En la entrada anterior vimos que los Salmos inspirados deben ser el modelo que sirva de patrón a los himnos que cantamos en la iglesia. A la luz de esa realidad, ¿cómo deberían ser los himnos que entonamos en nuestros cultos? Eso es lo que pretendo responder en las próximas entradas. Y la primera característica que debemos señalar es que nuestros himnos deben ser ricos en contenido bíblico.
Pablo dice en Col. 3:16 que la Palabra de Cristo debe morar abundantemente en nosotros, enseñándonos y exhortándonos unos a otros “en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor, con salmos, himnos y cánticos espirituales”.
La palabra que RV traduce como “abundancia”, significa “ricamente”. Dios quiere que Sus hijos atesoren un abundante arsenal de Su Palabra.
Como dice un comentarista, no se trata únicamente de que los santos se rindan a la Palabra, “sino que deben tener un buen conocimiento de ella. El Espíritu Santo usa la Palabra de Dios que conocemos para hablarnos y guiar nuestras vidas. El solo puede hablarnos eficientemente en la medida en que conocemos Su Palabra. Ese es el lenguaje que El usa” (West).
Y uno de los medios que Dios quiere que usemos para cumplir ese cometido, dice Pablo en el de Colosenses, son nuestros cantos congregacionales.
Es interesante notar que Pablo usa estas mismas palabras para describir su ministerio en Col. 1:24-28:
“Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia. De ella fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos. A ellos, Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de gloria. Nosotros anunciamos a Cristo, amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre”.
De manera que no podemos tener un doble estándar en la iglesia. Si exigimos que la predicación tenga un buen contenido bíblico, ¿por qué exigiremos algo distinto en nuestros cantos congregacionales, si tanto lo uno como lo otro están supuestas a alcanzar el mismo objetivo?
El hecho de que la letra de un himno no sea herética, no significa que puede ser usado en nuestros cultos de adoración. El problema de algunos himnos no es que digan algo malo, es que prácticamente no dicen nada. Repiten una misma idea una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, como una especie de mantra evangélico. Pero eso no es lo que encontramos en el libro de los salmos.
Como dice Terry Johnson: “Si las canciones que cantamos en la adoración se parecen a los salmos, éstas desarrollarán un tema en muchas líneas con un mínimo de repetición. Serán ricas en contenido teológico y experimental. Nos dirán mucho acerca de Dios, del hombre, del pecado, de la salvación y de la vida cristiana. [Y] Expresarán el amplio espectro de la experiencia y las emociones humanas”.
Una de las cosas que alegan aquellos que están en contra de los himnos tradicionales, es el hecho de que son muy largos y densos en contenido, mientras que los coritos proveen pocas verdades que pueden fijarse mejor en nuestra memoria y trabajar en el corazón, sobre todo tomando en cuenta el hecho de que vivimos en una época en que las personas no están tan acostumbradas al esfuerzo mental.
Pero, es interesante notar que en los tiempos del AT los israelitas eran iletrados en un 95 % y, sin embargo, todos los salmos poseen suficiente material como para ser convertidos en himnos de cinco estrofas o más, con la única excepción de los Salmos 117, 123, 131, 133 y 134; es decir, que solo el 3 % de los salmos son himnos breves.
La verdadera adoración demanda un esfuerzo mental; y esto no se aplica únicamente a la predicación, sino también a la alabanza. Pablo dice en 1Cor. 14:15 que nosotros debemos cantar con el espíritu, pero también con el entendimiento, presuponiendo que en nuestros cantos debe haber algo que entender.
Con eso no quiero decir que estoy en contra de los himnos contemporáneos o de las composiciones breves, pero creo que debemos evaluar lo que cantamos en la iglesia a la luz su contenido, no a la luz de su novedad o brevedad. Los himnos no son mejores por ser antiguos, sino por ser vehículos apropiados para que la Palabra de Cristo more en abundancia en nosotros.