Muchas personas suelen recrear en estos días de Navidad la escena del pesebre donde nació Jesús. Para tales fines colocan debajo del arbolito la figura del niño Jesús con José y María, los pastores, los animales y, por supuesto, los magos que fueron a visitar al niño para llevarle presentes en actitud de adoración. Pero ¿quiénes eran estos magos? ¿De dónde vinieron? ¿Por qué se alteró tanto el rey Herodes cuando estos hombres aparecieron en Jerusalén preguntando por el nacimiento de Cristo? ¿Eran realmente tres reyes de oriente llamados Melchor, Gaspar y Baltazar? ¿Es correcto ubicarlos en la escena del nacimiento de Cristo, postrados ante Él en el pesebre? Pongamos a un lado todas las tradiciones que desde niños hemos escuchado acerca de esta historia y analicemos este relato tal como aparece en el evangelio de Mateo 2:1-12: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel. Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore. Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino”.
La palabra “mago” parece provenir de una raíz que significa “grandeza”. En los escritos de Heródoto aparece por primera vez para referirse a una tribu de los medos que llegó a desarrollar una gran habilidad en el estudio de la ciencia y, de manera particular, de la astronomía. Más adelante el nombre “magi” comenzó a usarse para señalar a los filósofos, sacerdotes o astrónomos orientales. Estos hombres se dedicaron al estudio de la astronomía, la religión y la medicina. Muchos de ellos creían en la existencia de un solo Dios, así como en el deber de los hombres de practicar el bien y desechar el mal. En el imperio persa llegaron a ser muy influyentes y poderosos, tanto que algunos historiadores afirman que nadie podía llegar a ser rey sin ser entrenado y coronado por los magos. En el libro de Daniel los encontramos en Babilonia junto a los sabios, los astrólogos y los adivinos del reino. Debido a que muchos de ellos se envolvieron en las ciencias ocultas y en la adivinación, la palabra “mago” adquirió también la connotación que nosotros le damos hoy en nuestro idioma, es decir el que se dedica a la magia y al ocultismo. Pero no todos los magos eran dados a este tipo de cosas. Con respecto a los magos de nuestra historia, es obvio que tenían conocimiento acerca de la venida del Mesías. Si vinieron de Babilonia, no podemos olvidar que los judíos estuvieron cautivos allí por 70 años, y que Daniel y sus amigos tuvieron contacto con ellos; y es muy probable que por este medio hayan adquirido conocimiento del Dios verdadero y de la esperanza mesiánica. También en la región de los medos y los persas había muchos judíos dispersos que pudieron transmitir este conocimiento a los magos que habitaban esta región. No sabemos cómo los magos de nuestra historia se enteraron con tanta precisión del nacimiento de Cristo; Mateo no nos brinda esa información. Pero de alguna manera Dios les hizo saber que el Mesías que por tanto tiempo esperado había nacido; así que decidieron hacer un largo y dificultoso viaje (probablemente de más de 1,600 kms), para tributarle adoración. El hecho de que presentaran tres regalos distintos dio lugar a la leyenda de que eran tres magos. Más adelante, durante la Edad Media, se añadieron otros detalles: Que eran reyes del oriente. Que sus nombres eran Melchor, Gaspar y Baltasar. Que cada uno de ellos representaba a los tres hijos de Noé. Y que uno vino de la India, otro de Egipto y otro de Grecia. En el siglo XII el obispo de Colonia en Alemania afirma haber encontrado sus restos. Pero lo cierto es que la Biblia no da tantos detalles. Simplemente nos dice que unos hombres pertenecientes a esta poderosa casta oriental se enteraron del nacimiento de Cristo y vinieron a adorarle.
Con respecto a la estrella que les sirvió de guía, no sabemos a ciencia cierta de qué se trataba. La palabra griega que se usa aquí señala cualquier objeto de gran brillantez. Unos piensan que se trataba de una estrella, otros hablan de una conjunción de planetas, e incluso de un cometa. Particularmente me inclino a pensar que se trataba de la gloria de Dios, esa misma gloria que había guiado al pueblo de Israel en el desierto en forma de una columna de fuego, y que Lucas nos dice que apareció en el momento en que Cristo nació (Lc. 2:8-11). Quizás fue esa misma luz la que vieron. Noten que el texto de Mateo no dice que la estrella los había guiado por todo el camino desde el oriente hasta Judea. Simplemente dice que ellos vieron la estrella e iniciaron el viaje. Es así como estos magos llegan a Jerusalén, y eso nos lleva de la mano a la segunda escena de nuestra historia.
