La influencia del iracundo

“No te entremetas con el iracundo, ni te acompañes con el hombre de enojos, no sea que aprendas sus maneras, y tomes lazo para tu alma” (Proverbios 22:24-25).

Proverbios nos habla del peligro de las malas compañías (1:10‑19). Aquí aplica el tema al caso de la persona iracunda. No habla de personas que ocasionalmente votan un poco de vapor; enojo son máquinas de vapor. La ira es su forma de vida.

¿Cómo sería la amistad con una persona iracunda? Siempre existiría la aprehensión de que podemos decir o hacer algo que inflame las chispas que hay en su corazón. En ese sentido, la libertad y apertura que son imprescindibles para el desarrollo y mantenimiento de una amistad edificante estarían ausentes. Tendríamos miedo de decir algo que encienda la mecha del barril de pólvora. Podría explotar en cualquier momento.

Por esto muchos tienen primero que observar el estado de ánimo con el que llega una persona a determinado lugar de reunión, porque dependiendo de eso podrán hablar sin el temor de ser vilipendiados verbalmente. Es insufrible estar cerca de una persona así—siempre con el riesgo de hacer brotar el furor y la cólera. No obstante, ésa es la realidad que se vive en muchos hogares. Esposas abusadas y niños asustados esperan inquietos la llegada del hombre que se convierte en ogro.

Sin embargo, el punto de este proverbio radica en el poder de influencia que posee dicho carácter. No es posible vivir cerca de una persona así sin que se reproduzcan sus actitudes, vocabulario y reacciones. Primero se escucha a los padres denigrar, insultar y vilipendiar. El tiempo pasa, y luego se escucha a los hijos hacer lo mismo. Podemos aborrecer ese rasgo de carácter en otros, pero la familiaridad con el iracundo puede minimizar el problema e introducirse imperceptiblemente en nuestro propio sistema. “No sea que aprendas sus maneras.”

‘Un hombre iracundo puede tener otras cualidades muy interesantes y atractivas. Y en proporción a nuestra admiración y amor a la persona por estas cosas, así será el peligro de que pensemos menos mal de su defecto, y de que lo mitiguemos y le sonriamos. Y no hay poca verdad en el dicho de que somos como nuestros amigos e íntimos, o pronto lo seremos. Pero más aún. Las acciones vehementes y abruptas del hombre de grandes pasiones siempre tenderán a inquietar y a irritar nuestros espíritus, formando así un hábito de semejanza por la misma reacción en nosotros mismos a su temperamento impetuoso y apresurado. Y de ese modo, de ser agradables y simpáticos, gradualmente nos convertimos en lo contrario’ (Wardlaw, Proverbs, 3:63-64).

La realidad es clara: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Cor.15:33). “El justo sirve de guía a su prójimo; mas el camino de los impíos les hace errar” (Prov.12:26). “Vete de delante del hombre necio, porque en él no hallarás labios de ciencia” (14:7).

Hay una vulnerabilidad en nosotros que no siempre somos capaces de ver y reconocer. Es más fácil para el hombre aprender el pecado que la justicia. Es así como los grandes héroes de nuestros días pueden ser representaciones muy vívidas del hombre iracundo, y sin embargo la gente quiere ser como ellos y les alaban. El pecado es contagioso. Lo vemos en otros; aprendemos a tolerarlo; luego lo practicamos.

Como padres no siempre tenemos que ir muy lejos para descubrir de quién han estado nuestros hijos aprendiendo cosas. Tristemente tenemos que admitir que vemos en ellos rasgos nuestros que preferiríamos nunca haber visto.

Este pasaje es una advertencia evidente acerca del cuidado que debemos tener a la hora de elegir nuestros amigos, porque ellos afectan INEVITABLEMENTE nuestro carácter. Del mismo modo, los padres tienen aquí un fuerte apoyo para estar más que preocupados por las amistades de sus hijos.

“…Y tomes lazo para tu alma.” El riesgo es adquirir un hábito que tiene incidencia en todos los aspectos de la vida y que puede continuar con una persona hasta la muerte. Debemos estar más alertas, identificar el problema y tomar las medidas necesarias con el fin de cuidar nuestras almas y las almas de nuestros hijos. Es mejor prestar atención a la advertencia que tener que lamentar la infección de este mal y sus posibles consecuencias.