LGBTQ+ y la Biblia: Un enfoque de amor y respeto

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¿Puede una Iglesia amar sin condiciones y, al mismo tiempo, mantenerse fiel a la verdad bíblica? Esta es una de las preguntas más urgentes y difíciles que enfrentamos hoy.

Las conversaciones sobre identidad, sexualidad y fe han dejado de ser periféricas; hoy ocupan un lugar central entre los desafíos que enfrentamos como creyentes y comunidades de fe. ¿Cómo respondemos cuando una persona LGBTQ+ se nos acerca buscando comunidad, consuelo o dirección espiritual? ¿Desde qué actitud hablamos: juicio o compasión, distancia o cercanía?

No busco ofrecer juicios definitivos ni respuestas cerradas. Este espacio nace de la necesidad de dialogar desde la Palabra de Dios con amor, claridad y respeto. Hablar sobre LGBTQ+ y la Biblia hoy no es algo opcional; es parte de la responsabilidad pastoral y humana que asumimos como Iglesia. 

Mientras leía “La homosexualidad: compasión y claridad en el debate”, el cual explora la relación entre fe cristiana y homosexualidad, confirmé lo que ya venía sintiendo: que esta conversación no puede seguir postergándose. En lo profundo de muchas comunidades hay preguntas reales, silencios incómodos y personas que necesitan ser vistas, escuchadas y acompañadas.

LGBTQ+ y la Biblia: un enfoque de amor y respeto

La tensión entre convicciones bíblicas y experiencias humanas reales ha dejado cicatrices profundas: exclusión, rechazo, silencio. Pero también ha despertado una búsqueda genuina por comprensión, verdad y compasión. Reflexionar teológicamente sobre estos temas requiere sostener con firmeza la fidelidad bíblica sin apagar la empatía, y cultivar un diálogo donde la verdad y el amor no se anulen, sino se apoyen mutuamente.

¿Qué dice la Biblia sobre el trato a los demás?

Antes de hablar sobre sexualidad o conducta, la Biblia nos llama a mirar a las personas con dignidad. Mateo 22:39 nos recuerda el segundo mandamiento:

Amarás a tu prójimo como a ti mismo

Mateo 22:39

Este amor no es selectivo ni condicionado. En Miqueas 6:8, el Señor nos pide que practiquemos la justicia, amemos la misericordia y caminemos humildemente con Él. Y en Juan 13:34-35, Jesús declara que el amor será la señal por la cual el mundo reconocerá a sus discípulos.

Cada ser humano ha sido creado a imagen de Dios (Génesis 1:27). Esto incluye, sin excepción, a las personas de la comunidad LGBTQ+. No estamos hablando de “ellos” o de un tema abstracto. Estamos hablando de personas reales, con nombre, rostro e historia. Por eso, cada conversación debe comenzar desde ese reconocimiento.

Jesús: la cercanía antes que el juicio

Jesús no evitó a los marginados. Se acercó al leproso (Marcos 1:40-42), habló con la mujer samaritana (Juan 4), comió con Zaqueo (Lucas 19). En todos estos encuentros, vemos un patrón: la restauración de la dignidad precede a cualquier llamado a cambio.

Esto me confronta personalmente: ¿pongo condiciones para relacionarme con las personas? ¿O sigo el modelo del Maestro, que se acercó con gracia y habló con verdad desde el amor? La actitud de Jesús nos llama a ver primero al ser humano, no a su situación.

La importancia del testimonio

Para muchas personas LGBTQ+, acercarse a la Iglesia ha sido una experiencia marcada por el dolor. En lugar de consuelo, han recibido condena. En lugar de ser escuchadas, silencio. Como cuerpo de Cristo, tenemos la responsabilidad de reconocer esas heridas y acercarnos con humildad, no con respuestas automáticas.

Crear espacios donde las personas puedan hablar con libertad, sin miedo al rechazo, sin etiquetas apresuradas y sin la urgencia de corregir de inmediato, es una necesidad pastoral urgente. Escuchar con atención, acoger con sinceridad y acompañar con paciencia son gestos profundamente bíblicos. He aprendido que muchas veces no se trata de tener todas las respuestas, sino de estar presente con empatía.

La Iglesia como refugio

La comunidad cristiana no fue llamada a ser un filtro que clasifica quién entra y quién no, sino un refugio donde las personas encuentren gracia y verdad. Romanos 15:7 exhorta:

 Por tanto, acéptense los unos a los otros, así como también Cristo los aceptó, para gloria de Dios.

Romanos 15:7

Acompañar a alguien no implica aprobar cada decisión o acuerdo doctrinal, pero sí comprometerse a caminar juntos, con sinceridad, en la tensión sagrada entre verdad y amor. Creo que podemos construir comunidades donde las convicciones bíblicas no estén en conflicto con la hospitalidad genuina. Se trata de abrir puertas, no de cerrarlas; de acompañar procesos, no de imponer respuestas inmediatas. En pocas palabras, un discipulado paciente. Como bien remarca el autor del libro:

La iglesia como refugio

La humildad en temas difíciles

Hablar sobre la realidad LGBTQ+ en contextos cristianos requiere más que certezas doctrinales: exige sensibilidad, escucha activa y, sobre todo, humildad. No todo puede resolverse con una afirmación categórica o una cita bíblica aislada. Muchos creyentes bien intencionados han hecho daño por hablar rápido y escuchar poco.

La Biblia nos enseña que la verdad y el amor no están en competencia, sino que se entrelazan bajo la guía del Espíritu Santo. Hechos 15, por ejemplo, muestra cómo la Iglesia primitiva enfrentó temas controversiales con diálogo, oración y disposición a ser guiada. Esa misma actitud es indispensable hoy.

Tratar estos temas como simples “problemas a resolver” nos aleja de su profundidad humana, pastoral y espiritual. Cada persona merece un acercamiento que combine verdad con ternura, firmeza con compasión. 

Practicar humildad no significa relativizar convicciones, sino reconocer que seguimos aprendiendo. Que hay preguntas abiertas. Que la gracia de Dios se manifiesta no solo en lo que decimos, sino en cómo lo decimos. Y que, en última instancia, estamos llamados a acompañar procesos, no a controlarlos.


El llamado de Jesús no fue a clasificar personas, sino a amarlas. Como Iglesia, estamos ante una oportunidad crucial: abandonar las respuestas automáticas y entrar en el terreno profundo del encuentro humano, donde el amor y la verdad se abrazan, no se contradicen.

Hoy más que nunca, necesitamos comunidades que escuchen, que abracen, que acompañen sin miedo. Iglesias que no renuncien a su fidelidad bíblica, pero tampoco a su vocación pastoral. Estoy convencido de que el testimonio cristiano no se mide solo en lo que decimos, sino en cómo tratamos a quienes nos escuchan.

Por eso, oremos, leamos, escuchemos. Sigamos aprendiendo a la luz de la Palabra con sensibilidad y gracia. Y sobre todo, sigamos amando como Jesús: con verdad, con compasión y con esperanza.