Cuando los magos llegaron a la ciudad de Jerusalén, fue tal la conmoción que se generó que la noticia llegó a oído de Herodes; éste se espanta y manda a llamar a los principales sacerdotes en Israel y a los escribas para que le den más detalles de las profecías que hablaban del Cristo, para luego convocar a los magos a una reunión privada. Ahora, para comprender la turbación de este hombre y de toda la ciudad, es necesario que conozcamos algunos datos históricos. Herodes no era judío, sino idumeo y, por lo tanto, no estaba supuesto a ocupar el trono de Israel; en otras palabras, era un usurpador.
Cuando los romanos capturaron a Judea en el año 63 a. de C., en los días de Pompeyo, el padre de Herodes, llamado Antípater, que era un hombre muy astuto y que en ese tiempo era gobernador de Edom, aprovecha la situación para buscar el favor de los romanos. En ese tiempo los judíos estaban atravesando por una situación interna muy difícil como nación y no podían ponerse de acuerdo entre sí; así que los romanos nombraron a Antípater procurador de Judea, y él a su vez nombró a su hijo Herodes como tetrarca de Galilea. Eso ocurrió en el año 47 a. de C. Unos años más tarde el emperador Augusto extiende el territorio de Herodes hasta incluir toda Palestina, y es así como este hombre llega a ser rey de los judíos sin ser judío. Y, como debemos suponer, por esta misma razón tuvo que enfrentar un montón de dificultades para mantenerse en el puesto. Tal vez para suavizar un poco la situación,
Herodes se casó con una judía llamada Mariamna quien era descendiente de la última familia que había gobernado a Israel antes de que los romanos se hicieran cargo de la situación. Pero nunca dejó de tenerle terror a todo lo que sonara a conspiración, un problema que se fue agudizando con los años; mientras más viejo, Herodes se hacía más paranoico y más cruel. Como la familia de su esposa había gobernado anteriormente a Israel, parece que muchos judíos albergaban la esperanza de que volvieran a reinar de nuevo, pero Herodes se encargó de ir matándolos uno por uno. Primero mató al hermano de su esposa, luego a uno de sus tíos, luego a su abuelo, después la mató a ella y un año después a su madre; y por si eso fuera poco, finalmente mató a los tres hijos que había tenido con Mariamna, porque ellos también llevaban esa sangre. Era tal la crueldad de este hombre que unos días antes de morir mandó a encarcelar a un grupo de los más distinguidos ciudadanos de Jerusalén, dejando órdenes expresas de que todos ellos fuesen ejecutados cuando él muriera, para asegurarse así de que al menos en Jerusalén se llorara el día de su muerte. Ahora, imagínense lo que pudo haber pensado Herodes cuando escuchó la noticia de que un grupo de la casta de los magos había llegado del oriente preguntando dónde estaba el rey de los judíos que había nacido. Herodes se perturbó grandemente, y toda la ciudad se perturbó también, porque sabían lo peligroso que era este hombre cuando se sentía amenazado. Es muy probable que la perturbación del pueblo no fuera por la visita de los magos, sino por temor a la reacción de Herodes. Por experiencia sabían que esa agitación del rey podía significar sangre, como de hecho ocurrió. Herodes mandó a matar a todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores, para asegurarse de que no se gestara ninguna conspiración en contra suya alrededor de ese niño. Pero volviendo al curso de nuestra historia, Herodes convocó a los principales sacerdotes y a los escribas para saber más de este asunto y ellos confirmaron que el Mesías habría de nacer en Belén. Miqueas lo había profetizado unos 700 años antes. De paso, Cristo no hubiese podido cumplir esa profecía adrede, ni muchas otras que se cumplieron a lo largo de Su vida. Nadie puede decidir ni la familia ni el lugar de su nacimiento. Cristo nació en el lugar preciso, en el tiempo preciso y en la familia precisa. En este relato llama poderosamente la atención la reacción de los sacerdotes y los escribas; ellos escuchan lo que dicen los magos, conocen la profecía bíblica, pero aun así se muestran indiferentes. Los magos, que tenían menos información, se movieron cientos de kilómetros para conocer a Jesús y adorarle; pero estos líderes de Israel que lo tenían ahí mismo, a la vuelta de la esquina, no hicieron absolutamente nada para verificar el hecho. Fueron totalmente indiferentes. Ni se airaron como Herodes, ni le adoraron como los magos; simplemente volvieron a sus asuntos como si nada hubiera pasado. Pero volvamos otra vez al relato. Herodes llamó a los magos en secreto, muy probablemente para no despertar mayores sospechas y comentarios entre el pueblo, y finge interés religioso (vers. 7-8). Ya Herodes sabía dónde habría de nacer el niño, ahora quiere información para poder calcular su edad. Pero no pregunta directamente lo que quiere saber: “¿Qué edad Uds. creen que el niño tiene ahora?” No. “¿Cuándo fue que apareció esa estrella?” Fue en base a esta información que Herodes calculó que el niño tenía para ese tiempo unos dos años de edad (vers. 16). Así que es incorrecto ubicar a los magos en el pesebre, cuando Jesús era apenas un recién nacido. Cuando los magos llegaron a Belén, Jesús tenía unos 2 años de edad y ya vivía en una casa con sus padres (vers. 11).
