Uno de los problemas más serios que enfrenta el naturalismo es que no puede explicar cómo la materia, en este caso las neuronas cerebrales, producen pensamiento y razonamiento y cómo esos pensamientos y razonamientos encajan con la realidad fuera de nosotros.
Algunos naturalistas dicen que tal conexión es incomprensible. Otros, como Francis Crick, han llegado a la conclusión de que es una ilusión causada por nuestras neuronas.
Y aún otros, como Richard Dawkins, han extendido la evolución al reino de las ideas al inventar el concepto de los “memes”. Esta palabra viene del griego menme que significa “memoria”; Dawkins la usó por primera vez en su libro “El Gen Egoísta”.
Los memes son ideas que se propagan como los genes y que supuestamente poseen la propiedad de evolucionar por vía de la selección natural, en una manera muy similar a la evolución biológica propuesta por Darwin. Por ejemplo, mientras una idea puede extinguirse, otras sobrevivirán, se propagarán e incluso mutarán – para bien o para mal – a través de modificaciones.
“Un meme es una idea o conducta que es imitada y traspasada. Los memes incluyen todas las palabras de nuestro vocabulario, los juegos que jugamos, las teorías que creemos, las canciones que cantamos, los hábitos que tenemos, y así sucesivamente. Los memes, lo mismo que los genes, son reproducidos al ser copiados” (John Byl; The Divine Chalenge; pg. 103).
El problema es que si Francis Crick tiene razón, entonces su propia teoría no es más que una ilusión de sus neuronas; y si Dawkins tiene razón, su teoría misma no es más que otro meme. Tanto en un caso como en el otro no tenemos razón alguna para confiar en ninguna de las dos como verdaderas.
Como bien señala Philip Johnson: “Los memes no se propagan porque sean verdaderos sino porque el cerebro tiene la capacidad de copiarlos, en la misma manera en que copia los jingles comerciales o los chistes” (Byl; op. cit.; 105).
El filósofo americano Richard Taylor presenta esta misma dificultad, pero desde otra perspectiva. Supongamos que al llegar a cierto lugar los pasajeros de un tren descubren al pie de una colina un conjunto de piedras ordenadas de tal manera que forman las siguientes palabras:
LA COMPAÑÍA DE TRENES BRITANICA
LE DA LA BIENVENIDA A GALES
Esa formación rocosa tiene dos explicaciones: podemos pensar que es el producto de un arreglo casual, formado por el viento, la lluvia y otros elementos naturales que arrastraron estas piedras a alinearse de esta manera; o podemos pensar en un arreglo intencional llevado a cabo por un ser o varios seres inteligentes.
Ahora, supongamos que, basados en esa formación rocosa los pasajeros infieren que ciertamente se encuentran en Gales, sería inconsistente para ellos asumir que esas piedras están allí accidentalmente.
La conclusión no puede ser otra que la de que fueron posicionadas por alguien para transmitir un mensaje inteligible, porque hay una correspondencia verdadera entre las ideas que las palabras comunican y la realidad externa a ellas.
Sería irracional que alguien suponga que realmente ha llegado a Gales, y al mismo tiempo piense que el arreglo de esas piedras fue accidental, el resultado de la interacción ordinaria de fuerzas naturales o físicas.
Si algún pasajero supusiera que esas piedras cayeron de la colina accidentalmente, como producto de un terremoto, por ejemplo, lo cual es una remota posibilidad, entonces esas piedras no constituirían ninguna evidencia de que realmente está entrando en Gales.
El problema del naturalista es que aunque él presupone que sus sentidos son el producto de la casualidad, de fuerzas naturales que guiaron la materia a evolucionar sin propósito, al mismo tiempo depende de sus sentidos para la información que él tiene del mundo y que asume como verdadera.
Ronald Nash hace la siguiente observación al respecto: “Los naturalistas parecen estar atrapados en una trampa. Si son consistentes con sus presuposiciones naturalistas, ellos deben asumir que nuestras facultades cognoscitivas son el producto de la casualidad, de fuerzas sin propósitos. Pero si esto es así, los naturalistas se muestran inconsistentes cuando colocan tanta confianza en esas facultades. Pero como los pasajeros del tren, si ellos asumen que sus facultades cognoscitivas son confiables y que proveen información precisa acerca del mundo, ellos parecen estar compelidos a abandonar una de las presuposiciones cardinales de la metafísica naturalista y concluir que sus facultades cognoscitivas fueron formadas como el resultado de la actividad de algún agente intencionado e inteligente” (R. Nash; Life’s Ultimate Questions; pg. 56-57).
Como bien hace notar Richard Purtill, el naturalismo “destruye nuestra confianza en la validez de cualquier razonamiento – incluyendo el razonamiento que pudiera llevarnos a adoptar las teorías [naturalistas]. Así que [las teorías naturalistas] son auto destructivas, como el hombre que corta la rama en la que está sentado” (cit. por Nash; op. cit.; pg. 57).
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