En 1Cor. 15:1-2 Pablo recuerda a los corintios que fue precisamente por medio de la proclamación de la buena noticia del evangelio que ellos fueron salvados por Dios. Ellos escucharon el evangelio predicado por Pablo, lo recibieron por fe, y de esa manera fueron hechos partícipes de todos los beneficios de la obra redentora de Cristo.
“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano” (1Cor. 15:1-2).
Es por eso que Pablo dice en Rom. 1:16 que “el evangelio es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”, porque es a través de la proclamación de ese mensaje que el Espíritu Santo produce en el corazón del pecador una profunda convicción de pecado y de impotencia, moviéndolo así a poner toda su confianza en Cristo para el perdón de sus pecados.
De manera que ese mismo mensaje que muchos desprecian como una increíble tontería, es lo que Dios usa para magnificar Su poder. Ese es el argumento de Pablo en 1Cor. 1:18-25: “Porque la palabra de la cruz (el evangelio) es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios… Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”.
Los hombres quisieran algo más complicado para alimentar su propio ego, algo más difícil de entender, o más difícil de hacer. Pero lo que Dios pide del hombre es que acepte por fe la buena noticia del evangelio; que reciba de todo corazón lo que Él nos ofrece en Cristo de pura gracia: el perdón de todos nuestros pecados y el don gratuito de la vida eterna, únicamente por medio de la fe en Él.
Paradójicamente, es la buena noticia contenida en el evangelio lo que lo hace tan detestable al hombre incrédulo. Recibir ese mensaje implica un reconocimiento de nuestra pecaminosidad e impotencia delante de Dios. El pecador prefiere una religión que le de buenos consejos de las cosas que tienen que hacer para poder conectarse con Dios y alcanzar Su favor, que recibir por fe la buena noticia de lo que Él ya hizo por medio de Su Hijo y Su obra redentora.
El evangelio humilla la soberbia humana y exalta únicamente la gracia de Dios en Cristo. Pero es precisamente por eso que puede ser un instrumento poderoso en las manos de Dios para alcanzar a los perdidos, porque nadie será salvado sin ser primero humillado.