Con la información que obtuvieron los magos se dirigieron a Belén en busca del Rey que había nacido; en ese momento reaparece en el cielo aquella luz brillante que habían visto en el oriente, la cual los fue guiando hasta llevarlos al lugar preciso donde podían encontrar al Señor Jesucristo. Es obvio que no se trataba de una estrella ordinaria. Esa luz brillante tenía que ir a muy baja altura para poder señalar a los magos la casa donde estaba Jesús. Probablemente se trataba de una manifestación de la gloria de Dios. “Y al ver la estrella – dice Mateo, se regocijaron con muy grande gozo”. Literalmente el texto dice que “Se gozaron sobremanera con gran gozo”. Mateo quiere expresar que estos magos estaban rebosantes de alegría. Habían viajado cientos de kilómetros para conocer a ese Rey tan importante que había nacido. “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (vers. 11). Noten que cuando los magos llegaron al lugar, José, María y el niño ya no estaban en el establo; habitaban en una casa, y Jesús no era un bebé recién nacido. Pero hay otras cosas a las que deseo llamar vuestra atención. En primer lugar, que la persona central de esa escena es el niño Jesús. Mateo dice que al entrar en la casa los magos “vieron al niño con su madre María”. El foco primario de su atención fue el niño. De hecho, siempre que Mateo menciona a Cristo con su madre en este texto los coloca en ese mismo orden (vers. 13, 14, 20, 21). Siempre el niño es mencionado primero. Él es el personaje central de esta historia. Muy probablemente los magos compartieron muchas cosas con esta pareja de esposos que Dios había escogido para que fuesen los padres terrenales del Mesías, pero Él era la persona importante aquí. Más aun, el texto dice que estos hombres, al ver al niño se postraron para adorarle (a Él). No a María, sino al niño. No tenemos nada en contra de la madre de Jesús, pero debemos insistir en el hecho de que sólo Dios merece ser adorado. Ahora, traten de visualizar la escena que Mateo describe en este pasaje. Aquí tenemos a un grupo de hombres poderosos, acostumbrados a tratar con reyes y altos dignatarios orientales, postrados en adoración delante de un niño de menos de 2 años de edad, en una oscura aldea de una nación insignificante en aquellos días. No sabemos qué tanta información tenían ellos acerca del Mesías, pero es obvio que veían en Él a un personaje de suprema importancia, y aun es posible que de alguna manera se les hubiese revelado que ese niño era el Hijo de Dios.
