Hablar del tema del infierno es algo que siempre debe ser hecho con gran sobriedad. El lenguaje bíblico tiene el propósito de reflexionar con seriedad las implicaciones del asunto. Una de las frases con que el apóstol Pablo describe la condición de los condenados en el infierno es la siguiente: “…Los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1:9). Llamo la atención a la frase “excluidos de la presencia del Señor”.
¿Quiénes se perderán eternamente en semejante lugar? Aquellos que menospreciaron a Dios y a su Hijo Jesucristo; los que no depositaron su fe en el único Salvador. No obstante, el infierno no es el cumplimiento del deseo de los incrédulos. No es el cumplimiento del anhelo de estar lejos de Dios. Por lo menos no en el sentido en que ellos quisieran.
Una cosa es la presencia de bendición, la presencia especial de Dios, la manifestación del favor y de la gracia de Dios. Otra muy diferente es su presencia de ira e indignación. Dios es omnipresente. Nunca habrá un lugar en todo el universo en el que la presencia de Dios no se encuentre. En ese mismo instancia tal lugar dejaría de ser.
En este sentido, las palabras de R. C. Sproul que fueron citadas en el blog de Justin Taylor, son iluminadoras:
“Es común decir que el infierno es la ausencia de Dios. Tales declaraciones están motivadas en gran medida por el terror de contemplar cómo es el infierno realmente. A menudo tratamos de suavizar el golpe y encontramos un eufemismo para bordear el asunto.
“Necesitamos darnos cuenta de que aquellos que están el infierno no desean nada más que la ausencia de Dios. No quisieron la presencia de Dios durante sus vidas terrenales, y ciertamente no lo quieren cerca cuando están en el infierno. Lo peor del infierno es la presencia de Dios allí.
“Cuando usamos las imágenes del Antiguo Testamento en un intento de entender el abandono de los perdidos, no estamos hablando de la idea de estar apartados de Dios o de la ausencia de Dios en el sentido de que cesa de ser omnipresente. Antes bien, es la manera de describir el retiro de Dios en términos de su bendición redentora. Es la ausencia de la luz de Su rostro. Es la presencia del ceño fruncido de Su rostro.
“Es la ausencia de la bendición de Su gloria revelada, la cual es el deleite de las almas de aquellos que le aman, pero es la presencia de las tinieblas del juicio.
“El infierno refleja la presencia de Dios en forma de juicio, en el ejercicio de Su ira, y de eso es que todos querrán escapar. Pienso que por esto es que nos confundimos. Hay un retiro de Dios en el sentido de las bendiciones de la cercanía radical de Dios. Sus beneficios pueden ser quitados de nosotros, y a eso es lo que este lenguaje llama nuestra atención.”
—R. C. Sproul, The Truth of the Cross (Orlando, FL: Reformation Trust, 2007), pp. 157-158.