancia; El es la fuente de agua viva que calma nuestra sed; solo en El podrán encontrar nuestras almas plena satisfacción.
Y en cuanto a ti, mi amigo que nos visitas en esta mañana, he aquí nuestra invitación para ti hoy: “Gustad y ved que es bueno Jehová, dice David en el Sal. 34:8; dichoso el hombre que confía en El”.
Ningún logro de este mundo, ninguna posesión terrenal, ningún deleite mundano podrán darle alivio a un hombre que vive sin esperanza y sin Dios; ninguna de esas cosas podrá satisfacer el alma de aquel a quien le espera una eternidad alejado de Dios y en perpetuo sufrimiento.
Mi amigo, el mundo es una cisterna rota que no retiene el agua; allí nunca podrás apagar la sed de tu alma. Tú necesitas el perdón de tus pecados, ser reconciliado con Dios, ser adoptado en la familia de la fe; necesitas un Padre que vele por ti y una esperanza por la cual vivir; y eso sólo se encuentra en Cristo.
Nuestro Dios es bueno, para siempre es Su misericordia, y hoy El ha tenido misericordia de ti permitiéndote escuchar Su Palabra y llamándote al arrepentimiento.
No desprecies la bondad de Dios; ven y ampárate bajo Su sombra, ven y pídele perdón por tus pecados, confiando sólo en Cristo, en Su vida perfecta, en Su muerte en la cruz y entonces experimentarás el gozo inefable y glorioso de conocer a Cristo, teniendo la esperanza ciertísima de pasar la eternidad en Su presencia.