Para entender el tipo de relación que los creyentes deben tener con el mundo, evitando los extremos de la mundanalidad y el aislamiento, es extremadamente importante que pongamos en perspectiva cuál es el lugar que ocupa el hombre en el contexto de las doctrinas bíblicas de la creación y la redención.
La doctrina bíblica de la creación
Aunque la biología moderna se ha empeñado en presentar al hombre como un animal racional, en el primer capítulo del Génesis vemos una diferencia marcada entre la creación del hombre y del resto de los seres vivos que pueblan el planeta tierra. Al hablar de la creación de las plantas y los animales, el texto bíblico insiste en que fueron creados “según su género”, “según su especie”, “según su naturaleza” (comp. Gn. 1:11-12, 20-21, 24-25).
Pero entonces llegamos a los versículos 26 al 28 y encontramos una terminología completamente distinta: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.
Este recuento histórico no sólo nos enseña que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, sino también que Dios colocó al hombre en una posición de dominio sobre todo lo creado con el propósito de desarrollar el potencial escondido en la creación. Esto se ve más claramente en Gn. 2:15: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”.
Esto es lo que conocemos como el “mandato cultural”. Nosotros solemos asociar la palabra “cultura” con ciertas manifestaciones artísticas, sobre todo en su aspecto elitista, no popular (la música clásica, la ópera, el teatro clásico).
Pero la palabra “cultura” se relaciona más bien con la idea de “cultivar”, e incluye todo tipo de actividad humana que contribuya al desarrollo, enriquecimiento y aún esparcimiento de la sociedad.
El hombre como mayordomo y corregente de la creación debía transformar su entorno para la gloria de Dios y para el bien de la sociedad humana. De manera que el trabajo no fue parte del castigo divino por haber pecado, sino un aspecto fundamental de la responsabilidad que el hombre tenía desde el principio como mayordomo de Dios.
Si el hombre hubiese permanecido en obediencia, todos los aspectos de su vida hubiesen sido sagrados, no solo su tiempo de comunión con Dios, sino también el desempeño sus labores cotidianas en el cumplimiento del mandato cultural.
Pero nuestros primeros padres no permanecieron en la condición en la que fueron creados, sino que se rebelaron contra Dios, y todos los aspectos de la vida humana quedaron trastornados por causa del pecado, tanto la relación del hombre con Dios, como la relación de los hombres entre sí y la relación del hombre con la naturaleza:
“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:17-19).
Noten que el trabajo en sí no fue parte del castigo, sino el dolor y el sentido de frustración que el hombre habría de experimentar a partir de ese momento en relación a su trabajo.
El hombre perdió el paraíso por causa de su pecado, y nunca más lo volvería a recobrar hasta que Dios restaurara por completo todo el daño que el pecado había causado. Y es precisamente en este punto de la historia donde entra en juego la doctrina de la redención. En el siguiente blog estudiaremos como la doctrina bíblica de la redención se relaciona al mandato cultural del hombre.
La doctrina bíblica de la redención
Tan pronto el pecado hizo su entrada en el mundo, Dios prometió enviar un Redentor por medio del cual se habrían de revertir todos los efectos dañinos que el pecado había causado (comp. Gn. 3:15).
A partir de esta promesa inicial de Gn. 3 Dios comienza a revelarle a Su pueblo detalle tras detalle acerca de ese Redentor que habría de venir. Fue por la fe en ese Salvador prometido que se salvaron los judíos creyentes del AT, como nos enseña el autor de la carta a los Hebreos en el cap. 11.
Pero ¿qué sucedió después de la entrada del pecado con el mandato cultural que Dios había dado al hombre en el huerto del Edén? ¿Continúa siendo un deber del hombre desarrollar el potencial de la creación para la gloria de Dios y el bien de la sociedad humana? ¡Por supuesto que sí!
Tanto creyentes como incrédulos tienen la responsabilidad de cultivar la creación, y han sido dotados de diversas capacidades para llevar a cabo esa labor, aunque los incrédulos no reconozcan que sus capacidades provienen de Dios.
Noten cómo continúa la historia bíblica luego de la entrada del pecado en Gn. 3. Dios había prometido a Adán y Eva que de la simiente de la mujer vendría el Redentor. Por eso, cuando Eva sale embarazada por primera vez, tal parece que ella creyó que había concebido al Salvador prometido: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón” (Gn. 4:1).
Algunos eruditos creen que esta frase debe ser traducida: “Con la ayuda del Señor he dado a luz al hombre”. Pero en vez de ser el Salvador prometido, Caín se convirtió en el primer homicida de la historia al quitarle la vida a su hermano por envidia.