Noten los obsequios que le llevaron (vers. 11). No queremos ver más allá de lo que está escrito, pero muy buenos comentaristas señalan el hecho de que estos regalos fueron cuidadosamente escogidos para expresar ciertas cosas. El oro era el regalo apropiado para un Rey. El incienso se usaba comúnmente en la adoración a Dios. Y la mirra tenía varios usos, pero casi todos conectados con el servicio a los hombres: se usaba como perfume, también se mezclaba con vino para que actuara como un anestésico y para embalsamar a los muertos. Así que estos regalos que los magos llevaron a Jesús podían tener cada uno de ellos un significado especial: el oro para resaltar que el niño era un Rey, el incienso para señalar que era Dios, y la mirra para señalar que era un Hombre. No podemos ser dogmáticos al respecto, pero Dios pudo haber movido a estos magos a regalar estas cosas específicas, aún si ellos mismos no entendían del todo las implicaciones de estos regalos. Pero queda el testimonio del gran honor que estos hombres rindieron a Jesús: viajaron más de 1,600 kilómetros para conocerle, se postraron para adorarle cuando apenas era un niño, y los obsequios que le llevaron eran dignos, y eso sí podemos decirlo con certeza, de un personaje de suprema importancia. La adoración que los magos le rindieron estaba totalmente justificada. La historia concluye cuando los magos son avisados por Dios en un sueño que no volvieran a Herodes, sino que tomaran otra ruta para volver a su nación (vers. 12). He aquí la historia de estos magos de oriente que visitaron al Señor Jesucristo en Su infancia, y la reacción que suscitó en cada uno de los personajes que participaron en este evento. Ahora solo me resta preguntarte, ¿cómo reaccionarás tu ante el hecho de que el Hijo de Dios se hizo Hombre? En este pasaje encontramos las respuestas típicas de los hombres cuando son enfrentados con la Persona de Cristo: Herodes quiso destruirlo, los escribas fueron indiferentes, y los magos le adoraron. ¿Cuál de esos ejemplos te describe a ti? Seguramente nadie querría identificarse abiertamente con el rey Herodes, pero lo cierto es que este hombre reaccionó como la mayoría de los hombres reacciona cuando se les predica el evangelio y se les presenta a Cristo como el Señor y el Salvador. ¿Por qué Herodes quiso destruir a Jesús? Porque su trono peligraba, porque quería seguir siendo rey. Y ese es el mismo problema que tienen los hombres con Cristo. Nadie se molesta con el Cristo amante que hacía milagros, sanaba enfermedades y daba de comer a los pobres. El Cristo que molesta a los pecadores es Aquel que se presenta como Rey y Señor. Como Aquel que tiene derecho pleno sobre nuestra vida. La razón por la que mucha gente rechaza el evangelio es porque quieren seguir teniendo control de sí mismos. No quieren ni pensar que el “Yo” sea destronado para dar lugar a otro Rey, ni siquiera al Hijo de Dios. En la parábola de las diez minas que aparece en Lc. 19, Cristo pone en la boca de aquellos que le rechazan las siguientes palabras: “No queremos que este reine sobre nosotros”. He ahí la esencia del problema. Los pecadores quieren seguir reinando sobre sus propias vidas, igual que Herodes, y es ese deseo el que los mantiene alejados de Aquel que es la fuente de todo bien, Aquel que vino para que tengamos vida y vida en abundancia. ¿Es ese tu caso? ¿O serás como los escribas y sacerdotes de Israel? Escucharon hablar de Cristo y ni siquiera se interesaron, no mostraron interés alguno en verificar la historia. “Prefiero no pensar en eso”, dicen muchos. El problema es que algún día te presentarás delante de ese Rey y tendrás que dar cuenta por tu indiferencia. Si el Hijo de Dios se encarnó tiene que haber sido por algo muy importante. Y es que no había otra forma de salvar a los pecadores. Alguien tenía que pagar el precio, Alguien tenía que morir por nuestros pecados, Alguien que no tuviese ninguna deuda pendientes que pagar por Sí mismo, sino que fuese santo y sin mancha. Para eso se encarnó el Hijo de Dios, porque solo Él llenaba el requisito. El murió siendo inocente para que pecadores culpables pudiesen ser absueltos. Y hoy ofrece salvación perfecta y gratuita para todo aquel que cree. Ese es el mensaje que el evangelio anuncia: que la justicia perfecta de Cristo está disponible por medio de la fe para nosotros que no tenemos justicia alguna. Tratar ese mensaje con indiferencia no es otra cosa que un aborrecimiento pasivo hacia la persona del Hijo de Dios. Nadie puede permanecer neutral ante la persona de Cristo. Él mismo dijo en cierta ocasión: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge desparrama” (Mt. 12:30). Nadie puede serle indiferente. O estás en el grupo de los que le aman o en el grupo de aquellos que le aborrecen. Quiera Dios que en aquel día no seas hallado en compañía de los enemigos del Rey de reyes y Señor de señores, porque lamentarás eternamente haber nacido. Ojalá que muchos de los que leen estas líneas adquieran la sabiduría de estos magos de oriente; la poca información que tenían fue suficiente para postrarse ante el Hijo de Dios y adorarle. ¿Será ese tu caso? Seguramente tienes más información que la que tenían estos magos. En el día del juicio estos hombres agravarán la condenación de muchos que con más conocimiento no hicieron lo que ellos hicieron. Si aún no eres creyente, no sigas despreciando el don de amor que Él ofrece libremente a los pecadores: salvación perfecta y gratuita por medio de la fe.