¿Te has preguntado alguna vez por qué tienes dificultades como cristiano? Te convertirse a Cristo pensando que te iría chévere, que Cristo a tu lado, ahora está de tu lado, garantía de un éxito en todo lo que emprendieras. Pero no ha sido así. Cuando te ha ido “de la patada”, sientes que eres objeto de la mala suerte, más que sujeto de la bendición.
En la vida cristiana, las aflicciones no son un accidente del destino, no es el azar lo que controla tu vida sino la providencia de Dios. Uno de los libros de la Biblia más empapados de lágrimas aclara: ¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? (Lam 3:37).
Antes de preguntar “porqué”, Dios quiere que nos preguntemos “para qué”. Porque tanto es verdad que nada nos viene por azar como que nada de lo que nos viene es en vano. Dios tiene un mínimo de cuatro grandes propósitos por las que permite que seamos afligidos.
El primer propósito de las aflicciones es formativo. El mismo Dios que gestó el nuevo nacimiento desarrolla madurez. El tierno asombro que produce ver a un recién nacido se torna a intensa preocupación en cuanto el doctor dice que el niño no está creciendo. Dios no tiene ningún hijo que sea enano y una de las formas en que nos enseña madurez es cursando en la escuela del dolor.
Ni aún Cristo fue exento de esta escuela. Aunque era impecable, En Hebreos 5:7-10 afirma que por al dolor que pasó aprendió obediencia. No fue madurar de desobediencia a obediencia, sino de pequeños actos de obediencia al gran acto de obediencia que lo llevó a la cruz. El dolor que sientes hoy, está potenciando para mañana una obediencia que no podrá pasar desapercibida en este mundo.
Si el primer propósito de las pruebas es formativo, el segundo es correctivo. La Biblia afirma que Dios al que ama disciplina. El buen pastor usa del cayado para ayudarnos, pero igualmente de la vara para evitar desvíos terrenales que pueden terminar en calamidad eterna.
Dios nos redimió para ser salvos e igualmente para ser hijos adoptivos. La vara de corrección duele, pero conforta; confiere a nuestro corazón la confianza de no ser bastardos desatendidos, sino hijos del rey, quienes han de conducirse conforme al decoro de la familia real. Además, como el niño con llantitas auxiliares en su bicicleta se siente seguró que evitará la caída, así la disciplina infunde la confianza de que la caída fatal será prevenida por una fuerza mayor a nuestro esfuerzo personal.
“En medio del dolor, propónte el día de hoy a alabar a Dios tanto por la caricia suave como por la aspera disciplina, pues en ambas se escucha el latido del amor paternal.”
Hasta ahora has aprendido que las pruebas tienen un propósito formativo y correctivo. El tercer propósito es preparativo. Las herramientas usadas por Dios se fraguan en el fuego de la prueba. La lista no es corta. José por años sufrió perplejidades antes de ser exaltado líder sobre Egipto. Moisés fue desterrado como vagabundo por 40 años en el desierto antes de ser líder sobre Israel. David fue perseguido 8 años por los celos incontenibles de Saúl antes de sentarse en el trono en Hebrón.
Pablo mismo ilustra esta verdad en su propia vida (2 Corintios 1.3-7). Consideró que las severas pruebas que le sobrevinieron en Asia no eran una molestia por sacudirse, sino dosis de empatía a su corazón por los que sufren. Es más fácil reír con los que rían, que llorar con los que lloran; y más natural compadecernos con ellos cuando somos compañeros de toda suerte de pruebas.
¿Podrá ser que hoy Dios ponga a alguien en tu camino cuyo alivio se encuentre en la cosecha de la sabiduría fraguada en tu aflicción?
Hay aún otro importante propósito desapercibido por muchos. Además de formación, corrección y preparación; las aflicciones confieren prevención. Previene episodios de enaltecimiento exorbitantes.
¡Increíble pero cierto! Nuestro susceptible corazón es influenciado por las tentaciones y también por las bendiciones. Las tentaciones lo desvían, las bendiciones lo hinchan de vanidad. Las aflicciones son vacunas anti-inflamatorias para prevenir este problema cardiaco.
No pienses que esta prevención está reservada para principiantes, neófitos de la fe u hombres de doble ánimo. El gran Apóstol Pablo mismo requirió prevención. Le fue dado un aguijón en la carne para prevenir que los aires del tercer cielo provocasen alucinaciones apoteósicas (2 Corintios 12.7-9). Un aguijón en la carne le fue dado para prevenir la vanidad, no para corregirla. Fue un acto de previsión divina, no de remedio.
Hay pruebas fastidiosas que anhelamos despojar de nuestra vida. Antes de pedir a Dios que las remueva, debemos de considerar en qué nos convertiríamos si Él concede nuestra petición. Pues como Dios hirió a Jacob para poderlo bendecir, así debe haber heridas medicinales que llevamos que nos permiten disfrutar de las bendiciones de Dios con sobriedad.
Sería imposible agotar todos los propósitos de las pruebas en el cristiano. Santiago se refiere a las aflicciones como “diversas pruebas”, –multicolores en el original. Diversos matices aflictivos generan diversos propósitos que conjuntamente forman la imagen de Cristo en nosotros. Tengamos pues por sumo gozo cuando nos hallemos en diversas pruebas sabiendo que ninguna de ellas son producidas por el azar ni resultan infructuosas.