Uno de los distintivos del cristianismo evangélico a través de la historia ha sido el lugar preponderante que se ha dado a la exposición de las Escrituras en los cultos de adoración. Es por eso que a raíz de la Reforma Protestante del siglo XVI el púlpito comenzó a ocupar el lugar central en los edificios destinados para la adoración a Dios, a diferencia de las iglesias católicas, las cuales colocaban el altar en el centro para la celebración de la misa.
Hay una teología detrás de esa disposición. El centro del culto católico romano es la misa; por eso el altar solía estar en el centro y el púlpito a un lado. Pero los protestantes dieron preeminencia a la predicación de la Palabra, y es por eso que donde antes estaba el altar colocaron el púlpito.
Ahora, yo me pregunto, ¿sigue ocupando el púlpito ese lugar de preeminencia en nuestras iglesias? Y no me refiero a su ubicación física. La pregunta no es si las iglesias siguen colocando el púlpito en el centro de la plataforma en el edificio de adoración. La pregunta es si la predicación de la Palabra que se lleva a cabo desde el púlpito sigue ocupando ese lugar relevante que durante años, cientos de años, ocupó en las iglesias protestantes.
Tristemente, la respuesta es que no. Muchas personas consideran que la predicación de las Escrituras, como la hemos conocido hasta ahora, jugó un papel importante en una época de la Historia de la Iglesia cuando los libros eran escasos, cuando no había medios masivos de comunicación como la radio, la TV, el Internet. Pero entienden que el hombre del siglo XXI se encuentra en una situación muy diferente, y que la predicación de las Escrituras al modo tradicional no es el medio más eficaz para alcanzar a ese hombre.
¿Acaso no sería mejor, preguntan algunos, que tengamos cultos más llamativos y entretenidos, con mucha música especial, películas, dramas, testimonios, y que la predicación, no solo disminuya en tiempo, sino que sea incluso sustituida por una presentación más dinámica de las Escrituras donde se le dé participación a la gente, de modo que, más que una predicación, ese tiempo venga a ser un conversatorio? ¿Por qué no sustituir la predicación, tal como la conocemos tradicionalmente, por grupos de discusión, por ejemplo? ¿Por qué en vez de predicarle a la gente no dialogamos con ellos? ¿Qué es lo que tiene de especial la predicación de la Palabra que deba ser preservada en las iglesias, aun a pesar de los cambios sustanciales que ha sufrido el mundo años en materia de comunicación en los últimos 60 años? ¿Debemos seguir dando tal preeminencia a la exposición de las Escrituras en nuestros cultos de adoración, o podemos acomodarnos a los tiempos en que nos ha tocado ministrar, y buscar otros medios distintos para dar a conocer la verdad de Dios?