Pero entonces Dios hace algo bien extraño: no sólo le perdona la vida a Caín a pesar de su homicidio, sino que también decide protegerlo para que otros no le hagan a él lo que él le hizo a su hermano (comp. vers. 14-15).
¿Por qué Dios decidió preservarle la vida a Caín? La respuesta la tenemos, en parte, los próximos versículos. No sólo se nos dice que Caín construyó una ciudad, sino que de entre sus descendientes estaban: “Jabal, el cual fue padre de los que habitan en tiendas y crían ganados”; “Jubal, el cual fue padre de todos los que tocan arpa y flauta”; y “Tubal-Caín, artífice de toda obra de bronce y de hierro” (comp. Gn. 4:16-22).
A pesar de la impiedad de la familia de Caín, Dios los capacitó para que llevaran a cabo el mandato cultural. Ellos no lo hacían para la gloria de Dios; pero aún así estaban haciendo la labor que Dios ordenó al hombre que hiciera en el huerto del Edén.
A través de la historia muchos incrédulos han producido grandes obras de arte de increíble hermosura y genialidad; han contribuido al avance de la ciencia, de la tecnología; han hecho descubrimientos de enorme importancia para el desarrollo de la civilización. ¿Saben por qué? Porque Dios los ha dotado, en Su gracia común, de un montón de capacidades distintas para que lleven a cabo el mandato cultural.
Esa labor ya dejó de ser sagrada por causa de la caída. En la Biblia vemos una separación marcada entre el reino de Dios y el quehacer temporal que el hombre debe llevar a cabo en este mundo. Hay una diferencia entre lo secular y lo sagrado, en el sentido de que hay cosas que pertenecen a la vida aquí y ahora, y otras que son separadas de su uso común para el uso exclusivo de la adoración a Dios (los utensilios del tabernáculo y del Templo, por ejemplo).
Pero ese quehacer temporal o secular sigue siendo honorable porque es el mismo Dios el que ordenó que se hiciera y el que capacita al hombre en Su gracia común para que ese trabajo sea hecho.
Fue el entendimiento de esta doctrina lo que impulsó el enorme progreso que experimentaron los países del norte de Europa que abrazaron la Reforma Protestante en el siglo XVI. El comercio, la ciencia, las artes, la industria, todo fue permeado por esta perspectiva de hacer las cosas con excelencia para la gloria de Dios y el bien del prójimo.
Estos hombres entendieron que todos tenemos un llamado distinto para servir en la sociedad, poniendo nuestros dones y talentos al servicio del mandato cultural.
El artista protestante no tenía que justificar su labor pintando cuadros que inspiraran devoción religiosa, como hacían los artistas católicos romanos de la Edad Media. Ellos no sentían la presión de que debían “santificar” su arte usándolo para promover intereses religiosos y morales. El mero hecho de hacer un cuadro que produjera placer estético era suficiente.
Es por eso que pintores como Rembrandt o Durero, que abrazaron la cosmovisión reformada, produjeron obras tan hermosas y tan realistas. No era necesario que se dedicaran a pintar únicamente escenas bíblicas; y cuando lo hacían, los personajes de sus cuadros eran hombres y mujeres comunes y corrientes.
Como dice Michael Horton, “la Reforma enfatizó la verdad de que Dios se había hecho humano [en la persona de Cristo], dignificando así la vida terrenal y secular”.
La creación era un motivo digno para ser plasmado en el lienzo, porque era la creación de Dios. Un autor cristiano llamado Hans Rookmaker, fundador del departamento de historia del arte en la Universidad Libre de Ámsterdam, sintetizó esta perspectiva perfectamente en el título de una de sus obras: “El arte no necesita justificación”.
Pero lo mismo podemos decir de cualquier otra vocación. Un arquitecto cristiano no tiene que justificar su labor profesional diseñando iglesias. Ni el Juez cristiano ha sido llamado a “cristianizar” el juzgado orando públicamente antes de cada juicio o leyendo una porción de la Biblia.
Ellos no pueden dejar de ser cristianos en el desempeño de su vocación; pero al mismo tiempo deben empeñarse en hacer las cosas con excelencia, porque tienen una clara conciencia de que están sirviendo a Dios y a su generación con lo que hacen.
Pocos textos de las Escrituras presentan esta enseñanza tan claramente como Col. 3:22-24:
“Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.
En nuestra próxima entrada veremos como la falta de entendimiento de estas verdades puede llevar a muchos creyentes a decaer espiritualmente.